jueves, 23 de agosto de 2012

La burocracia, un tema de siempre

Su existencia es imprescindible pero muchos de sus usos y costumbres se vuelven deleznables. Así las cosas, pocas cuestiones alcanzan en su contra la unanimidad que concita la burocracia, que no tiene quien la defienda. Todos conocemos el desperdicio de tiempo, energía, enojo acumulado, así como  el sentimiento de frustración que se manifiesta una y otra vez frente a la ventanilla de trámites. Documentos que permanecen muchos meses (si no es que años) a la espera de una firma; expedientes que se pierden; resoluciones que viven en estado de postergación permanente; cambios en las formas, formatos y formularios; trabajos que podría desarrollar un solo funcionario y que realizan varios; tardanzas para poner un sello; modificaciones regulatorias; y varios etcéteras.

Ilustración: Margarita Nava
Sin embargo el asunto tiene sus bemoles: ¿en qué se ocuparía a todos los empleados sobrantes si se hicieran recortes de personal en búsqueda de mayor eficiencia y eficacia?, ¿dónde conseguirían trabajo?, ¿estarían condenados a ampliar las cifras del desempleo? Siendo la burocracia buena generadora de empleos sucede que en este tema, como en tantísimos otros, la crítica fluye mientras que las posibles soluciones faltan sin aviso.
Innumerables trámites deberá hacer una persona a lo largo de su vida (si bien el último necesariamente lo derivará a familiares o amigos). Gumaro Morones se refiere a ello.
Los documentos que un ciudadano medio de México debe pagar, firmar, recoger, sellar, revisar, llenar, presentar, cambiar y actualizar son incontables y van desde el acta de nacimiento que demuestra que uno existe, hasta la de defunción, que demuestra que uno ya no existe, pasando por todos los intermedios, que demuestran que uno existe legalmente de la manera que existe.En principio esto no se ve mal. Pero lo terrible es la superabundancia. Permisos, licencias, calcomanías, registros, credenciales, cartas, cartillas, actas, identificaciones, etcétera, etcétera, se multiplican al infinito, sin más límite que la imaginación creadora de nuestros burócratas.      

El escritorio, la ventanilla o el mostrador se constituyen en demarcaciones que separan, en forma irreconciliable, las lógicas expuestas en ambos lados. Lo que para unos es exceso de mala voluntad, para los otros se trata de dar cumplimiento a la ordenanza vigente. Para unos resulta escandaloso el ocio y tortuguismo del funcionariado, los otros lo explican por la permanente saturación de trabajo.

Lo que da más coraje es cuando el funcionario en turno goza al no poder dar entrada al trámite “porque falta la copia autenticada, que debería haber solicitado en el segundo piso pero fíjese que ahorita ya no hay nadie, tendrá que volver mañana”. La cosa se complica aún más cuando con prácticas corruptas los trámites se pueden aceitar. Hace varios años se emitía por televisión el programa “¿Qué nos pasa?” con papel protagónico a cargo de Héctor Suárez. Aun cuando ha pasado el tiempo, está muy presente su caracterización como funcionario de ventanilla que solicitaba documentos absurdos e inconcebibles para poder ingresar un trámite que, por lo mismo, nunca podía completarse.

Las oficinas públicas cuentan con mala fama pero es de justicia apuntar que en muchas empresas privadas el panorama no es mejor. Sin embargo cuando nos referimos a la burocracia enseguida evocamos el estereotipo de empleado público, aquél a quien la función le robó buena parte de la vida. Nada menos que Alfonso Reyes, citado por Carlos Monsiváis, expresa su preocupación por el tema. “Nada prostituye tanto como esa seguridad del sueldo fijo, trabájese o no, y sin esperanza positiva de ascenso, del sueldo fijo recibido de las abstractas manos de una persona moral (…)” Y concluía con una singular petición. “¡Dioses, libradme del contagio!”

Todo nuevo gobierno que se precie de tal promete dar solución al problema mediante la implementación de estrategias adecuadas que forman parte de la llamada “simplificación administrativa” (eufemismo que apunta a disminuir la burocracia). Aun aceptando que se han dado pasos importantes en algunas dependencias, la problemática persiste.
Es por ello que el tema ha interesado a varios autores entre los que destaca Sara Sefchovich, quien afirma que “en un estudio llevado a cabo por el periódico Reforma se demostró que México es uno de los países del mundo que más tiempo de tramitología exige (...)” y expone algunos casos de antología. “¡A una mujer embarazada de cinco meses le dieron (cita) para hacer un ultrasonido en el Seguro Social seis meses después, porque todas las máquinas estaban ocupadas hasta entonces! ¡Y a un hombre de 85 años, paralítico, lo obligaron a presentarse frente al funcionario encargado de firmar su pensión, y como no podían subir la silla de ruedas, lo pusieron en la calle y el burócrata le hizo el favor de asomarse por la ventana para ver si era cierto que existía!”

