viernes, 21 de enero de 2011

Los relatores de futbol


Entre los oficios de la palabra, desde siempre ha llamado mi atención el de relator de futbol. Las primeras experiencias fueron con quienes trasmitían los partidos por medio de la radio ya que tuvieron que pasar los años para que la televisión hiciera sus pininos en trasmisiones desde exteriores y así surgiera el relator televisivo. No sé si en respuesta a una valoración objetiva o una tradición heredada de mi padre, siempre preferí los relatores radiales a los televisivos por lo que me pertenezco a la especie de quienes optamos durante la transmisión de los eventos futbolísticos por bajar el volumen a la televisión para darle primacía al de la radio.



Muy pronto aprendí, junto con mis amigos del barrio, que los partidos sin relator no saben igual. Así durante aquellos picados (llamados cascaritas en México) jugados en la calle Ramón Massini, con pedazos de baldosas que hacían de portería, el asunto se solucionaba cuando Tito se trepaba a un árbol que daba muy buena visibilidad de lo que acontecía en el terreno de juego y allí instalaba su cabina de transmisión. Cuando lo volví a ver muchos años después aludía al buen pasar económico que hubiese tenido en caso que los anunciantes, que sin saberlo acompañaron aquellos muchos partidos, le hubiesen hecho los pagos correspondientes. 


Hace mucho que dejé de ser fanático del futbol sin embargo aún sigo la transmisión televisiva (con sonido original incluido) de algunos partidos, lo que se ha convertido en un verdadero problema ya que no es raro que termine prestando más atención al relato que al propio partido.
En ocasiones en que el partido es más que muy malo, casi en el límite de lo soportable, algunos locutores deportivos agregan a su relato una emoción digna de mejores causas por lo que entiendo que Fabrizio Mejía Madrid se queda corto cuando afirma que la narración es la mitad de un partido.

Asimismo está quien asegura que el jugador fulano de tal avanza velozmente por la punta izquierda mientras que en realidad el susodicho permanece en el mediocampo con una actitud más bien pre-jubilatoria.

Es así que muchos relatores dan cuenta de encuentros que no existen más allá de su propia mirada, por lo que uno puede sospechar -con buena chance de acierto- que manejan alguna de las siguientes hipótesis, que: todos los que lo escuchamos no prestamos atención a las imágenes que recibimos, somos ciegos o no sabemos nada del deporte que nos convoca.  Me parece que a esta última adhiere Jorge Ibargüengoitia cuando afirma tener la impresión de que si se pasara la imagen de un partido mientras que se transmitiera el comentario de otro, mucha gente no lo advertiría y para validar su intuición propone como experimento transmitir un partido de fútbol, con el comentario de una pelea de box.

Hay otra variante de relatores más sensatos que cuando no sucede nada en la cancha se van por las ramas de un follaje más que generoso: datos biográficos –incluyendo antecedentes familiares- de los jugadores, información socioeconómica y/o culinaria acerca de la ciudad en que se encuentren, características e historia del estadio, informe completo del estado del clima, razones que motivaron los colores de las camisetas de los contendientes, recuerdos de un partido jugado quince años antes, saludos a algún miembro de su familia o a la comunidad de lituanos avecindados en la región de La Laguna y una larga lista de etcéteras. Un buen ejemplo lo proporciona Fabrizio Mejía Madrid

Uno de los partidos del Mundial de México 86, que pasó desapercibido por su mediocridad, fue rescatado por el comentarista. Los televidentes dormitábamos frente al marcador. En eso, comenzó a llover y, como el árbitro era de Arabia Saudita, el comentarista despertó con una frase que hizo historia: "El árbitro está enloquecido; nunca había visto tanta agua junta."

También existen los comentaristas que pertenecen al grupo de los profetas al revés: mientras alaban la brillante gestión de un jugador, éste comete un error de novato; al anunciar que el gol no se hará presente, en ese instante el marcador deja de estar en ceros; mientras analiza que tal goleador anda con la pólvora seca, llega el gol de floritura…

Otra variante está dada por quienes al dar cuenta de un partido de carácter internacional aluden a un nacionalismo de muy bajo nivel al sostener que la dignidad de nuestros pueblos, su pundonor para decirlo con una expresión que les es muy querida, se juega en los noventa minutos (sin considerar los tiempos extras) del duelo en turno. Esta variante, en caso de triunfo, se acompaña de una adaptación de la peor versión de la historia oficial al revestir a los jugadores de héroes arropados con todas las virtudes humanas posibles. Al respecto, señala Ibargüengoitia:

Por otra parte, no hay que perder de vista que la idea de que el deporte estimula la fraternidad humana y produce el acercamiento y la comprensión de los pueblos es una de las mentiras más grandes, más repetidas y más aburridas que se han inventado.
El deporte es una guerra incruenta, es una de las manifestaciones más notorias y más desagradables del nacionalismo. Fomenta el orgullo tribal, que aquí y en China es una cosa pésima, la enemistad entre los pueblos y el desprecio mutuo.
Ahora todos nos sentimos con derecho a decir:
-Estuvimos dominando a los rusos en el primer tiempo.

En caso de derrota, los comentarios serán simétricamente opuestos y podrán concluir con el consabido: jugamos como nunca y perdimos como siempre. 

Debemos reconocer que este oficio cuenta con una envidiable estabilidad laboral cuando sabida es la existencia de médicos, plomeros, ingenieros y electricistas desempleados. Ello no deja de ser milagroso: aunque en realidad haya transcurrido mucho tiempo sin ganar un campeonato o un torneo importante a nivel internacional, las horas-hombre (y mujer, dado que la equidad está llegando al rubro) dedicadas al futbol son innumerables si sumamos: trasmisión de los partidos, comentarios (antes, en medio y después), programas de debate acerca de lo aconteció el fin de semana anterior y de conjeturas en cuanto a lo que se espera suceda en el siguiente, etc. En fin, que me parece que los comentaristas tienen algo de magos y de prestidigitadores: nos hacen ver lo que vemos que no está sucediendo. No quisiera dar la idea pero muchos de ellos tendrían un buen futuro en la crónica política, aunque no podemos dejar de señalar que entre los actuales analistas políticos existen quienes podrían competir de igual a igual en este rubro.

No obstante lo anterior, es justo reconocer que hubo relatores que dictaron cátedra en el oficio y habiendo sido emulados nunca fueron igualados. En Uruguay, contaban los más veteranos, que uno de ellos fue Ignacio Domínguez Riera quien a través de CX 6 Sodre relató los primeros matches disputados en el Stadium Centenario (para decirlo con términos de época) durante el Primer Campeonato Mundial en 1930. Cuenta Raúl E. Barbero que al pasar de los años

Domínguez Riera acompañó sus narraciones con una información que permitía al radioescucha «meterse dentro de la cancha» y seguir el juego como si estuviera protagonizándolo. Bastaba para ello con munirse de una hoja impresa que se distribuía profusamente, donde la superficie del Estadio aparecía dividida en varios cuadros numerados; cuando Domínguez Riera anunciaba: «Fulano atraviesa el cuadro 16», o «La pelota sale al outball por el cuadro 25», el oyente sabía a qué atenerse observando el plano del field.

Cuando llegó la hora del retiro de Domínguez Riera quedó un vacío muy difícil de llenar. Fue nada menos que Carlos Solé, funcionario del Observatorio Nacional, quien asumió el reto de sustituirlo. De ese tamaño fue la figura de don Carlos quien con el devenir de los años se convertiría en el número uno y quien, al decir de Hugo Alfaro, “tenía la garganta conectada por vínculos sutiles al corazón y el sistema nervioso de los uruguayos”. Sus escuchas otorgaban tanta credibilidad a su relato que no lo abandonaban ni aún estando en el propio estadio. El mismo Alfaro sostiene

Al extenderse el uso de las radios a transistores, se hizo común ver en las canchas a los aficionados con ese adminículo pegado a la oreja: le daban más crédito a lo que escuchaban que a lo que veían. En una de sus historietas Julio Suárez inmortalizó esa situación de dependencia. Estando el Pulga y la Porota en la (tribuna) Colombes vieron un golazo de Juan Alberto Schiaffino, pero en lugar de festejarlo la Porota exclamó: "¡Qué lástima, viejo, no estar en casa para escucharlo por radio!".

Desde 1946, y hasta su retiro, Solé pasa a CX 8 Radio Sarandí en donde con aprobación popular será identificado como El Relator y  –de acuerdo a Raúl E. Barbero- impone un estilo inconfundible gracias a una voz privilegiada y a la introducción de modismos de lenguaje que lo identifican plenamente (“intensas precipitaciones pluviales se abaten sobre el Estadio”). Seguramente su relato más famoso correspondió a la primera vez que acompañó a la celeste en un torneo internacional: nos referimos a la hazaña de Maracaná alcanzada en la histórica final el 16 de julio de 1950. Tiempos en que el futbol era otra cosa y la situación económica de muchos jugadores era más que precaria lo que impulsó a que desde otra emisora, CX 18 Radio Sport, en cadena con El Espectador, se promoviera una colecta popular para reconocer a aquellos futbolistas que contra todo pronóstico resultaron campeones del mundo.

Con la ausencia de Carlos Solé quedó vacante el lugar de El Relator, si bien Heber Pinto y Víctor Hugo Morales contaron con auditorios de consideración. Es precisamente a Víctor Hugo, quien luego continuara su ascendente carrera en Argentina, a quien Alfaro sitúa como protagonista de una anécdota que luego he escuchado referida a otros jugadores en otros países, “a Nelson Mulethaler, el 10 de Wanderers, el perseguidor; corría tanto, tanto, durante los noventa minutos, que un día Víctor Hugo Morales le preguntó si tenía tres pulmones: ‘No -contestó con humildad-, uno solo, como todo el mundo’.”

En México, donde la pasión futbolística ha ido creciendo con el paso de los años,  es don Ángel Fernández quien sin ningún lugar a dudas encabeza a los relatores de gran estirpe. Sus metáforas y apodos hicieron historia; Juan Villoro nos invita a disfrutar de algunas de ellas:

El rapsoda del estadio Azteca se desentendió del discurso objetivo y convirtió la cancha en un pretexto para la metáfora. Enemigo de la mesura, creó un tejido narrativo en el que intervenían poemas, canciones, anécdotas y epigramas que delataban el eléctrico estado de su mente. Cuando Cristóbal Ortega debutó con el América dijo en forma inolvidable: «Señoras y señores, hemos vivido en el error: ¡América descubrió a Cristóbal!» Sus alardes fueron legión... Un lateral alemán avanzaba con enjundia: «Ahí viene Hans Peter Briegel, que en alemán quiere decir 'Ferrocarriles Nacionales de Alemania'». Un jugador se encaraba con otro: «'El Alacrán Jiménez', echando mano a sus fierros como queriendo pelear». Enrique Borja, de célebre nariz, se convirtió en el «Gran Cirano», y Cabinho, delantero que se reía al fallar goles, en el «Hombre de la Sonrisa Fácil». El bautizador universal apodó equipos enteros: el Cruz Azul de la gran época (·”la máquina que pita y pita”) se transformó en «La Máquina Celeste», imagen que desbancó al fabril mote de «Cementeros». En plan humorístico, Ángel ofrecía falsas explicaciones de lo real. Cuando la cámara se acercaba a las siglas en el pecho de los soviéticos (CCCP), comentaba: «¿Saben qué significa eso? ¡Cucurrucucú Paloma!» (…)

Dueño de un timbre poderoso, convertía el juego más aburrido en epopeya: «¡Se hunde la nave…., niños y mujeres primero!» (…)

Algunas de sus frases eran joyas para conocedores. Cuando el portero alemán Schumacher estuvo a punto de matar a un delantero, exclamó: «Le hundió el acero hasta donde dice 'Solingen'». Tardé años en saber que los mejores cuchillos alemanes llevan en la hoja el nombre de .la ciudad donde fueron fundidos: Solingen.

Un detalle en apariencia trivial le servía para resumir un destino. Una tarde participamos en una presentación con el Pipiolo Estrada, mítico portero del Necaxa. Ángel encogió los dedos y dijo: «Tengo las manos engarrotadas de tanto treparme a las alambradas del Parque Asturias para ver jugar a este hombre. El Pipiolo tenía todo lo que yo quería tener y no podía ser mío. Ustedes se preguntarán qué era eso... ¡Un suéter de cuello de tortuga!» ¿Hay mejor forma de recordar la elegante estampa de un guardameta que esta significativa bagatela?

Sí, ya lo se. Con el paso de los años el riachuelo de la nostalgia empieza a arremeter con sus crecidas pero, que me perdonen tanto Alberto Kesman como Enrique -el perro- Bermúndez, con la ausencia de Carlos Solé y Ángel Fernández el fútbol ya no es lo que era.

1 comentario:

Pancho Bustamante dijo...

Gerardo: quizá uno de los acontecimientos más importantes de la vida de Carlos Solé como relator deportivo fue cuando los tupamaros interfirieron su relato del partido Nacional vs. Estudiantes de la Plata en Montevideo en 1969 por la final de la Copa Libertadores y leyeron una proclama. Lo hicieron con la ayuda de su hijo Carlos que se hizo franquear el acceso a la planta trasmisora sin despertar sospechas de la guardia e hizo entrar a sus camaradas guerrilleros. De allí en adelante, su hijo pasó a la clandestinidad. Dicen algunos, yo aunque recuerdo el hecho anterior, no doy fe de éste, que don Carlos le mandaba mensajes entremeaclados en su relato futbolístico. Algo así, como: "Toma la pelota Rocha, se la pasa a Spencer, entregate Carlitos, que avanza hacia el área rival, entregate Carlitos".

saludos, Pancho