Con razón
se ha señalado el error en que incurrimos cuando decimos que el tiempo pasa,
cuando en realidad somos nosotros los que pasamos en el tiempo. Asimismo
existen distintas maneras de representar al tiempo, por lo general se lo
percibe como una línea (la llamada línea del tiempo). También hay culturas que
lo representan como un espiral en el está en juego su propia existencia ya que
en la línea uno se aleja irremediablemente de los acontecimientos del pasado,
mientras que el espiral procura conjurar el olvido al recordar cíclicamente el
pasado (en particular aquellos acontecimientos que es muy importante evocar con
regularidad como forma de impedir el que vuelvan a ocurrir).
Illustración: Margarita Nava |
En un
trabajo titulado “El mundo actual y sus desafíos” señalábamos que actualmente
–retomando la expresión de Heidegger- “el tiempo se ha transformado en rapidez”,
por lo que no es fácil seguirle el paso a nuestra época. Estamos inmersos en
una cultura donde lo instantáneo e inmediato adquiere valor fundamental
mientras que, por el contrario, existe pérdida de paciencia y cualquier espera
mínima (por ejemplo frente a la pantalla de la computadora) nos parece una
pequeña eternidad.
Y
agregábamos que los nuestros son tiempos “adelantados”: la adolescencia cada
vez llega antes, los productos y adornos navideños se exhiben desde comienzos
de noviembre, las campañas electorales dan inicio dos años antes de las
elecciones… Pero no sólo se trata de que vivimos en tiempos acelerados sino
también imprevisibles: muchos de los cambios que se han presentado en décadas
recientes no pudieron ser anunciados ni con un mínimo de antelación. De allí la
sensación de que esas transformaciones irrumpieron súbitamente en la historia;
en síntesis, no vivimos épocas propicias a los pronósticos confiables. Según
Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut
Sucede cualquier cosa menos la que está prevista, nadie termina su vida tal como la había programado. Y éste es el milagro de nuestro tiempo: vivimos, es evidente, una “época formidable”, hay que admitirlo sin la menor ironía. Pues los períodos más apasionantes son siempre los períodos de las grandes inseguridades y angustias, o sea también los períodos de gran confrontación. De ahí puede salir tanto lo peor y más inmundo como los mejor y los matrimonios más increíbles.
Resulta
evidente el ritmo vertiginoso que adquieren los cambios; de allí la pertinencia
de lo expresado por Paul Valéry en cuanto a que “el futuro ya no es lo que
era”.
Por todo
ello las cosas se complican a la hora de valorar los cambios que se han venido
produciendo y las opiniones a ese respecto están muy polarizadas. Por ejemplo,
en cuanto a las novedades tecnológicas hay quienes las valoran como una mejoría
indiscutible para el desarrollo humano pero tampoco han faltado críticos como
José Narosky para quien: “La tecnología ayuda a avanzar. Y a retroceder”.
Incluso respecto a la noción de progreso, Ernesto Sábato plantea una singular
paradoja: “A veces el progreso es reaccionario”.
Tal vez el problema sea que, uniendo lo señalado previamente, con las prisas en las que vivimos no nos tomamos el tiempo necesario para hacer una evaluación sensata de las transformaciones. En esto, como en tantas otras cosas, la sabiduría de la cultura china puede ayudar a orientarnos y a tales efectos conviene citar un ejemplo. En 1989 se dieron cita en Francia los mandatarios de muchos países que fueron invitados para sumarse a la celebración de los doscientos años de
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