Somos muchos quienes evocamos con emoción aquella primera bicicleta que tuvimos y que nos acompañó en momentos muy felices de nuestra infancia. Qué alegría inmensa cuando, después de inevitables caídas y raspones, aprendimos a pedalear sobre las dos ruedas. Seguramente podemos describir color, rodada, frenos de varilla, sonido del timbre y otras cuantas cosas por el estilo de aquella bicicleta. La bicicleta es pues un objeto muy amigable, pero no se cometa el error de creer que siempre fue así.
Ilustración: Margarita Nava |
Su uso comienza a popularizarse hacia fines del siglo XIX y, tal como sucede habitualmente ante los cambios e innovaciones, las resistencias no se hicieron esperar. Carl Honoré señala: “En la década de 1890, cuando se popularizaron las bicicletas, algunos temieron que pedalear velozmente contra la dirección del viento causara una desfiguración permanente, una ‘cara de bicicleta’.” Vaya a saber uno cómo sería esta cara de bicicleta.
Según el mismo autor algunos moralistas no dejaron de oponer resistencia a ese invento amenazador para la tradición en las formas de andar (ya sea caminando o bien en carro de caballos) y corruptor de las buenas costumbres. “Los moralistas advirtieron que las bicicletas corromperían a los jóvenes, al permitirles tener citas románticas lejos de las miradas vigilantes de sus tutores.”
Estos moralistas coincidían –cabe aclarar que por muy distintas razones- en su oposición al uso de la bicicleta con algunos sindicalistas; Paul Tabori alude a este otro rechazo.
Sería un error creer que la estupidez del burocratismo se limita a los funcionarios gubernamentales. Es enfermedad contagiosa, y puede florecer en cualquier organización que ejerza autoridad sobre las actividades humanas. Y se desarrolla particularmente en los sindicatos.
La Unión de Plomeros de Gran Bretaña, por ejemplo, lucha colectivamente contra las bicicletas. Ha prohibido estrictamente a sus miembros la concurrencia al trabajo en ese tipo de vehículo. Sir John W. Stephenson, secretario de la Unión de Plomeros, ha explicado la prohibición con la maravillosa lógica del burócrata:
Nuestra regla se remonta a los primeros tiempos de la bicicleta, cuando los empleadores ponían como condición indispensable que sus asalariados fueran al trabajo en bicicleta. El sindicato consideró injusto que sus miembros más ancianos se vieran obligados a andar en bicicleta. Y otros plomeros no comprendían la necesidad de gastar dinero en la compra de una bicicleta.
De modo que andar en bicicleta se convirtió en infracción a las normas sindicales, punible con una multa de 20 chelines, que se aplicaba a todo plomero que utilizara ese vehículo para ir al trabajo... sin que importara si el interesado estaba o no de acuerdo. Sin embargo, los ayudantes de los plomeros pueden utilizar bicicletas. Sólo les está prohibido a los oficiales plomeros... lo cual, naturalmente, es fruto de la perfecta lógica burocrática.
Seguramente al conocer estas resistencias surge la tentación de burlarnos de nuestros antecesores que se encontraban tan lejos de los grandes avances con que contamos en la actualidad. No obstante, conviene ser un poco más mesurado y preguntarnos cuáles serán nuestras resistencias de hoy que moverán a la risa a las generaciones que vengan después de nosotros.
Llegó momento en que la bicicleta pasó de ser juguete de nobles a medio de transporte e implemento de trabajo tanto para profesionales como para quienes desempeñaban otros oficios al servicio de la comunidad; C. Urzaiz se refiere a ello.
El tiempo al correr trajo cambios fundamentales en el desempeño de la bicicleta dentro del marco social. De juguete de nobles un día pasó a ser medio de transporte útil e implemento de trabajo. Lo adoptaron primero los curas y los médicos de aldea para sus respectivas visitaciones al lado de la muerte, la cual, viajando por medios más expeditos, llegaba siempre antes. También la usaron algunos profesores que tenían arraigado el concepto de la puntualidad. Tras los profesores surgieron los carteros cuyo destino está tan ligado al artefacto, que éste se considera un símbolo del servicio postal. Y se sumaron los panaderos, -prodigio de equilibrio-, desafiando las leyes de gravedad y la lógica al llevar sobre la cabeza y en plena carrera sus canastas y globos de metal. Y por último llegaron los obreros para ofrendar al pedaleo del retorno los restos de su energía semiconsumida en las fábricas.
Se entiende -porque seguramente Urzaiz no ha tenido oportunidad de presenciarlo- pero en esto del equilibrio cometió una omisión de consideración; le faltó citar nada menos que a quienes se llevan el primer premio: los repartidores de periódicos. Para confirmar el dato alcanza con darse una vuelta en las primeras horas de la mañana por Reforma y Bucareli, la llamada “esquina de la información” de la ciudad de México. Verdadero prodigio el que logran estos voceadores que pedalean manteniendo un equilibrio que desafía la ley de gravedad, transportando rascacielos de periódicos que llegan hasta donde se pierde la mirada.
El avance de la conciencia ecológica, más lento de lo que muchos quisieran, está trayendo de regreso a la bicicleta. Son muchas las organizaciones civiles y gubernamentales que exhortan al uso de ese vehículo. Dicen los que saben que quienes aprendieron en su infancia a andar en bici no pierden nunca más esa habilidad, todo es cuestión de decidirse. Claro que no todas las ciudades presentan las mismas condiciones para que este regreso se vuelva realidad, pues ello depende –entre otros factores- del clima, las condiciones del terreno, la existencia de ciclovías, la cultura de respeto que tengan los automovilistas hacia quienes circulan en bicicletas, etc. Cuando los domingos de mañana se cierran ciertas avenidas a vehículos que no sean bicicletas son muchos los automovilistas que se quejan de semejantes incomodidades. La prepotencia de los cuadrúpedos sobre los bípedos es manifiesta, pero mal que les pese a los primeros las bicicletas están de regreso. Y esto recién empieza.
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