viernes, 5 de noviembre de 2010

Mensajes desde el panteón

Collage digital: Margarita Nava
En pocos países, si es que en alguno, los panteones son lugares tan vivos como  en México donde se presentan casos sorprendentes. Ejemplo de ello es la existencia en el de San Fernando de un nicho con una placa alusiva a la famosa bailarina estadounidense Isadora Duncan (1878-1927) cuya vida –de acuerdo con Jorge Mejía Prieto- estuvo marcada por sendos accidentes automovilísticos de tal manera que dos de sus hijos se ahogaron cuando el automóvil en el que viajaban tuvo una falla en los frenos y se hundió en el río Sena. La historia no concluye allí; Mejía Prieto aporta más información al respecto.
[...] después perdió a su tercer hijo [...] debido a que el auto en que el médico acudía a su llamado urgente quedó bloqueado en medio de otros miles de vehículos, a causa del pánico que se suscitó en París ante la noticia de que los alemanes avanzaban hacia la ciudad. Cuando al fin llegó el médico, era demasiado tarde: el niño había nacido muerto.
La Duncan dijo entonces: "Las máquinas han sido mis enemigas. Mataron a mis hijos. Debido a que son invento suyo, las máquinas son las enemigas del hombre, son su maldición. Un día me matará una máquina".
El 13 de agosto* de 1927, mientras conducía por la Promenade des Anglais, en Niza, Isadora fue estrangulada por su chalina roja que se enredó en la rueda del automóvil.
Los restos de Isadora Duncan no están en este nicho, en realidad reposan en el cementerio de Pére-Lachaise en París. Además, en el panteón de San Fernando dejaron de hacerse enterramientos (algunos historiadores afirman que el de Benito Juárez fue el último) mucho tiempo antes al de su fallecimiento. Todo parece indicar que la placa en homenaje a Isadora Duncan fue colocada en la década de los ochenta del siglo pasado por algún admirador que compró la tumba correspondiente para rendirle ese curioso homenaje. 

Otro caso singular se registra en el Panteón Inglés de Hidalgo fundado en 1824 por la colonia británica que laboraba en la Compañía Minera Real del Monte y Pachuca. Es muy posible que allí reposen los restos de los primeros jugadores de futbol que hubo en México, que trajeron este deporte desde su tierra natal. Entre las tumbas de este panteón hay una muy singular, la que corresponde a Richard Bell. Veamos quién fue este personaje. De acuerdo a la información aportada por Julio Revolledo Cárdenas los hermanos Orrin, originarios de Inglaterra y procedentes de Estados Unidos, llegaron a México en 1872. Años después abrieron el circo Metropolitano en la Plazuela del Seminario. Por aquellos entonces se lo consideraba como uno de los mejores del mundo y en él actuaba el célebre clown británico Richard Bell de quien dice Revolledo Cárdenas
[...] fue el payaso más famoso y respetado por la sociedad mexicana de todos los tiempos. [...]
Ricardo Bell siempre investigó el parlamento preciso, la palabra en el espacio adecuado, el gesto oportuno que causara el efecto de la risa en el público que tanto lo quería. Un solo grito de Bell tras la cortina lograba una respuesta inmediata del público que lo esperaba ansiosamente. Una sola postura de Bell provocaba la hilaridad deseada en las mayorías. Esta identificación entre actor y espectador fue tan mágica que muy contados la han logrado en la historia de nuestro espectáculo.
La tumba del payaso Richard Bell, señala Eulalio Ferrer, “a diferencia de todas las demás, mira hacia el oeste, identificando la dirección contraria a Inglaterra”. Al pedir Bell que lo sepultaran de espaldas a su tierra de origen, expresaba su airada protesta porque allí no supieron valorar sus dotes artísticas, lo que lo condujo a emigrar. Una vez más se confirma aquello de que nadie es profeta en su tierra. No existe información en cuanto a si hubo alguien que recogiera este mensaje y tampoco si a Richard Bell esa posibilidad le pudiera quitar el sueño.

Ferrer  se refiere a otra tumba muy especial que remite a una historia de amor desgarrado.
Sin duda, la tumba más conocida [en el cementerio] de San Fernando es la que el pueblo bautizó como "la de la novia", dedicada a una mujer llamada Dolores Escalante, cuya cuarteta ha dado la vuelta a América:

Llegaba ya al altar,
feliz esposa,
allí la halló la muerte:
Aquí reposa.

