Todos
requerimos de espacios que nos permitan descargar aquellas tensiones y
violencias de las cuales también están hechas nuestras vidas. Y existen
diversos modelos de aliviane personal. Hay quien saca su furia interior en el
día a día pero también están aquellos que aparentemente no lo requieren hasta
que en un momento la explosión es de consideración ante lo cual los conocidos
sólo atinan decir: “sí parecía que no mataba ni a una mosca…” o “el que aparentaba
no romper un plato, acabó con toda la vajilla…”
Las
formas más sofisticadas para expresar el enojo son la ironía y el sarcasmo, sin
embargo las más habituales son con las llamadas malas palabras que, de acuerdo
con Isidro Más de Ayala, tienen como función distender el ánimo contrariado.
Son como un alivio frente a una contrariedad,
y una válvula de escape que afloja nuestros nervios en instantes de cólera o
fastidio. Estamos seguros que el lector reconocerá que no es necesario que
presentemos ejemplos de esta función detergente de las malas palabras, escape
del ánimo en tensión, válvula de seguridad frente al enojo pronto a estallar
por los brazos o los pies. Si la educación es tan cuidadosa en prohibir al niño
que diga malas palabras es porque se está seguro de que, de grande, las va a
decir, pues no se prohíbe lo que no puede tener lugar.
En
esta última afirmación se descubre que el texto anteriormente citado procede de
varias décadas atrás ya que actualmente no existe tanto cuidado por el lenguaje
empleado. Por otra parte, no deja de llamar la atención el descubrimiento de
que las malas palabras emitidas por un boca sucia tienen una función detergente.
También
hay quienes exorcizan sus demonios en la creación artística, en el baile, en el
encuentro con los amigos o bien –y es una de las formas más recurridas- asistiendo
a la cancha de futbol. De ahí que Más de Ayala identificara al Estadio
Centenario con un gran Insultorio.
En todas las grandes ciudades modernas
existen sitios destinados para que la colectividad vaya periódicamente a ellos
a descargar sus enojos. Nuestro Montevideo no podía ser la excepción y tiene su
lugar destinado para tal fin: es el Estadio Centenario, donde semanalmente
concurren decenas de miles de personas a cumplir aquella sana función de
desahogo. Se paga una entrada, se toma asiento en una tribuna y se es libre y
dueño de dirigir todos los insultos que se quieran a unas personas que, allá
abajo y dentro de un alambrado, hacen algo que a veces se parece a un partido
de fútbol. Es de práctica dirigir de preferencia los insultos peores y de mayor
calibre al árbitro (...)
Todo un variado y rico repertorio que va
desde "Cabeza de huevo" hasta "Juez del Crimen", pasando
por alusiones veladas a sus progenitores más inmediatos está permitido. El
empleado que ha trabajado a presión toda la semana y que tiene un patrón
severo, se desquita con el árbitro o el centre-forward: chorro, animal crónico,
son los dulces nombres que les prodiga con generosidad. El empleado postpuesto,
el obrero mal pagado, el comerciante agobiado de impuestos, el político no
votado, van al Insultorio Centenario y allí dicen todos los denuestos y
blasfemias que quieran.
El
mismo autor arriba a otra conclusión importante: los precios de las localidades
están en función de sus propiedades insultorias.
El precio que debe pagarse por las
localidades está en relación con el mejor impacto que pueda hacerse desde
ellas. La platea y la tribuna América son las localidades más caras porque
están cerca del túnel donde salen y entran los jueces y jugadores y al alcance
así de las palabras. La
Olímpica cuesta menos porque allí el pouchingball es sólo el
linesman de ese lado. Y los Taludes son los más baratos porque desde ellos sólo
alcanzan los insultos a la espalda de los goleros.
De
esta manera, continúa su análisis, los
insultos proferidos tienen que ver con el nivel socioeconómico de sus emisores.
A las personas de las clases sociales más
cultas se les ubica en una división especial llamada Palco Oficial. Los
denuestos que de allí salen son de una calidad más distinguida que los que
proceden de las tribunas. Así cuando a un Juez desde la Tribuna América se
le grita "¡Ladrón de los caminos!", desde la Olímpica : "¡Juez del
Crimen!", desde la Ámsterdam: "¡Chorro inmundo!", y desde las
Taludes (tachado por la
Dirección ), desde el Palco Oficial se le llama "¡Arbitro
venal!" A veces, es cierto, se escucha procedente del Palco Oficial alguna
palabrota propia de las localidades baratas, pero es algún colado que llegó allí
como los del Talud que saltan para las Tribunas.
Otro
aspecto que hace notar Más de Ayala es la proximidad en que se encuentra el
Estado Centenario respecto a otras instituciones asistenciales.
Teniendo en cuenta su finalidad de asistencia
pública, el Insultorio ha sido construido junto a los otros bloques
asistenciales de la ciudad: el Hospital de Clínicas, el Instituto
Traumatológico (con el que lo une un túnel) y el de Enfermedades Infecciosas
donde está a estudio el virus supertóxico extraído de la saliva del hincha
rabioso. (...)
Y para aquellas personas a quienes no les
alcanza el diálogo socrático y tienen necesidad de pegar un balazo se dispone
allí mismo, a pocos metros, del Polígono de Tiro donde pueden realizar su deseo
de ejecutar un tiro real. Como vemos, están previstas y llenadas todas las
necesidades correspondientes a los saludables desahogos de la colectividad.
Y uno
se pregunta que diría hoy Isidro Más de Ayala ante tanta violencia absurda e
irracional dentro y fuera de las canchas de futbol; cuando imperan las barras
bravas; cuando alguien es asesinado por ser partidario del cuadro rival; cuando
se considera una hazaña robar y quemar la bandera del equipo contrario; cuando
un clásico se transforma en problema de seguridad nacional; cuando en una
tribuna ya no pueden coexistir las parcialidades contrarias; cuando… No sabemos
qué diría el multicitado autor pero el texto citado a continuación podría ser
una aproximación a su opinión.
Existen personas absurdas que se toman a
golpes en el Insultorio, lo que equivale a tocar la pelota con la mano cuando
se está jugando al fútbol. Son seres no evolucionados, que no comprenden la
finalidad derivativa del espectáculo, pertenecientes al mismo grupo de
inmaduros que toman en serio los insultos que se reciben cuando se maneja un
auto en la ciudad. Las blasfemias lanzadas desde el volante, como los denuestos
dichos en el fútbol, son derivativos, supletorios, detergentes, y quien insulta
y además se pelea resulta tan ilógico como un hipertendido que se hiciera una
sangría y que además después tuviera una hemorragia.
Lo repetimos, porque vemos domingo a domingo
que es necesario; la finalidad del Insultorio Centenario es sólo y nada más que
el insulto. Allí, cómodamente sentados, en mangas de camisa o en solera,
hombres y mujeres, grandes y chicos, suegras y yernos, deudores y acreedores,
blancos y colorados, árabes y judíos, están todos de acuerdo: insultar al juez
y a los linesmen, mientras toman café, beben coca cola, comen pop con vitaminas
acarameladas o helados con clorofilas sintéticas.
¿Qué
nos aconteció?, ¿cómo fue que el Insultorio se fue volviendo insuficiente para
descargar nuestra violencia?, ¿por qué concurrir al estadio deja de ser una
opción para muchas familias?
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