No hay pueblo al que no le guste mirarse en el espejo. Es
frecuente que quienes nacieron en una misma ciudad o en determinado país
procuren saber cómo son. Así se van construyendo perfiles de identidad,
salpicados aquí y allá por estereotipos varios. Hay rasgos que son muy propios,
casi únicos, mientras que otros son compartidos con quienes habitan regiones
muy distantes. A algunos no les gusta que sean los fuereños quienes los
caractericen mientras que otros se desviven por saber cómo los ven los otros,
cómo se perciben desde fuera. En fin, hay para todos los gustos.
El mexicano no ha sido excepción en estos análisis
introspectivos que ventilan virtudes así como defectos del ser nacional
(suponiendo que éste exista en medio de tanta diversidad). Es así que entre sus
aspectos negativos aparece la mentira como recurso al que recurre
habitualmente. Uno de los autores que ha abordado este tema es Gumaro Morones. “El
mexicano promedio es mentiroso por vocación. No considera la mentira como una
falta vergonzante, como lo hacen los sajones.” De acuerdo con Morones resulta
poco probable que quien emprende el camino de la mentira (que suele ser un gran
guionista) acepte su derrota por más evidencias en contra que se le presenten,
por el contrario será la otra parte la que desista de esclarecer el punto.
El mexicano (…) dice mentiras
continuamente. Las practica como deporte. Se goza en ellas. Y además se
especializa en inventarlas enormes, desorbitadas, para esconder detalles
insignificantes. Para justificar quince minutos de tardanza, es capaz de
afirmar que se le murió su mamá y que se lo avisaron justo en el momento en que
salía de su casa o su oficina. Y cuando lo sorprenden en una mentira, inventa
una segunda aún más complicada e inverosímil para tapar la primera. Así, cuando
descubren que su madre vive (después de haberla matado varias veces), confiesa
que esa señora que todos creen que es su madre, realmente no es tal sino una
persona que lo recogió de chiquito, porque su verdadera madre murió hace poco,
precisamente el día en que llegó tarde a aquel compromiso. Y si algún terco le
demuestra que esa señora que todos toman por su madre, verdaderamente sí
lo es, entonces probablemente inventará que lo oculta para salvar la reputación
de ella, que no estaba casada cuando él nació... Y así se sigue la cadena de
mentiras hasta el infinito, o hasta que el otro desiste de su investigación,
derrotado por cansancio.
Por
su parte, Mónica C. Belaza alude a la investigación dura que se ha hecho en
relación al tema. “Siete de cada 10 mexicanos aseguran en una encuesta reciente
que son ‘poco’ o ‘nada’ mentirosos. Esto debería significar, lógicamente, que
casi siempre dicen la verdad.” No obstante lo anterior, Belaza descubre que
esas cifras permiten otra lectura.
Pero no, parece que el razonamiento es
otro. Después de mostrar una encomiable querencia por la sinceridad, acto
seguido los hombres reconocen que dicen de media unas cuatro mentiras diarias,
y, las mujeres, tres. Si esto fuera cierto, en el país se estarían escuchando
unos 260 millones de mentiras cada día, 180.000 por minuto. Así que, si entre
tequila y tequila uno de ellos le dice "no se preocupe, güerita, que yo
nomás tengo ojos para usted, mi reina", desconfíe del galán.
El estudio ha sido elaborado por
Mitofsky, una conocida encuestadora del país, que ha entrevistado a 1.000
mexicanos mayores de 18 años. (…)
Por edades, los más mentirosos son los
que tienen entre 18 y 29 años y por ocupación, los estudiantes, seguidos de los
desempleados. ¿Será el tiempo libre lo que lleva a fantasear un poco? Los
destinatarios preferidos de los embustes son los amigos, pero el 38% de los
hombres y el 32% de las mujeres admiten mentir a sus parejas.
No deja de llamar la atención –dice Belaza- que dos de
cada tres mexicanos consideran que las mentiras son “necesarias” y “justificables”.
“Los motivos que dan para modificar la realidad, son variados, pero el más
aducido es la ‘necesidad’, seguido por la ‘conveniencia’ y por el ‘evitar
conflictos’.” Pero será la propia autora la que nos advierta sobre la validez
de lo hasta aquí señalado. “De todas formas, visto lo visto, duden de todo lo
que acaban de leer. ¿Quién dice que los entrevistados no han usado sus cuatro
mentiras del día en las respuestas?”
Cabe añadir que además de la mentira casera, de corto
alcance, existe también la mentira social que actualmente carece de veracidad a
los ojos de una sociedad crecientemente descreída. Sin embargo, de acuerdo con
Gumaro Morones, no deja de ser un hecho curioso que se la continúe utilizando cuando
ha perdido buena parte de su eficacia, es decir aun cuando la mentira ya no
miente.
Pero la modalidad más curiosa de
mentiras es la ostentosa, anunciada a golpes de tambor por los heraldos,
juglares y pregones de la prensa. Mentiras tan gordas y tan evidentes, que uno
se pregunta qué sentido tienen, cuál es la función que cumplen. Desde luego,
no es la de engañar, puesto que es claro que a nadie engañan. Pero entonces,
¿qué pretenden? ¿Qué sutilísimo fin se persigue cuando el jerarca del PRI
declara que no hay tapadismo en México; un secretario afirma que no existen funcionarios
corruptos; el PAN sostiene que está preparado para gobernar al país; una
asociación profesional pregona que no tiene fines políticos; el líder sindical
niega que haya tráfico de plazas; un arquitecto promete construir la casa en
tres meses; un vocero de la banca privada declara que su preocupación básica no
es el lucro sino el bienestar social; un prelado anuncia que la Iglesia jamás
ha participado en la política; un locutor de televisión califica de
"genuina y espontánea" la manifestación de apoyo el candidato
oficial; un funcionario de la dependencia responsable garantiza que los
precios no subirán; un gobernador afirma que en su Estado ya no hay caciques y
el capitán del equipo nacional de basquetbol asegura que perdieron porque les
apretaban los tenis?
Concluye
Morones con una pregunta fundamental a la que intenta dar posible respuesta. “¿Qué
se pretende con tan increíbles declaraciones? Misterio total. Acaso no se
pretende nada. Acaso es afición pura, vocación auténtica y apasionada de decir
falsedades por el mero gusto de decirlas. Cariño de verdad por la mentira....”
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