En el pasado existieron oficios que
se han ido extinguiendo como es el caso del colchonero quien, con su sofisticado
equipo, recorría los barrios ofreciendo sus servicios. También desapareció el
vigía que desde un mirador situado en las alturas anunciaba los barcos que entrando
en la bahía se aproximaban a puerto. Y la lista podría seguir.
Existe otra categoría, la de los
oficios que aún con muchas dificultades logran sobrevivir en estos tiempos de
posmodernidad. En este grupo podemos incluir el de relojero, amenazado por el
hecho de que los relojes cada vez se descomponen con menor frecuencia así como
por el abandono de la vieja costumbre de tener el mismo a lo largo de la vida.
El afilador es otro de los oficios
sobrevivientes. Hace muchos años su presencia se distinguía por el sonido
inconfundible que producía con un pequeño instrumento de viento que sólo
poseían los miembros de este gremio. Por cierto que los distintos momentos
históricos tienen sus propios colores y sonidos; Román Gubern se refiere al
caso de Barcelona.
Percibo los años cuarenta de color
sepia, como una vieja foto erosionada por el tiempo, pero acompañada de una
banda sonora que la ancla en su momento. Cada época tiene su universo acústico
y aquel universo de ruidos ha desaparecido para siempre: el prolongado silbido
modulado del afilador, las palmas nocturnas para llamar al sereno, sus golpes
de chuzo como respuesta y el tintineo de sus llaves, los cláxones desafinados
de los coches, los pitidos de los guardias, el chirriar de las ruedas de los
tranvías en las curvas y sus timbrazos antes de arrancar, la música aguda y
estridente de los gramófonos de aguja, los gritos del trapero ambulante...
Volviendo al caso del afilador hay
quienes incurren en el error de pensar que se trata de un oficio sin riesgos.
Al respecto dice Marius Serra. “Siempre pensé que la
profesión de afilador era temeraria. Silbar para que la clientela de
determinados barrios baje con un cuchillo en la mano ya parece demasiado
arriesgado como para encima ponerse a afilar con aquella prodigiosa Mobylette
que rodaba incluso estando parada.”
Entre los resistentes de este oficio hay quienes recorren los barrios a
pie empujando su carro de madera que tiene una gran rueda accionada por pedal
pero también están los acomodados,
aquellos que hacen su ruta en bicicleta. En relación a uno de ellos dice Herson
Barona. “Vi a un afilador sobre su bicicleta,
pedaleando en sentido contrario, como si quisiera regresar el tiempo. Sabe que
se extingue.”
Afilador que resistes los embates
del tiempo, no dejes de pedalear aunque todo parezca indicar que esta carrera
la tienes perdida.
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