jueves, 4 de abril de 2013

Celo, celos y recelos

Entre los escritores es posible percibir diversos grupos que tienen que ver con su edad, sexo, procedencia, ideología, niveles de visibilidad, estilo y género literario que se cultiva. A partir de esta fragmentación se van constituyendo las diversas tribus en torno a revistas, suplementos, premios, instituciones, etc. Muchos son los que se sienten llamados y pocos los elegidos para ocupar lugares de preeminencia en el mundo de las letras y que ocasiones concitan rivalidades, enconos y descalificaciones varias.

La humildad de algunos les impide entrar en la conflagración de las letras pero también están quienes sufren de vedetismo y están dispuestos a hacer todo lo necesario para escalar lugares en el ranking de escribientes. Es así como se va gestando un clima propicio a celos, intrigas y envidias. El escritor gallego Manuel Rivas, citado por Víctor Roura, refiere la notable diferencia que presenta el ambiente en que se mueven los escritores al confrontarlo con el anonimato que rodea a los jardineros.

(…) aunque sabemos que existe ese tipo discreto que injerta metáforas deslumbrantes en la simplicidad del espino, escribe endecasílabos con el estiércol y acompasa su rutina necesaria a la imaginación de la tierra. No, nadie pregunta por el jardinero. El hombre discreto no espera un aplauso cuando rima en invierno la romántica belleza del camelio con la podrida tristeza de las hojas muertas. Sabe que no le aguarda un homenaje póstumo mientras siembra dalias y crisantemos. Nadie fotografiará su última sonrisa, su última rosa. Quizá envidie e incluso odie a otros jardineros, pero no caerá en el ridículo de proclamarlo en carteles sobre el césped.
Pero no se debe caer en la ingenuidad de pensar que los celos profesionales constituyen un monopolio de escribas. Víctor Roura analiza lo que acontece con los odontólogos.

También los dentistas juzgan, a veces con severidad, los trabajos de colegas suyos que les han precedido, pero no andan por las calles divulgándolo. Cuando el dentista se ha ido a París para cursar un doctorado por una beca atingentemente concedida, no hay más remedio que buscar a otro para finalizar el trabajo pendiente. Y como uno está seguro de que ha estado atendido por manos pródigas, lo primero que hace es decirle al nuevo dentista que, simplemente, termine de resanar la herida provocada por una urgente pero sencilla extracción molar. El dentista reemplazante examinará nuestra boca con la reticencia del caso, cavilará un momento su meticulosa inspección y, acto seguido, nos dirá, con prudencia, que la nuestra no es una boca saludable, por no decir que la ha encontrado hecha un asco. Pondrá manos a la obra, rehaciendo la labor de su antecesor. Y si vamos, luego, con un tercer dentista, nos dirá que nuestra boca pudo no haber sufrido las notorias ausencias dentales si se hubieran tomado a tiempo las debidas precauciones, y pondrá manos a la obra rehaciendo el trabajo de sus antecesores. Pero ninguno de ellos proclamará a los cuatro vientos la deficiencia de sus colegas. Es más, ni pregunta sus nombres, ni sus direcciones. No le importa: le basta con saber que es mejor que los otros, aunque un cuarto dentista, a su pesar y sin saberlo, disminuya con un nuevo diagnóstico su oficio.

Y ya entrado en gastos, Roura se refiere a lo que sucede con los trabajadores de la limpia.

El noble basurero sólo se pelea para que no le sean invadidas las calles que le ha tocado barrer. Recoge con empeño la basura de su sector y no se mete en una calle ajena porque sencillamente no le pertenece sino a otro colega suyo, aunque no crucen ambos palabra alguna. Tal vez, luego de la agotadora faena, en el corrillo de la delegación no se refiera en buenos términos a don Poncho, el basurero que barre la avenida principal, pero tampoco va a colocar alrededor de la colonia cartelones que denuncien su diatriba.

Pero con los escritores, ¡ay! con los escritores, el panorama es muy otro y ello se atribuye a muy diversas causas: que si el egocentrismo propio del oficio, que si la inseguridad implícita al proceso de creación, que si la necesidad de reconocimiento y el deseo neurótico de aprobación, etc. En fin, lo cierto es que el tema da para mucho. Puede suceder que incluso cuando públicamente se perciban elogios generosos y reconocimientos mutuos, la realidad que se viva en la intimidad sea muy diferente; a comienzos del siglo XX, Jacinto Benavente abordaba la cuestión.

