Toda cultura tiene sus propios usos y costumbres que
tanto en la escuela como fuera de ella son trasmitidos a los integrantes más
jóvenes de la comunidad. Las transgresiones, al ser consideradas como conductas
fuera de la norma, son sancionadas de múltiples formas con el argumento de
conservar la identidad. Estos procedimientos de trasmisión de la propia cultura
son muy eficaces por lo que, por lo general, cada quien considera que los
mejores usos son los propios al tiempo que censura las conductas que percibe
como extrañas.
En este contexto adquiere importancia las diferencias en
cuanto a la distancia apropiada para comunicarse con el otro. Paul Watzlawick (“El
arte de amargarse la vida”, “El sinsentido del sentido”, “Lo malo de lo bueno”,
etc.) ha abordado el tema y presenta un ejemplo de ello.
En un elegantísimo club de equitación
de la ciudad brasileña de Sao Paulo hubo que elevar la barandilla del mirador,
porque se había repetido en numerosas ocasiones el desgraciado hecho de que
algunas personas habían caído de espaldas por encima de la barandilla en
cuestión y habían resultado heridas de gravedad. Un especialista en el estudio
del comportamiento abordó el tema y llegó a la conclusión, de suyo ya conocida,
de que en cada cultura existe una distancia, considerada como correcta, que uno
observa cuando, estando de pie, habla con otra persona. En Europa occidental o
en los Estados Unidos de América esa distancia es la proverbial longitud de un
brazo. Sin embargo, en los países mediterráneos y en América del Sur la
distancia es menor. Pues bien, imaginen ustedes que un norteamericano y un
brasileño han entablado una conversación en aquel mirador. El norteamericano
adopta la distancia correcta que toda persona de su entorno cultural observa
cuando habla con otra. Pero el brasileño tiene la impresión de estar demasiado
alejado y se aproxima a su interlocutor; el norteamericano se sitúa de nuevo a
la distancia correcta para él, el brasileño hace lo propio según su
mentalidad... hasta que el norteamericano choca contra la barandilla y cae al
vacío.
Otra
situación en que es posible advertir los diversos usos y costumbres tiene que
ver con las diversas etapas por las que atraviesa una relación de pareja desde
su inicio hasta llegar al acto sexual. Es así que existe un respeto del “tempo”
que se considera adecuado para la evolución del vínculo. En algunos casos el
proceso es más rápido, en otros más lento. Sin embargo hay ocasiones en que las
diferencias no tienen tanto que ver con la velocidad del proceso sino con los
diversos significados que se adjudican a las diferentes etapas. El mismo
Watzlawick presenta un ejemplo de ello.
(…)
después de la segunda guerra mundial, los norteamericanos enviaron a Inglaterra
a un grupo de investigadores para que estudiaran un interesantísimo fenómeno
social que nunca hasta entonces se había dado en proporciones tan altas. Se
trataba de la penetración de toda una población por cientos de miles de
individuos pertenecientes a otro ámbito cultural, concretamente por los
soldados norteamericanos estacionados en Inglaterra durante la guerra. Los
científicos estudiaron, entre otros puntos, la conducta de apareamiento entre
los soldados norteamericanos y las mujeres inglesas. Éstas calificaban a los
soldados americanos de muy directos en lo sexual. Era, sin duda, algo que cabía
esperar de unos soldados. Pero curiosamente, los soldados norteamericanos
decían eso mismo de las chicas inglesas.
Se
trató de clarificar esta contradicción y se comprobó que, en ambos entornos
culturales, la conducta de apareamiento, desde el primer contacto visual de la
futura pareja hasta la consumación sexual, discurre a través de unos 30
estadios perfectamente constatables.
Ciertamente,
la secuencia de esos 30 estadios es distinta en ambos círculos culturales. Así,
por ejemplo, los besos aparecen relativamente pronto en la conducta de
apareamiento de los norteamericanos y son algo del todo inocuo, mientras que en
la conducta de apareamiento de los ingleses tienen una significación muy
erótica y aparecen en un estadio relativamente tardío. Digamos que para los
norteamericanos los besos vienen en el estadio 5, mientras que en Inglaterra se
producen en el estadio 25. Imagínense ustedes: si el soldado norteamericano
suponía que había llegado el momento de besar a su nueva amiga, ésta se veía
confrontada entonces con un comportamiento que no cuadraba, a su modo de ver,
con el estadio temprano de la relación y que no admitía otro calificativo que
el de desvergonzado. La chica tenía entonces dos posibilidades: la de huir o,
por el contrario, puesto que entre el 25 y el 30 no quedaban muchos estadios,
la de comenzar a desnudarse. Ante esta segunda alternativa, el soldado norteamericano
se hallaba frente a un comportamiento que él no había esperado y que también consideraba
“impúdico”. (…) Si se cometiera un error clásico de la ciencias del
comportamiento y se observara sólo a la muchacha, sin tener en cuenta la
interrelación, entonces se podría calificar a la susodicha de histérica si
emprendía la huida, y de ninfómana si comenzaba a quitarse la ropa.
Ahora bien,
las cosas han cambiado y todo parece indicar que se viene dando una profunda transformación
en cuanto a los usos y costumbres impulsada por la diversidad y el multiculturalismo que
han llegado para quedarse. Es así que se produce un verdadero mestizaje
comportamental. Asimismo en la llamada posmodernidad se produce una aceleración
de los tiempos previos a la intimidad, lo que modifica las etapas a las que se
refiere Paul Watzlawick. Asimismo en estos tiempos de globalización tiene lugar
una homogeneización en los usos y costumbres, lo que es particularmente notorio
en el caso de los jóvenes.
Llama la
atención que en
las culturas contemporáneas se presenten simultáneamente por un lado el
incremento de espacios para la diversidad mientras que por el otro la
homogeneidad en los comportamientos marca su presencia. Nada fácil de entender.
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