Algo que desde siempre se juzga como muy conveniente es la cercanía con
el poder, ya que ello supone acceder a privilegios, canonjías y favoritismos
que los poderosos distribuyen con total arbitrariedad. Así hay quienes son
expertos en procurarse los medios que les permitan aproximarse a los círculos
de poder.
Ilustración: Margarita Nava |
Sin embargo hubo monarcas que, guiados por otros principios pedagógicos,
no siguieron esta tradición. Al respecto dice Paul Tabori que Enrique IV
(…) dio instrucciones especiales al tutor de
su hijo para que le aplicara una buena azotaina cuando el niño se portara mal.
En una carta fechada el 14 de noviembre de 1607 escribe lo siguiente: “Deseo y
ordeno que el Delfín sea castigado siempre que se muestre obstinado o culpable
de inconducta; por experiencia personal sé que nada aprovecha tanto a un niño
como una buena paliza”.
Por otra parte, Rafael Escandón refiere una variante
sobre este mismo tema.
Caminaba la reina Victoria con una
amiga por los jardines del palacio Buckingham y de repente escucharon unos
gritos; era que el hijito mayor, que acababa de cumplir los nueve años, le
proporcionaba una colosal paliza a un compañero suyo.
-¿Qué pasa? -inquirió la reina.
-Nada -respondió el muchacho-, sólo le
estaba mostrando que yo soy el Príncipe de Gales.
-¿Conque así es la cosa? -interrogó la
reina Victoria, mientras tomaba del brazo a su hijo (el futuro Eduardo VII) y
lo ponía en sus rodillas para castigarlo-. Ahora te quiero mostrar que soy la
reina de Inglaterra.
No tengo noticias acerca de si en las monarquías actuales
queda huella de esta tradición. Sin embargo considero que en muchas de las
repúblicas contemporáneas cuando quienes detentan el poder equivocan sus
decisiones, actúan en forma errática o se “enriquecen inexplicablemente” hacen
recaer sobre otros los costos de dicho proceder, convirtiendo así a los
ciudadanos de a pie en una versión actualizada de niños o adultos de los azotes.
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