Algunos escritores de provincias claman contra nosotros los de Madrid porque, según ellos, tenemos establecido un trust de los bombos y nos pasamos la vida en batalla de flores: elogio va, elogio viene; siempre entre los mismos del corro. (…) ¿no será obra meritoria la de bombearnos los unos a los otros? Ya procuramos destruir el efecto de las caricias públicas con los arañazos y mordiscos privados. (…) Da gusto discurrir por cualquier Círculo literario. -¿Has leído la imbecilidad que publica hoy Fulano? –Nunca leo esas latas. -¿Has leído lo que dice de ti el idiota de Mengano? –Esto cuando se trata de un elogio, para darle todo su valor.

Y se habla mal de todo lo que se lee, y peor de lo que no se lee (…)

Dejad, dejad que funcione el bombo mutuo; es cuanto queda de agrado y cortesanía en nuestras relaciones literarias. ¿Será mejor que nos destrocemos los unos a los otros (…)? (…) Y sí aun hablando bien unos de otros no engañamos al público sobre nuestro mérito, ya que nos crea malos escritores que nos crea siquiera buenas personas.

Víctor Roura, citando nuevamente a Manuel Rivas, profundiza en estas envidias y odios tan frecuentes entre escritores.

Su odio es pegadizo como un eczema, dice el gallego Manuel Rivas, "es un odio full-time: se ha convertido en una enfermedad profesional". Porque "escribir es también envidiar". El irlandés George Moore ha dejado una magnífica definición de movimiento literario: "Consiste en cinco o seis personas que son vecinas de la misma ciudad y se odian todas cordialmente." (…) La envidia y los odios literarios, sostiene Rivas, "han pasado de una escala artesanal, precapitalista, a otra fase ultraliberal, insaciable. Si este capitalismo es canibalismo, el nuevo odio literario es antropófago. No se trata de compartir sino de competir y devorar". (…) Los autores viven "un canibalismo gregario, pandillero", que publican incluso, sin miramientos, sus respectivos odios o eliminan, de plano, a sus contrincantes ignorándolos, conspirando en silencio a sus espaldas.

No obstante lo hasta aquí señalado, Roura sostiene que por encima de ello existe una suerte de corporativismo, de identificación gremial que evita que la sangre llegue al río. “Podrán argüir mil cosas de sus infamias y odios e inmoralidades y supresión de éticas, de sus oportunismos e infiltraciones calculadas y de su cinismo fiero e incongruencias profesionales, pero no, los literatos antropófagos, contra la lógica de su propia naturaleza, no se devoran a sí mismos.”

Hay quienes aportan un poco de humor en este tema de las críticas devastadoras entre escritores, es el caso de Mark Twain en su epístola a un literato joven.

En efecto, Agassir recomienda a los literatos que coman pescado, en atención al fósforo que este alimento contiene. Pero yo no puedo indicarle a usted la cantidad de pescado que debe tomar. Si la obra que me ha enviado como muestra, representa lo que hace usted habitualmente, creo que por el momento le bastará con un par de ballenas. No es necesario que las elija entre las más grandes. Con dos ballenas de las medianas tendrá bastante.

Para finalizar es conveniente subrayar, en voz de Manuel Rivas citado por Víctor Roura, uno de los aprendizajes que deja el trabajo con la tierra: “el prestigio del jardinero radica en su jardín y no en podarle los huevos al primero que se le cruce del gremio”. Junto con ello sería recomendable que algunos escritores se dieran un baño de humildad repensando el lugar que ocupan en el conjunto social, tal como lo señala Paco Ignacio Taibo I.

Desde hace muchos años pienso, y la idea se reafirma en mi cabeza con el paso del tiempo, que el oficio de escritor es otra calificación profesional más; casi podríamos decir un acto de artesanía, que no tendría que admirarse demasiado, que tendría sus equivalencias en la albañilería, el virtuosismo del trapecista circense, la habilidad del mecánico automotriz, la entrega apasionada del arquitecto o del biólogo marino. Un oficio más, respetable, responsable, apasionado, alucinante... tanto como los otros. Y como los otros, un oficio social, que se hace entre los demás con los demás, para los demás.

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