Cuando los libros se van de viaje
Aunque no estén ustedes para saberlo ni yo para contarlo, les comento que divido
mis errores en efímeros y persistentes (aquellos que, por no aprender de la
experiencia, se presentan en forma recurrente y a estas alturas se han
convertido en especialidad de la casa). Ahora bien los hay de muy diversas
magnitudes: algunos son verdaderos pesos pesados en mi existencia, mientras que
otros producen repercusiones menores.
Como no es cuestión de andar ventilándose por la vida, me voy a referir a
uno de estos últimos. Sin ser grave aparece puntualmente, me está esperando
cada vez que emprendo viaje. A la hora de la salida, en los aprontes previos
siempre dedico tiempo para seleccionar los libros que me acompañarán en el
periplo. Obviamente la cantidad y tamaño de los mismos varía según sea un viaje
de fin de semana o de un par de meses; si se trata de cumplir con un compromiso
laboral en otras ciudades o de disfrutar mis vacaciones. Sin embargo, en cualquiera
de sus variantes el final es predecible ya que muchos de esos libros regresan
sin haber sido leídos. Contrariado por esto, al desarmar la maleta me
comprometo ¡ahora sí! a enmendar el error de tal forma que en la próxima
oportunidad únicamente llevaré los libros que pueda leer. Pero al retorno del
siguiente viaje, acontece lo mismo y una vez más me comprometo ¡ahora sí!...
¿Será acaso que aspiro a tomar un curso de lectura veloz en mi lugar de
destino?, lo que, por otra parte, es bastante improbable ya que tengo cierta
aversión a estas propuestas en particular por el comentario de Woody Allen al
respecto: “Tomé un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme La Guerra y la Paz en veinte minutos.
Creo que decía algo sobre Rusia.” ¿Podrá ser que el error está en suponer que
durante el viaje dejaré de lado obligaciones e intereses varios para concentrarme
en una especie de seminario intensivo de lectura? ¿Será que tengo ilusiones de
contratar negros, ya no que escriban
sino que lean a mi nombre? Lo cierto es que no doy con la tecla y continúo sin
solucionar el problema.
Hace pocos días regresé de un nuevo viaje con muchos libros sin abrir, pero
algo nuevo aconteció. Tomé notas textuales de uno de los que sí alcancé a leer:
Todos los turistas acarician una ilusión, acerca de la
cual no hay ningún caudal de experiencia que pueda curarlos. Imaginan que
encontrarán el tiempo, en el curso de sus viajes, para leer muchísimo. Se ven a
sí mismos, al final de un día de paseos o visitas en coche, o mientras están
sentados en el tren, pasando estudiosamente las páginas de todas las obras
vastas y serias que, en tiempos normales, nunca encuentran el momento de leer.
No es difícil comprender que el tema me haya atrapado por lo que seguí leyendo
cada vez más interesado. “Comienzan por un tour
de dos semanas en Francia, llevándose La
crítica de la razón pura, Apariencia
y realidad, las obras completas de Dante y La rama dorada.” Igual que yo –pensé- mientras seguí leyendo cada
vez más interesado. “Regresan a casa y descubren que han leído algo menos de un
capítulo de La rama dorada y las
primeras cincuenta y dos líneas del Infierno.”
Igual que yo –añadí para mis adentros. Por si fuera poco, un poco más adelante queda
claro que el autor me dedica sus reflexiones: “Pero eso no les impide llevarse
la misma cantidad de libros la siguiente vez que emprendan un viaje.” De esta
forma Aldous Huxley, autor del texto, no solo quitó originalidad a mi problema
sino también modernidad si tomamos en cuenta que escribe esto en 1925.
Una vez que caracterizó la situación (que podríamos identificar como “síndrome
de expectativas desmedidas de lectura antes de iniciar un viaje”), concluye
dando pistas que puedan conducir a la solución del problema.
Las cualidades esenciales de un buen libro de viaje son
las siguientes. Tiene que ser una obra de tal tipo que uno pueda abrirla en
cualquier parte y estar seguro de encontrar algo interesante, completo en sí
mismo y susceptible de ser leído en breve tiempo. Un libro que exige atención
constante y esfuerzo mental prolongado no sirve para un viaje; cuando uno
viaja, el ocio es escaso y está teñido de fatiga física, la mente está
distraída y es incapaz de realizar esfuerzos dilatados.
Muchas gracias, don Aldous, seguiré su consejo. Ya luego les platico.
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