viernes, 14 de enero de 2011

Por el agua del amor

En el estado de Chiapas existe una región con vocación de soledad. Allí, hay un pequeño poblado de indígenas -Xinotepec- que viven al margen de los bienes de la civilización pero en el centro de su destino étnico y cultural.

Ilustración: Margarita Nava
La sierra chiapaneca -que obsesivamente dibuja su contorno en el estilo barroco recargado- se ha adueñado de esa población. Por esos rumbos en que no se ha escuchado hablar de ecología, la tala de árboles es la ocupación esencial, y la venta de madera (a precios irrisorios) a los intermediarios que vienen de la ciudad, proporciona lo suficiente para reproducir el hambre y conservar los sueños de inspiración aguardentosa, que por cierto son promovidos por los caciques que dominan el negocio del alcohol. El accidentado cultivo del maíz y del café es el complemento de la actividad económica. 

En la larga lista de privaciones, la falta de agua guarda un lugar destacado. Las mujeres que no tienen pareja son las encargadas de su acarreo, recorriendo diariamente los tres kilómetros que -de ida y vuelta- se hacen hasta una vertiente de agua, la que, de manera persistente aunque sin mayor convicción, se hace presente en el lugar conocido como Xitla.

Se aproximaban las elecciones municipales. El candidato oficial, Luis Alvariza Moreno, era un joven con excelentes perspectivas de carrera política en el estado y con muy buenas intenciones. Había nacido en la ciudad que era cabecera municipal (San Lázaro) y su padre, próspero comerciante de madera, lo había enviado a estudiar la preparatoria y la carrera a la Ciudad de México. Recién había finalizado con éxito sus estudios de Licenciado en Administración de Empresas, en una universidad privada de prestigio.

Al retornar a su estado natal, fue postulado como candidato a presidente municipal (preámbulo ineludible de quien va a más en términos políticos). Estaba a punto de terminar su campaña cuando -contra la opinión de familiares y correligionarios que menospreciaban los poblados de pocos votos- decidió ir a Xinotepec.

Allí, traductor mediante -oficio que desempeñaba el maestro de la escuela unitaria con que contaba la localidad- fue conociendo las costumbres y formas de vida. Lo impresionó mucho la falta de agua y los esfuerzos que ello suponía. Mientras veía a las mujeres -ataviadas con su vestimenta característica- llegar de una en una, cargadas con sus cubetas de agua, mantenía un diálogo dificultoso con los varones, quienes por naturaleza e historia eran cohibidos y jamás miraban a los ojos de su interlocutor. 

Luis salió segundo en las elecciones, fue ampliamente derrotado por el abstencionismo. Se hizo cargo del gobierno municipal.

A los pocos meses de su gobierno envió al Secretario de Obras a Xinotepec con la orden de construir un aljibe. Dio trabajo encontrar el agua, pero se logró. Luego dispuso el traslado de una Trabajadora Social para que enseñara a las mujeres el uso del pozo.

El 15 de agosto fue la inauguración. El gobernador del estado, Licenciado Leonardo Tapia Acevedo (quien por primera vez en su vida visitaba la región y se quejaba del bicherío) cortó el listón azul que estaba sobre la boca del pozo y, con ello, quedó inaugurado el aljibe (que sería una de las 230 obras hidraúlicas de las cuales el gobernador daría cuenta en el informe final de su gestión). El fotógrafo de “El Imparcial” -uno de los dos periódicos del estado- documentaba el acto. Se comió y se bebió.

Pasaron los días y el aljibe quedó en el olvido y cayó en desuso. Las mujeres reanudaron su largo camino por agua. Cuando Luis Alvariza se enteró, su enojo fue considerable y de ese sentimiento le brotaban afirmaciones -que él mismo desestimaba al calmarse- como: “están jodidos porque quieren”, “uno los quiere ayudar y no se dejan”, etc.

Sólo unos cuantos años después se enteró de la verdad. Como esos indígenas son muy tímidos, no se animan a cortejarse públicamente. Entonces los varones saben que las mujeres recorren el camino de una en una y, escondidos en los bordes del mismo, esperan el paso de su candidata. Cuando la divisan, le silban suavecito en total intimidad. Entonces la niña-joven mira. Si deja las cubetas en el piso es señal inequívoca de que quiere con él y se abre la puerta del corazón. Si la joven-niña, después de mirar al pretendiente sigue de largo, la declaración de amor pasa y se la lleva la espesura de la sierra.

El aljibe, con ser imprescindible, no pudo desplazar al camino de los encuentros que -gracias a Dios- es transitado hasta el día de hoy

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