jueves, 11 de abril de 2013

Escribir la propia vida y la ajena



Hay culturas más amigables con las autobiografías, mientras que en otras no se ve con buenos ojos que alguien atribuya tanta importancia a su propia vida. Al respecto señala Augusto Monterroso “Entre nosotros, en nuestros países, el diario, la autobiografía o las memorias son terriblemente mal vistas, empezando por las memorias y siguiendo por la autobiografía. Allí siempre se ha dicho: ‘Bueno, y éste ¿quién se cree que es para publicar su autobiografía o sus memorias?’ Es muy difícil eso.”

Otro tanto sucede respecto a su lectura ya que si bien hay públicos  verdaderamente aficionados a leer obras de este género, los hay también que no se motivan en lo más mínimo por este tipo de lecturas. Las razones para querer conocer tan a fondo la vida de otra persona pueden tener una intención frívola pero también orientarse por otras cuestiones; a ellas alude Rosa Montero.

Creo que al leer las vidas de los demás estamos intentando aprender de ellos: los personajes biografiados son exploradores que van de descubierta por esa terra incognita que es la existencia. Estudiamos sus aventuras y sus desventuras con el afán de deducir cómo es aquello que nos espera: cómo se puede uno manejar ante el triunfo y el fracaso, ante la vejez, el desamor o la pérdida, ante la muerte de los demás y la muerte propia. Puesto que la esencia azarosa del mundo es cada vez más evidente, y el caos carece ya de paliativos (los matrimonios no duran para siempre, no nos esperan ni el cielo ni el infierno, ya no hay ideologías ni religiones que ordenen convenientemente nuestros días), necesitamos un mapa de urgencia que señale el camino entre tanto vacío. Y así, al conocer las vidas de los otros vamos confeccionando nuestra propia y privada cartografía: dónde están los arrecifes de corales, dónde el mar abierto y los bajíos, dónde las rocas que pueden destrozarte.

Quien escribe su vida así sea en forma subjetiva y fragmentaria, que es la única manera en que puede hacerse (dice Gabriel García Márquez que “el problema de muchos escritores es que empiezan a escribir sus memorias cuando ya no se acuerdan de nada”) procura trasmitir a otros sus vivencias y/o narrarse a sí mismo su propia existencia.

Hay autores que se manifiestan imposibilitados de poder escribir sobre su vida. Tal es el caso de los apuntes autobiográficos que escribió Luigi Pirandello a pedido de Benjamín Crémieux y que cita Edmundo Valadés.

Desea usted algunas notas acerca de mi vida. Me hallo, querido amigo, en dificultad extrema para proporcionárselas. Y esto por la sencilla razón de que me he olvidado de vivir hasta el punto de no poder decir nada, absolutamente nada sobre vida, si no es —acaso— que no la he vivido: la he escrito. De suerte que, si desea usted saber alguna cosa de mí, podría responderle: Espere un poco, querido Crémieux, a que proponga su pregunta a mis personajes. Acaso estén ellos en condiciones de darme a mí mismo algún informe. Pero tampoco puede esperarse mucho de ellos; son, casi todos, gente insociable que no tuvo sino muy poco o nada que agradecer a la vida.

Por su parte Óscar Wilde manifiesta resistencias en relación a este género. “Detesto las autobiografías modernas. Generalmente las escribe gente que ha perdido por completo la memoria, o que jamás ha hecho nada que valga la pena recordar, lo cual, sin embargo, es sin duda lo que en realidad explica su popularidad.”

El mercado de las biografías tiene que ver con la tendencia histórica que se vive. Al respecto señala Francisco Jiménez “Es interesante hacer notar que Cosío Villegas registra que de ciento cincuenta y tres biografías individuales publicadas aproximadamente al empezar el siglo (XX), el cuarenta y seis por ciento fueron dedicadas a Porfirio Díaz, es decir, sesenta de ellas.”

En relación a las biografías escritas aprovechando una coyuntura que ha dado visibilidad a determinado personaje, Octavio Colmenares Vargas, citado por Federico de León Quezada, narra su experiencia.

José López Portillo, mi maestro de Teoría del Estado en la Facultad de Derecho, hombre carismático, inteligente, hizo una buena campaña electoral a pesar de que no tuvo contendiente. Fue candidato único.
El pueblo no creía en la autenticidad del plebiscito que se iba a realizar, por lo que no se tomó la molestia de apoyar a otro aspirante. El único partido de oposición, el PAN, no presentó candidato. Así que López Portillo fue prácticamente el sucesor de (Luis) Echeverría, desde el día mismo de estampar en todos los documentos oficiales el lema: “Sufragio efectivo...”, para caer en la cuenta de que el único sufragio efectivo era el del señor Presidente. (...)
Convencido de que López Portillo sería un buen Presidente, y de que el país necesitaba creer en alguien, en un líder carismático que lo impulsara y lo sacara del tercer mundo en que nos habían sumergido, decidí publicar una biografía de José López Portillo y encomendé su redacción a Jorge Mejía Prieto, quien asumió el proyecto con entusiasmo. Apareció Llámenme Pepe, biografía no autorizada del Presidente electo de México, y ¡oh sorpresa!, fue un éxito editorial: en poco tiempo vendimos 35 mil ejemplares. Cuando Mejía Prieto y yo le llevamos el libro, López Portillo se mostró encantado y puso en mi ejemplar la siguiente dedicatoria: "Para el autor de la idea, del autor del argumento, con perdón del autor del texto". Y al escuchar que ya llevábamos vendidos más de 30 mil, comentó: "Yo, de mis libros, nunca puede vender más de 1000, hasta que me nombraron secretario de Hacienda".

Entre las biografías se encuentran las autorizadas (cuentan con el consentimiento y en ocasiones el beneplácito del protagonista) y las no autorizadas (no solo no fueron avaladas sino que por lo general tampoco son del agrado del personaje). Entre estas últimas están las que forman parte de un negocio que ya tiene su historia. Juan Forn nos informa sobre ello.

En 1789 había en París tal cantidad de escritores que un censo de la época registra “672 poetas en estado de indigencia”. Muchos de los escritores que no lograban abrirse paso hacían las valijas y probaban suerte en cualquier otra parte donde se venerara la lengua francesa. Voltaire se había ido a Moscú, Rousseau a Ginebra, pero Londres era la ciudad que congregaba más escritores franceses en el exilio. De hecho, muchos de los que conformaban aquella diáspora no eran escritores antes de salir de su país; alcanzaba con tener un mínimo manejo de la pluma para dedicarse al oficio: podía ser un cura que hubiese dejado los hábitos por una doncella de su parroquia, un oficial del ejército que hubiese desertado por deudas de juego, un administrativo que hubiese huido con la caja chica de su patrón. Todo exiliado francés probaba suerte como escritor en Londres, y no por la gloria sino por el dinero.
Me explico: había en Londres por esa época, en el patibulario distrito de Cripplegate, una calle llamada Grub Street donde se concentraban los talleres de impresión más fenicios de la ciudad. Estos talleres cobraban y tardaban mucho menos que un impresor serio en hacer un libro y estaban convenientemente fuera de la jurisdicción del paranoico Ancien Régime francés, de manera que imprimían y enviaban clandestinamente a Francia toneladas de libelos, escritos a toda velocidad sobre las mesas de las tabernas de Grub Street por una pandilla de malandrines devenidos poetastros y novelistas de ocasión. Los que tenían más éxito eran las “chroniques scandaleuses”: biografías sobre personajes públicos que combinaban chismes más o menos ciertos con anécdotas apócrifas. Cómo serían de molestos aquellos libelos para la corte francesa que el canciller Maupeou terminó viajando a Londres a entrevistarse con el más exitoso de los libelistas, un tal Théveneau de Morande (autor de Memorias secretas de una mujer pública, sobre Madame DuBarry, la amante de Luis XV), a quien convenció de no escribir más, a cambio de una renta vitalicia de cuatro mil libras anuales.
Muy pronto, la industria del libelo quiso convertirse en la internacional del chantaje. En lugar de inundar París de copias, ahora se enviaba sólo una a las oficinas de Quai d’Orsay y se esperaba la oferta (el imprentero era el encargado de la negociación). Théveneau de Morande, en tanto, se había pasado al bando de la monarquía: ahora se dedicaba a informar secretamente a París quiénes tenían más o menos adelantado un libelo contra quién. Luego convencía al libelista de negociar él mismo el “anticipo” en lugar de permitir que el imprentero lo esquilmara. Y finalmente daba su zarpazo rastrero: conseguía al libelista una cita con emisarios del canciller. Pero esa cita debía hacerse del otro lado del canal, en Boulogne-sur-Mer. En cuanto los libelistas ponían pie en suelo francés, eran arrestados y enviados a la Bastilla.

Existen también aquellas biografías que no son autorizadas porque mencionan aspectos ocultos y/o incómodos de la vida del biografiado. Homero Alsina Thevenet da cuenta de lo que sucedió a este respecto en el caso del actor Alain Delon.                                           
 
El actor francés Alain Delon (n. 1935), que tuvo su prestigio alrededor de 1960 (A pleno sol, Rocco y sus hermanos) ha protagonizado un curioso incidente de censura en su país. El escritor Bernard Violet, autor de diez libros de investigación periodística, se propuso publicar una "biografía no autorizada" del actor, a cuyo efecto presentó a la editorial Bernard Grasset una detallada propuesta. Pero Delon se enteró del sumario, pidió a la justicia que se prohibiera la edición de tal libro y consiguió en efecto el acuerdo de los tribunales. Según la versión ahora publi­cada (...) Violet se introducía en la bisexualidad del actor, en sus orgías y en otros terrenos privados, como también en su colaboración con crímenes, tráfico de armas, guerras civiles (en Yugoslavia) y apoyo a fuerzas políticas de la derecha.
La prohibición de un libro que no estaba impreso y quizás tampoco escrito fue una novedad para la historia de la censura. Parecía necesario desafiarla. Eso hizo el semanario Marianne (…). Invocando artículos de la ley de prensa, anunció un nuevo material: “Exclusivo. Todo lo que no se tiene el derecho de publicar sobre Alain Delon”. Y lo publicó.

Así, hay personajes públicos que promueven y disfrutan su popularidad pero a condición de que se exhiba solamente lo que consideran la mejor versión de sí mismos.

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