Compilar anécdotas parece cosa del pasado; actividad propia de aquellos entonces en que algunos aficionados se dedicaban a publicar anecdotarios temáticos. Hoy día ello suele ser catalogado como un simple pasatiempos, asunto de coleccionistas a quienes atrae el hecho por encima del concepto; lo micro antes que lo macro. Sin negar la parte de verdad que contienen dichas objeciones, no nos parece conveniente llegar al extremo de ningunear el género dado que tanto la historia como la Historia se van construyendo a partir de lo singular, de pequeños acontecimientos.
“Claro -se podrá argüir- éste defiende su oficio” y quien así piense no anda tan errado. Con un entusiasmo digno de actividades más nobles, nos hemos dedicado a reunir anécdotas de muy diverso origen, tiempo y tema. Ahora sí que, como dice el tamalero, hay de todo: de chile, de dulce y de manteca.
Ilustración: Margarita Nava |
La labor se divide en dos momentos. En primer lugar buscar, en tanto pepenador de textos, aquellos fragmentos que nos parecen interesantes. Hay que admitir desde el arranque que la subjetividad se hace presente a la hora de la selección. El segundo momento se centra en armar pequeños artículos a partir de algunas crónicas y anécdotas que tienen cierta afinidad temática; en realidad no se trata de escribir sino de armar textos intentando establecer relaciones entre ellos. Octavio Paz subraya tanto la importancia del fragmento como el riesgo de caer en la atomización. “Creo que el fragmento es la forma que mejor refleja esta realidad en movimiento que vivimos y que somos. Más que una semilla, el fragmento es una partícula errante que sólo se define frente a otras partículas: no es nada si no es una relación.” De cualquier manera, cabe acotar, en muchas ocasiones el solo fragmento (crónica o anécdota) provocará la reacción del lector y allí ya se construye la relación.
Ahora bien, la tarea de armado que procura vincular diversos fragmentos tiene mucho de otros oficios artesanales como por ejemplo el de sastre: hay que hilvanar, coser y cortar los textos. Son muy pocas las ocasiones, verdaderas excepciones, en que el artículo sale sin citas al tratarse de una narración personal.
Por otra parte, Eduardo Galeano se refiere a la existencia de fábricas de discursos
En Bogotá hay varias fábricas de discursos, aunque sólo una de las empresas, la Fábrica Nacional de Discursos, tiene teléfono registrado en la guía [directorio]. Estas plantas industriales han discurseado las campañas de numerosos candidatos a la presidencia, en Colombia y en los países vecinos, y habitualmente producen discursos a medida para interpelar ministros, inaugurar escuelas o cárceles, celebrar bodas o cumpleaños o bautismos, conmemorar próceres de la historia patria y elogiar difuntos que dejan vacíos imposibles de llenar:-Yo, el menos indicado quizá...
Aquí no tenemos ni fábrica ni discursos, pero sí un gran depósito de crónicas y anécdotas que constituyen la materia prima de esta propuesta.
Finalmente, aclaremos que la debida cita del autor primigenio nos evita caer en un tipo de plagio pero no totalmente en otro, al que aludía Manuel Buendía en una conferencia a estudiantes de periodismo. “Quizá a estas alturas alguien […] estará pensando que yo trato de inducirlos al plagio. Tanto como eso, no; pero si alguna vez fuésemos acusados de tal, recordemos la frase de aquel poeta que, tildado de plagiario, se defendió diciendo: ‘Yo tomo lo mío donde lo encuentro’.”
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