El problema de la burocracia se presenta en todos los países, pero entre nosotros asume niveles de relevancia. Hace unos años el propio gobierno federal –a través de la Secretaría de la Función Pública- organizó un concurso testimonial convocando a  la ciudadanía a dar testimonio de los trámites más laberínticos realizados ante oficinas públicas. Antonio Garci ofrece detalles a este respecto.
Finalmente, el 8 de enero del 2009, en una ceremonia encabezada por el presidente Felipe Calderón, salió el primer lugar del trámite más engorroso e inútil de México y la denuncia ganadora fue para ¡eI IMSS por los mejores defectos especiales y el mejor reparto de mentadas de madre! El gobierno federal entregó el premio a la abogada Cecilia Deyanira Velázquez y reconoció el presidente que esta mujer sufría por un trámite inútil, engorroso e inaceptable para obtener del lMSS el medicamento que debía darle a su hijo de siete años dos veces al mes. La mujer recibió un reconocimiento de manos de Calderón y un cheque por 300 mil pesos por haber denunciado el caso más representativo de un trámite inútil. En esta ocasión, el gobierno se preocupó mucho de que el cheque tuviera fondos para que el trámite de cobrar este dinero no se convirtiera en el nuevo ganador del trámite más engorroso e inútil de México.En el evento también se premiaron al segundo y tercer lugares que correspondieron a Ana María Calvo, quien denunció lo engorroso por un juicio de aclaración en su acta de nacimiento en la Ciudad de México (para esta ciudadana era más fácil volver a nacer y sacar una nueva acta que arreglar la que le habían hecho); y a Monserrat Contreras por su queja en el trámite para obtener una constancia de residencia en Toluca, Estado de México (al parecer, le pedían que se fuera a vivir a otro país para dársela). (…)Al término de la premiación, varios medios de comunicación quisieron entrevistar a la galardonada y el personal de la Secretaría de la Función Pública les indicó que para eso debían hacer un trámite en la Dirección de Comunicación Social de la dependencia (en serio).

Situaciones tragicómicas que se repiten con frecuencia. Difícil que pueda servir de consuelo pero es importante aclarar que en otros países no cantan mal las rancheras. En Cuba, Rodolfo Livingston invitó (en la década de los ochenta del siglo pasado) a los lectores del medio de prensa en que escribía para que  enviaran cartas narrando sus propias experiencias. Luego de valorar las misivas, escoge como burocratismo de colección lo referido por Rolando de Oraá.

Debía renovar la Licencia de Conducción, ocupándome de este menester el último día del plazo concedido. Me dirigí temprano en la mañana donde un amigo fotógrafo para que me hiciera las fotos pertinentes. Con ellas en mi poder, me encaminé a las oficinas habilitadas para ello.-Estas fotos no le sirven –me comunica el funcionario que me atiende-. En  su licencia dice que usted tiene que manejar con espejuelos. Por lo tanto, en la foto debe aparecer con ellos.-Ahora uso lentes de contacto –aclaro.-¡Ah! –me replica-. En ese caso, debe retratarse con una armadura sin cristales.-¿Debo manejar con la armadura sin  cristales? –ironizo.-Lo que sé es que en las fotos tiene que aparecer con una armadura sin cristales –me enfatiza.Regreso apresurado adonde mi amigo el fotógrafo. Confecciono una armadura de cartón, la pinto de negro y le ruego me repita las fotos. Con ellas aún húmedas, vuelvo a presentarme ante el funcionario de marras.-Estas tampoco le sirven –me espeta, sacando de una gaveta un documento. Aquí dice que deben vérsele las dos orejas en las fotos... léalo.-Sí –le argumento-, lo que se quiere es evitar que la gente se retrate de tres cuartos. Es más, míreme totalmente de frente. ¿Me ve las orejas?-No –confiesa.-Entonces, ¿cómo quiere que mis orejas se vean en las fotos?-Lo siento, pero yo me atengo al documento: tráigame fotos donde se le vean las orejas –enfatiza.Regreso otra vez a lo de mi amigo, hago dos bolitas de papel, me las coloco por detrás de las orejas, de manera que me las proyecten un tanto hacia delante, vuelvo a colocarme la armadura de cartón y le imploro al fotógrafo que me retrate por tercera vez.-¡Ahora sí! –exclama el funcionario cuando le entrego las últimas fotos.
No cabe duda que en caso de existir una competencia panamericana para distinguir los trámites más complejos en las naciones del área, la asignación de preseas no sería tarea sencilla.

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