viernes, 10 de diciembre de 2010

Juan Rulfo y su bajo perfil


Cuando sus obras son bien recibidas, los escritores se engolosinan por lo que su obra suele ser prolífica, en ocasiones excesiva. Son pocos los autores que eluden esta tentación. Al respecto Noel Clarasó cita el caso de Eliot.  
El poeta T. S. Eliot (nacido en los Estados Unidos y nacionalizado inglés) ha escrito relativamente poco. Le preguntaban por qué no escribía más y daba esta razón:
-Para dar ejemplo.
Y explicaba el ejemplo así:
El principal enemigo de la buena literatura es que los escritores tengan necesidad de ganarse la vida con lo que escriben. Porque el resultado de esta necesidad es que todos sucumben a los tres demasiados: empiezan a escribir demasiado pronto, escriben demasiado aprisa y escriben demasiado.
Posiblemente el caso más representativo de quienes integran esta rara estirpe en México, sea el de Juan Rulfo autor de dos obras muy reconocidas: El llano en llamas y Pedro Páramo. Al respecto comenta José Agustín. 

En 1954 el Fondo de Cultura Económica publicó El llano en llamas primer libro del jalisciense Juan Rulfo, y un año después su legendaria novela Pedro Páramo [...] Sólo hasta fines de la década esta novela fue reconocida como un libro espléndido y, después, como la obra maestra que es. Como es sabido, Juan Rulfo ya no volvió a publicar otro libro, al punto de que se convirtió, como se decía después, en el único autor que cada vez se volvía más famoso con cada obra que no publicaba.
Juan Rulfo
Un caso curioso es la confusión que en diversas ocasiones se presentó entre Rulfo y su personaje Pedro Páramo. Al respecto comenta Vilma Fuentes
[...] La aparición de esta nueva traducción [al francés] de Pedro Páramo ha ocupado las secciones de libros de los diarios franceses, así como los programas de radio y televisión consagrados a la literatura. Los elogios ditirámbicos abundan. Incluso de parte de algunos presentadores que no tienen tiempo de leer. Uno de éstos confundió el nombre del autor con el de Pedro Páramo. No es la primera vez que tal quiproquo le sucede a Juan Rulfo. Recuerdo su tímido orgullo cuando me enseñó una carta proveniente de un país de Europa oriental que el cartero supo entregarle y en cuyo sobre estaban escritos el nombre: Pedro Páramo, y la dirección: ciudad de México.
Foto "Polvo eres" de Juan Rulfo
Contrariamente a lo que sucede habitualmente, muchos le cuestionaron por lo reducido de su obra. Ante ello, sus respuestas solían ser tan parcas como contundentes; en una de estas oportunidades, comenta Luis Fernández Zaurín, una estudiante le preguntó:
-Maestro, ¿por qué no escribe usted más libros?
A lo que Rulfo contestó sencillamente:
-Porque no me da la gana.
Augusto Monterroso describe una situación muy similar en la fábula del Zorro. Como dicen algunos programas televisivos, “cualquier parecido con la realidad es simple coincidencia”. 
Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dicen voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen.
Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas.
El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro.
Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa.
Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted que publicar más.
-Pero si ya he publicado dos libros –respondía él con cansancio.
-Y muy buenos –le contestaban-; por eso mismo tiene usted que publicar otro.
El Zorro no lo decía, pero pensaba: “En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer”.
Y no lo hizo.
Un caso extremo lo constituye –de acuerdo al análisis de Gabriel Zaid- un trabajo que hace un relevo de la obra de escritores mexicanos y que omite una, de las dos, publicaciones de Rulfo.  
Hay que decir que los escritores mexicanos parecen estar salados con los diccionarios. El Diccionario Porrúa no incluye sino a los muertos, o a los que decide dar por muertos, como Efraín Huerta. Si se toma en cuenta que una gran parte de los buenos escritores que ha habido en México todavía no cumplían el requisito último para ser admirables cuando se publicó el Diccionario, se entiende que las ánimas del panteón Porrúa, impacientes porque aún no llegaba la mayor parte de sus huéspedes, se hayan precipitado en el caso de Huerta. En el Diccionario de escritores mexicanos, algún otro caso de ánimas (en este caso desaparecidas), sumado a un mal de ojo del corrector de pruebas, fue quizá la causa de otro desaguisado: Pedro Páramo no figura en la lista de (dos) obras de Juan Rulfo. Eso se llama exagerar...
Foto: Juan Rulfo
Por otra parte es frecuente que se identifique a los escritores famosos con actitudes arrogantes. No ha sido el caso de Rulfo, dado que quienes lo conocieron relatan que era muy humilde. El mismo Fernández Zaurín proporciona un ejemplo a ese respecto. 
Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948), autor de entre otros libros El lenguaje de las fuentes, por el que recibió el Premio Nacional de Literatura, cuenta que Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo, se encontró una vez en el aeropuerto de México con un pintor compatriota suyo, José Luis Cuevas, que por lo que se ve
no era lo que se dice una persona humilde.
Cuevas llevaba una maleta muy grande y Rulfo una muy pequeña. El escritor conocía al pintor, pero éste ignoraba quién era aquel hombre pequeño como su equipaje. Aún así el autor de El llano en llamas se dirigió a él:
-¿Por qué no intercambiamos maletas, yo le llevo a usted su maletón y usted lleva mi maletita?
El arrogante pintor dudó un poco, pero al fin aceptó el trueque. Al término del trayecto en el aeropuerto, durante el cual Rulfo llevó la carga más pesada, Cuevas le dijo:
-Soy José Luis Cuevas, caballero, ¿y usted?
-Yo no, yo soy tan sólo Juan Rulfo.
Una vez que lo verificó en persona, le espetó:
-¿Es cierto que escribió Pedro Páramo?
Rulfo explicó que sí, que esa novela la escribió quitando palabras.
Su humildad se complementaba con cierta timidez sino que reserva para el encuentro con los demás. Mario Benedetti comenta cómo lo conoció. “Con Juan Rulfo fue muy curioso. Íbamos Luz y yo en un ómnibus, y él se acercó a mi mujer: ‘Señora, ¿me deja sentarme al lado de su marido, que creo que es Benedetti?’ Empezamos a hablar de mil cosas, y ahí empezó mi amistad con Rulfo, en un ómnibus. No se daba fácil, pero cuando se daba, se daba con todo.”
Aún con su bajo perfil, Rulfo es uno de los pocos escritores cuya obra es indispensable. Paco Ignacio Taibo I evoca su reacción al enterarse de la muerte del escritor. 
En la noche comenzaron a llegarme llamadas: que Juan [Rulfo] se había muerto. Me levanté de la cama y me fui en busca de sus libros. No encontré ninguno de los dos en la biblioteca. Son esos libros que se regalan a todo recién llegado al país.
-¿Nunca estuvo usted antes en México? ¿No? Bueno, entonces lea a Juan Rulfo.
Y se llevaba el libro.
En esto yo siempre tuve razón; era como entregar un trozo memorable, candente, de este México nuestro.

Y sí, los libros de Juan Rulfo resultan indispensables para quien quiera aproximarse a la realidad mexicana. 

No hay comentarios: