martes, 1 de noviembre de 2011

Enemigos a la medida

Muy pronto en la vida aprendemos a diferenciarnos: por una parte estamos  nosotros y por otra ellos. Los vínculos con los otros pueden ser de encuentro, indiferencia,  hostilidad…

Es frecuente que la afirmación de la propia identidad se haga a expensas de un otro que, con mucha frecuencia, deviene en enemigo; al decir de Martín Caparrós

Hay que armarse un buen enemigo, porque un enemigo sirve para muchas cosas: produce identidad –nosotros somos los que nos peleamos contra ésos–, produce cohesión –nosotros estamos peleando contra ésos así que no vamos a discutir entre nosotros–, produce un orden –aquí estamos nosotros, allá ellos. Así que buena parte de la astucia de un proyecto consiste en saber hacerse su enemigo.

La frontera, dice Claudio Magris, es un dios que a veces exige sacrificios de sangre. No han faltado situaciones peculiares que han tenido lugar en los límites del territorio considerado propio, como la narrada por Anthony de Mello.

Durante una de las recientes guerras entre la India y el Paquistán, unos oficiales del ejército paquistaní fueron hechos prisioneros por los indios y custodiados como correspondía a su rango hasta el final de las hostilidades.
Cuando llegó el día de devolverlos a su patria, se presentó un oficial indio, los puso en libertad, los acompañó hasta el límite de los dos países y les dijo:
-Aquella línea de árboles que ven ustedes es la frontera entre la India y el Paquistán. Una vez que la crucen, estarán en su tierra. ¡Buena suerte!
Los oficiales paquistaníes, al divisar su tierra, se llenaron de alegría, salieron corriendo, pasaron la línea de árboles y, al llegar a suelo paquistaní, se arrodillaron y comenzaron a besarlo, a derramar lágrimas de gozo y a decir:
-¡Oh, Madre Paquistán! Te amamos, te servimos, te veneramos. Hemos sufrido por ti, y por ti sufriríamos mucho más, hasta derramar gustosos nuestra sangre por tu seguridad y tu gloria. Sólo el pisar otra vez tu bendito suelo nos hace felices.
En eso estaban los fervorosos oficiales cuando se les acercó corriendo, por detrás, el oficial indio, que blandía unos papeles en su mano y comenzó a decirles en cuanto consiguió que le prestaran atención:
-Ustedes perdonen, señores, si les interrumpo, pero ha habido un error. Acabo de mirar bien el mapa, y Paquistán no comienza en esta línea de árboles, sino en la siguiente que ven ustedes cien metros más allá. El terreno en que están ustedes es todavía la India. Tengan la bondad de trasladarse un poco más allá, y estarán en su casa. Espero no les haya causado ninguna molestia, y vuelvo a presentarles mis excusas.

Piero Zannini, citado por Oliviero Ponte di Pino, da cuenta de una manera diferente de ver las cosas en una de tantos enfrentamientos por territorios.

Un día, la gente que fue a la central de Correos de Sarajevo leyó en un muro el letrero “Esto es Serbia”; la guerra había estallado hacía ya un año. Al día siguiente, alguien había tachado la provocadora inscripción, pero había agregado otra: “Esto es Bosnia”. Pero el intento de poner las cosas en su sitio duraba sólo el espacio de una noche. Al día siguiente, en efecto, alguien trató de nuevo de poner orden en la geografía de la antigua Yugoslavia, tachó a su vez la inscripción del día anterior y, con la cruda lucidez de quien no quiere resignarse a las idioteces ajenas, escribió: “¡Esto es Correos, estúpidos!”.

 De más está decir que en este contexto de animadversión nosotros somos los buenos y ellos los malos. La culpa siempre es del otro. El equivocado, el culpable, el provocador, el victimario siempre es el enemigo ya que en caso contrario acabaría por dejar de serlo. Elías Canetti profundiza al respecto.

El enemigo viene como anillo al dedo, pues él fue quien pronunció la sentencia, él dijo “¡morid!” primero. Sobre él recae lo que él mismo dirigió contra los demás. Siempre es el enemigo el que empezó. Si quizá no fue el primero en decirlo, al menos lo planeaba, y si no lo planeaba, ya lo había pensado para sus adentros; incluso si aún no lo había pensado lo “habría” pensado en breve plazo.

Por tanto, quien no tenga identificados claramente a su enemigo se verá en aprietos, tal como describe Umberto Eco

Una vez me encontraba en un taxi en Nueva York, y el conductor, que era paquistaní o indio, me preguntó de dónde era. Contesté que de Italia, y él quiso saber dónde se encontraba ese país. Me di cuenta de que tenía ideas muy vagas, como si le estuviera hablando de Surinam a un italiano, y él siguió preguntándome: “¿Qué idioma habláis?”. “El italiano”, dije, y él me preguntó: “¿Y cuál es vuestro enemigo?”. Le pregunté qué quería decir, y me contestó que cada país tiene un enemigo contra el que lucha desde hace siglos. Le contesté que no tenemos. Y me miró muy mal, porque un pueblo sin enemigo era poco viril.

 Sin embargo, el propio Eco cambió su forma de ver las cosas al descubrir que el enemigo puede venir en diversas presentaciones.

Pero luego reflexioné: nuestro enemigo es interno. A lo largo de toda nuestra historia nos hemos masacrado unos a otros, y ésa es también nuestra manera de entender la política.

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