miércoles, 11 de abril de 2012

El automóvil, una historia en marcha

El automóvil hace su aparición a fines del siglo XIX generando temores y resistencias de todo tipo que cuestionaban la viabilidad del invento. De acuerdo con Héctor de Mauleón, fue un junior porfiriano -Fernando de Teresa- quien en 1895 importó un automóvil desde París y cuando salió a las calles de la ciudad de México para probarlo “se armó tal escándalo que el ministro de Gobernación, Manuel Romero Rubio, hizo acto de presencia y se convirtió en el primer copiloto del automovilismo mexicano”. Según de Mauleón “los voceadores anunciaron al día siguiente la aparición de ‘¡El coche del diablo!’: una máquina que se movía sin necesidad de ser tirada por caballos.”
Una década más tarde, el tema seguía siendo muy controversial y a ello se refiere Ángel de Campo en el periódico El Imparcial el 10 de diciembre de 1905.

No hace muchos días, un caballero adquirió un automó­vil; recibió varias lecciones para dirigirlo del chauffeur de la agencia vendedora; se creyó bastante hábil para mane­jar el cetáceo, se lanzó en él por esos mundos, y cuando quiso detenerlo, no pudo; trocó los frenos, perdió los bártulos, equivocó las llaves, hizo marañas de las palan­cas, extravió la moral y optó por dejar que la máquina anduviera hasta agotar la gasolina; total: cerca de doce horas de rehilete involuntario.
En estos momentos siembran el pánico en las calles de esta capital ciento veinte automóviles, y no existe, que yo sepa, un instituto, un gimnasio, una escuela elemental siquiera, donde los suicidas aprendan el manejo de todas las tretas que esos monumentos poseen.
Un automóvil tiene más llaves que una locomotora y más caprichos que un caballo mañoso; y sin embargo, lo tri­pula cualquier aficionado sin título y sin fianza preventiva.

Sin embargo, continúa Ángel de Campo, el automóvil también tiene sus ventajas y haciendo números no parece ser tan mala opción.

Pero he aquí las razones que me dio un agente para que rematara yo un coupé de medio uso, sus caballos y guarniciones, para hacerme de una bonita máquina y vo­lar con los once puntos que la civilización requiere.
—Ciertamente, un automóvil de bandera amarilla cues­ta, cuando menos, tres mil pesos; pero en cambio, supri­me las distancias y borra de una plumada el costo de una caballeriza; la manutención de los caballos; la iguala con el veterinario; los sueldos del caballerango, lacayo y cochero; las velas de los faroles; la esponja y cubetas y ayates y almohazas para la limpieza del vehículo y de las bestias de tiro, y suprime de un golpe el desembolso de enormes cantidades para pasturas. ¡Con sólo las “sisas” de la paja, cocheros hay que visten a sus mujeres en el París Charmant, van a la sombra de los toros, poseen su predio en la colonia Americana y le hablan de tú al Nuncio!
“El automóvil, Míster, independiza a uno; subido en él se siente uno amo; no hay caballo que se le arme ni ti­rante que se le reviente; y se economiza el tiempo: Time is money.”

En el transcurso del siglo XX los automóviles fueron ganando terreno, no sólo como medio de transporte sino en tanto indicadores de prestigio social. Dime qué marca y modelo manejas y te diré quién (crees que) eres.
Por otra parte, para muchas personas los vehículos constituyen su medio de subsistencia, son aquellos que integran el gremio de obreros del volante. Tantas horas de manejar el taxi, pesero o camión con las consiguientes preocupaciones por el estado mecánico de los mismos, lleva a interpretar la realidad en claves propias del oficio. Eutimio Mérida Peña ofrece un ejemplo de ello al citar el discurso de un taxista, apodado “El Comando”, que presenta las necesidades de la ciudad de Tapachula, Chiapas, ante José Antonio Aguilar Bodegas quien pretendía gobernarla.

Mire licenciado, Tapachula está a punto de desbielarse; los anteriores alcaldes han sido unos cafres al manejarla; la cuenta que han hecho (participaciones) solo ha sido para la bolsa de ellos, por eso se han olvidado de hacerle afinación mayor y revisarle el motor; bueno, con decirle, licenciado, que ni siquiera le han medido los niveles...
Tapachula, licenciado, está tirando aceite; se jalonea. ¡Y a gritos pide hojalatería y pintura! El único que le dio una asentadita de válvulas, le cambió bujías, platino, condensador y le reparó medio motor, fue Melgar Aranda. Después de él, ningún alcalde se ha preocupado por darle mantenimiento o hacerle alineación y balanceo.
Tapachula, licenciado —seguía diciendo El Comando- carece de luz alta (alumbrado público); a sus calles ya se le ven las lonas (baches) y por donde quiera se le calienta mucho el motor (prostitución clandestina)...
Con relación a los funcionarios municipales —manifestó- todos necesitan cambio de balatas para que se frenen, porque el que no rebasa en curva, se pasa los altos. Por eso los taxistas le pedimos, licenciado, que cuando usted sea alcalde, el funcionario que ande acelerado o cascabeleando, por favor, cancélele su tarjeta de circulación y mándelo al deshuesadero o al corralón.
El próximo 20 de Noviembre —enfatizó el Comando- todos los taxistas acudiremos a las urnas con Licencia de Manejo en mano (Credencial de Elector) a votar por usted. Y aquí le paro, licenciado, porque nuestro Secretario General don Jesús Rodríguez Mejía me está diciendo en señas que el semáforo indica luz roja; me dice que ya no siga tocando el claxon (hablando) porque de lo contrario, me pueden infraccionar. ¡He dicho!
El tiempo ha pasado y actualmente existe controversia respecto al futuro del automóvil. Han aumentado críticas y reclamos en relación a los daños causados por el parque automotriz al medio ambiente, principalmente en lo que tiene ver con la contaminación y el ruido. Es posible prever que en un futuro próximo habrá modificaciones importantes en sus fuentes de energía con lo que se viene experimentando desde hace algunos años. Asimismo son muchos quienes reivindican el regreso a la  bicicleta como forma más económica, ecológica y saludable de transportarse.
Vaya paradoja: a veces el futuro se encuentra en el pasado.

No hay comentarios: