martes, 16 de abril de 2013

El mayor enemigo en un mundo divertido


Contra lo que pudiera esperarse el aburrimiento no es un tema aburrido y presenta aristas muy interesantes. Una de ellas tiene que ver con los cambios que ha experimentado a lo largo de la historia ya que en el pasado no fue cuestión particularmente relevante. Existen diversas conjeturas respecto a cuándo irrumpió como aspecto digno de consideración; Leszek Kolakowski propone una mirada en relación a ello.
 
No parece haber sido tema de los textos literarios o filosóficos antes del siglo XIX, aunque ciertamente ya existía el mundo. ¿Se aburrían los campesinos, en sus tradicionales poblados primitivos, trabajando de sol a sol sólo para subsistir y sin moverse nunca del pueblo? No tenemos manera de saberlo. Pero podemos suponer que incluso una vida como la suya, sin perspectivas de cambio, casi fuera del tiempo, no debía de provocar una sensación de aburrimiento constante. Siempre habría algo que se saliese de la rutina: hijos que nacían, hijos que morían, vecinos que cometían adulterio, sequías, tormentas, incendios e inundaciones. Todas estas cosas, inesperadas y misteriosas, peligrosas o benignas, debían de aliviar la monotonía de su existencia y hacerles sentir que sus vidas se hallaban entre las garras de los imprevisibles caprichos del destino.
 
Existen opiniones opuestas acerca del lugar que ocupa tanto el aburrimiento como su vecino el ocio. Para Bertrand Russell “el aburrimiento es un gran tema para los moralistas, porque después de todo, la mitad de los pecados se cometen por su causa”; es así que desde esta perspectiva se lo identifica como el origen de muchos de los males que afectan a la sociedad. También están los que se sitúan en un punto medio, así según Alain “la ociosidad es la madre de todos los vicios..., pero también de todas las virtudes”. En el otro extremo se sitúan quienes opinan que estimula la innovación y agudiza el ingenio dado que las grandes creaciones son deliberadas manifestaciones de rebeldía ante el aburrimiento. Por cierto que éste puede llegar a mal término por lo que en opinión de Federico Fellini “sólo se muere de aburrimiento”.
 
Las singularidades de cada sujeto mucho tienen que ver con esta cuestión. Hay quienes se motivan con muy poca cosa así como también aquellos que nacieron y morirán aburridos, independientemente del tipo de eventos que desfile ante sus ojos. Carlos Maria Caron presenta un claro ejemplo de esta última variante.
Ernesto Techuers, un antiguo vecino mío, estudió la carrera de derecho hasta cuarto año, y a esa altura de la carrera se dio cuenta de que con el derecho en nuestro país "no pasaba nada". Entonces -por hacer algo distinto- se casó con una chica que había heredado una muy valiosa casa en Palermo, pero como en Palermo "no pasaba nada", hizo que la mujer vendiera la casa y -preocupado porque en la Argentina "no pasaba nada"- se fue a España. Desde allí escribió al poco tiempo contando que se iba a Francia porque en España "no pasaba nada", pero poco tiempo después pasó a Inglaterra dado que -según escribió- en Francia "no pasaba nada". Y así pasó a Alemania, y luego a Inglaterra, y más tarde a Italia y Luxemburgo, pero allí tampoco (según escribió) "no pasaba nada". Y así se recorrió toda Europa y parte de Asia y África, recalcando en decepcionadas cartas, que en todos los lugares donde había estado "no pasaba nada". Finalmente se le acabó la plata y se tuvo que volver a la Argentina, donde puso un quiosquito en Lanús, pero como en Lanús "no pasaba nada” se fue al Sur, desde donde volvió diciendo que en el Sur “no pasaba nada” y que iba a Chile, y allí definitivamente le perdimos el rastro, sin que ninguno de cuantos lo conocimos pudiéramos averiguar –ya que en ningún lado le pasaba nada a pesar de que había estado entre las bombas de la ETA, en medio del despelote del IRA, en la crisis de Sudáfrica con la finalización del aparthaid, con leprosos y la Madre Teresa de Calcuta- qué carajo quería Ernesto Techuers que por fin pasara.
 
Además de la actitud apática de la persona, el aburrimiento se nutre de la rutina, de lo previsible. De acuerdo con Gesualdo Bufalino incluso lo maravilloso puede llegar a ser aburrido: “Por enésima vez vuelve la primavera. A la larga el espectáculo aburre.” Verdaderos privilegiados quienes mantienen su mirada inaugural, su respuesta de asombro ante la reiteración de acontecimientos.
                                              
No sólo se trata de diferencias conceptuales sino que el tema también asume connotaciones históricas, por lo que dejó de ser el tópico inexistente o marginal que fuera en el pasado para ocupar un lugar central y protagónico en la actualidad.
 
Vivimos en una sociedad del entretenimiento y la diversión a la que quita el sueño el combate permanente al aburrimiento, aunque a veces se haga con propuestas aún más aburridas que el mismo aburrimiento.

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