En la vida cotidiana la mano ocupa un lugar muy importante. En diversas ocasiones he visto a algún conferenciante ilustrar el tema de la diversidad cultural con el ejemplo del brazo (el tronco común) y los dedos (la pluralidad dentro de la unidad).
Ilustración: Margarita Nava |
Los protagonistas de la Revolución también se referían al tema. El general Emiliano Zapata alude a los nulos resultados de andar pidiendo justicia con el sombrero en la mano lo que los llevó a empuñar las armas. “Mis antepasados y yo, dentro de la ley, y en forma pacífica, pedimos a los gobiernos anteriores la devolución de nuestras tierras, pero nunca se nos hizo caso ni justicia [...] por eso ahora las reclamamos por medio de las armas, ya que de otra manera no las obtendremos, pues a los gobiernos tiranos nunca debe pedírseles justicia con el sombrero en la mano, sino con el arma empuñada.” Por su parte, el general Felipe Ángeles se refiere a que el propósito del movimiento era colocar el gobierno en las manos del pueblo. “[...] la Revolución se hizo para librarnos de los amos, para que vuelva el gobierno a manos del mismo pueblo y para que éste elija en cada región a los hombres honrados, justos, sensatos y buenos que conozca personalmente y los obligue a fungir como sirvientes de su voluntad expresada en las leyes, y no como sus señores.”
Por otra parte Edmundo González Llaca, muy buen cronista de la vida diaria, demuestra con diversos ejemplos los múltiples significados que se atribuyen a la mano.
Nuestra cultura igualmente, por medio del lenguaje, llena de significados infinitos a la mano. Esta es saludo, asombro, matrimonio, poder, igualdad, colaboración, exceso, triunfo, amenaza, etcétera, etcétera.
Para quien lo dude: ¡Hola mano!, ¡jijo mano!, pedir la mano, hecho a mano, dame una mano, salió con la mano en alto, de antemano, como caer en sus brazos y no caer en sus manos, con las manos llenas, con las manos en la masa, se le cai la mano, el destino en sus manos, al alcance de la mano, de segunda mano, tiene buena mano, no le amarraron las manos, tan diferentes como los dedos de la mano, fuera manos, mano dura, arriba las manos, a mano, más vale pájaro en mano, manirroto, uno le da la mano y toma el pie, les faltan manos, se le pasó la mano, manos a la obra, se le seca la mano, lo conozco como la palma de mi mano. Y no resisto poner lo que decía mi abuelita a mis tías cuando las veía sentadas y ociosas: “Me choca verlas mano sobre mano”.
Es el saludo una de las más hermosas funciones de la mano. El darla es manifestación de paz, de identificación personal, de búsqueda de conocimiento del otro, de afirmación y exploración. Al coincidir las manos, en pocas palabras al tocarnos, somos meta pero también punto de partida. Vamos al encuentro, abrimos para recibir y al mismo tiempo penetramos. Damos e integramos. Nos relajamos para dar acceso y luego tensamos para envolver. Es un acto humano de reciprocidad por excelencia.
Cuando termina el saludo, la mano se escapa a su irremisible singularidad; algo deja y algo se ha llevado. No sólo la textura, la temperatura, la fuerza, sin duda que algo más. Un gajo de lo que somos, una lección sintética y efímera de lo que son las constantes de la vida: la separación, la soledad.
En relación a esto último, todavía me causa asombro ese saludo tan peculiar entre varones que consiste en darse la mano, luego un abrazo con el palmoteo respectivo para luego concluir nuevamente dándose la mano. De tal manera que el abrazo queda dentro de sendos apretones de mano. No creo que esta forma de saludar exista en otros lugares y me gustaría saber cómo y cuándo surgió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario