Ilustración: Margarita Nava |
El director general de la maquila que era muy buena gente tuvo conocimiento que el chef de un importante hotel había quedado sin trabajo. Lo contrató y le pidió que mejorara el sabor y calidad de los alimentos que se elaboraban para las obreras. Sabido es que en los comedores de las fábricas no está permitido llevarse la comida que sobra para la casa. De ahí que por lo general en las bandejas no queda nada.
La sorpresa fue mayúscula cuando a partir del nuevo menú,
las obreras no comían y las bandejas se retiraban tal como eran servidas.
Aquello era muy ilógico: la comida mejoraba y sin embargo no gustaba. Para
averiguar lo que sucedía, y con un accionar ético cuando menos polémico, se
contrató a una psicóloga que entró a la planta camuflada como nueva obrera y
con el cometido de aclarar el enigma.
Al poco tiempo se esclareció la situación. Las mujeres reconocían que la comida era muy sabrosa y de alta calidad pero no estaban dispuestas a comer aquello que luego, al llegar a su casa, no podían servir a sus hijos. Entonces, la respuesta casi unánime era no comer.
Al poco tiempo se esclareció la situación. Las mujeres reconocían que la comida era muy sabrosa y de alta calidad pero no estaban dispuestas a comer aquello que luego, al llegar a su casa, no podían servir a sus hijos. Entonces, la respuesta casi unánime era no comer.
La solución fue servir dos porciones, una más aguada para comer allí y otra más seca que se autorizó llevar a las casas. Ahora sí, las obreras comían a gusto y elogiaban los diversos menús que preparaba el chef.
No hay comentarios:
Publicar un comentario