La anécdota, por lo demás, es verídica. Dolores Escalante murió en el momento en que contrajo nupcias, en 1857, con el secretario de relaciones exteriores de esa época, José María Lafragua, quien en menos de 15 minutos se convirtió en viudo. La imagen de la novia muerta penetró en el imaginario popular mexicano al grado de que todavía se escuchan leyendas que aseguran que su espíritu vaga por las noches, al estilo de La Llorona.
Cada panteón tiene una identidad propia vinculada a su historia, a quienes fueron enterrados allí y a las tradiciones de la comunidad. Hasta la migración influye en la arquitectura de los panteones; Sam Quinones presenta un ejemplo de ello.
El cementerio [de Chupícuaro, Gto.] también ha experimentado su propio auge arquitectónico. La gente del pueblo dice que el cementerio alguna vez fue una colección de humildes cruces de hierro, similar a muchos de las regiones rurales de México. Pero con la inmigración vino el dinero. Ahora el cementerio parece una ciudad en miniatura. [...] Una cripta de mármol adornada “es una manera de mostrar lo bien que te ha ido económicamente”, dice Martín Camacho, un boticario de Chupícuaro.
En años recientes los panteones de algunas regiones del país han tenido transformaciones sorprendentes siendo que el dinero del narco ha permitido erigir tumbas de lujo con impresionante despliegue de recursos.
Los epitafios que figuran en las lápidas de tumbas y nichos suelen ser de dos tipos: aquellos que manifiestan el sentimiento de familiares y amigos ante la irreparable pérdida o bien los que expresan el deseo del difunto en cuanto a lo que debía quedar registrado en su tumba y cuyo cumplimiento delegara oportunamente en alguien de su mayor confianza.

Respecto a los del primer caso, por lo general (aunque se encuentran excepciones más o menos notables) manifiestan unos cuantos elogios (merecidos o no, vaya uno a saber) en relación a la persona fallecida. Entre las excepciones se encuentra uno del Panteón de Dolores, citado por Eulalio Ferrer, en que todo parece indicar que la espontaneidad le ganó a la señora del difunto a la hora de dictar el epitafio: "Aquí yaces, y haces bien, tú descansas, y yo también". Pero en la gran mayoría de los casos suele ser tan elogioso lo escrito en las lápidas que Amado Nervo comenta que un yankee que visitaba un 2 de noviembre ese mismo cementerio de Dolores luego de leer algunas docenas de epitafios preguntó al Administrador: “¿Y aquí dónde entierran a los malos, eh?”. El mismo Ferrer aclara el punto
[...] Enrique Krauze señala que el género biográfico empezaría, por un lado, en la oratoria fúnebre [...]  su principal misión es buscar un poco de virtud, incluso donde no la hubo, y un poco de piedad en lo que no la merece. [...] 
La muerte, hay que reconocerlo, tiende a sublimar los errores humanos, al grado de que hablar mal de un muerto puede ser casi tan grave como golpear a un anciano.
Tal vez a ello se refería Louis  Scutenaire al afirmar que “hay gentes a quienes su muerte les otorga existencia”. En fin, es necesario evitar por todos los medios quedar convertidos en “infames”, expresión que literalmente alude a quienes mueren sin fama.

No han sido pocos quienes se han interesado en estudiar los ritos y ceremonias que acompañan a la muerte. El multicitado Eulalio Ferrer fue uno de ellos y de su extensa colección de epitafios, nos permitimos citar algunos.

Está el que acepta la irreversibilidad del destino: “Perdí, lo sé, pues siempre sí me morí” (anciano de 114 años-panteón de Tláhuac). Otro puede que sea homenaje de su gremio y tiene cierto aire de memorandum: “Aquí está enterrado el mejor enterrador del camposanto. Entiérrese en paz. Amén” (anónimo-panteón de Dolores). Otro bien podría haber sido escrito por Matusalén: “En recuerdo de mi querida nieta que falleció a los 88 años. Su inconsolable abuelito llora su desaparición” (anónimo-panteón de Tláhuac). No falta el homenaje al piloto aviador que llevó su vocación hasta el final o cuya vocación lo llevó al final.  "Tanto amor puso en el vuelo que volando se fue al cielo". También existe el epitafio del previsor: “Aquí descansa el cadáver del teniente coronel don Rafael Manzanedo, que falleció a los cincuenta y dos años de edad, el día 14 de agosto de 1838. Vivió módica y económicamente: se afanó en el trabajo e industria por adquirir riquezas, que dejó para alivio de indigentes y monasterios pobres. (Está pagado este sepulcro por diez años)” (panteón de Santa Paula). Entre quienes la literatura formó parte importante de su vida, no falta el epitafio en verso; es el caso de Pita Amor

Mi cuarto es de cuatro metros,
mide mi cuerpo uno y medio.
La caja que se me espera
será la suma del tedio.

Como hemos visto los mensajes desde el panteón asumen formas muy diversas que tienen que ver con las diferentes maneras de vivir. Al fin que genio y figura hasta la sepultura.


* en realidad el accidente fue el 14 de septiembre

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