martes, 1 de mayo de 2012

Cuestiones del exilio


Muchos fueron los uruguayos que tomaron el camino del exilio a lo largo de los tristes y dolorosos años de la dictadura. Como lo canta Jaime Roos (“Uruguayos, uruguayos, ¿dónde fueron a parar?”) la diáspora se extendió por diversos países y para aquellos que tenían vedada la posibilidad del retorno, el exilio resultaba aún más doloroso. La permanencia en el país de llegada tenía muchos y variados costos: disgregación familiar, desarraigo, dificultades de integración, idealización de lo que quedaba atrás, subestimación de la cultura del país de arraigo, riesgo de vivir en ghettos, etc. (ya después vendría el tiempo de agradecer a los países de acogida). Pero también hubo otros desafíos entre los que no fue el menor mantener las convicciones ideológicas en entornos diferentes. Hubo quienes conservaron sus principios, también se dio el caso de aquellos que viviendo cambios radicales no renunciaron a la esencia de sus convicciones y asimismo se presentaron situaciones de flagrante contradicción entre el decir y el hacer.
Oscar Orcajo, entre las situaciones vividas en su propio exilio, da cuenta de lo acontecido a un compatriota que residía en Italia.    

(…) estaba en la lona y se pasaba despotricando contra los tanos, que discriminaban y explotaban a los tercermundistas, aprovechándose de sus necesidades. Los compañeros lo ayudaron a él y a su familia. Por suerte la cosa se fue arreglando y levantó cabeza. Ya trabajaba por su cuenta y a veces se asociaba con algunos amigos de la colonia para alguna tarea que requería servicios múltiples: albañilería, pintura, electricidad. Una vez los llamaron para reformar una oficina; era un trabajo grandecito. Entre otras cosas había que tirar abajo un muro y sacar azulejos. Estaban discutiendo dónde conseguir mano de obra para estas tareas, cuando el ex-desocupado se despachó con la propuesta de “contratar a los negritos de Frascati, que laburan por cuatro pesos”. Los “negritos” eran africanos, que recién habían llegado al país y vivían en condiciones inhumanas, en un pueblo cercano a Roma.

Este tipo de comportamientos no fueron predominantes entre los exiliados, pero lo cierto es que hubo quienes no pudieron (¿pudimos?) hacer que sus convicciones se mantuvieran firmes por encima del tiempo y el espacio.  

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