martes, 23 de abril de 2013

Exploradores difíciles de entender


Entre las tantas clasificaciones -no exentas de simplificación- que se puede hacer de las personas, está la que las divide en sedentarios y nómades. Entre estos últimos es posible encontrar a los vacacionistas, los viajeros y los exploradores. No hay duda que en esta vida todos andamos de viaje, aún el más quieto de entre los sedentarios. De acuerdo con Ruben Loza Aguerrebere nuestro destino de viajeros ya se encuentra presente en el libro del Génesis.
 
(…) a propósito de los viajes se ha señalado que es una de las primeras consecuencias de la pérdida del Paraíso, en virtud de la desobediencia Divina. Visto de esta manera, puede observarse que se trata de una de las actividades más remotas del hombre. 

Para quienes no integran ese gremio, resulta difícil entender los motivos y razones que impulsan a los exploradores a realizar travesías enormemente sacrificadas detrás de objetivos que parecieran ser extraños, sino es que francamente ridículos, a ojos de los no iniciados. Juan Villoro aborda este tema.
 
Hace unos meses leí la historia de un explorador inglés que logró caminar sobre los hielos árticos hasta llegar al Polo Norte. ¿Qué lleva a alguien a asumir tamaños riesgos y fatigas? La crónica evidente de los hechos, en clave National Geographic, permite conocer los detalles externos de la epopeya: ¿qué comía el explorador, cuáles eran sus desafíos físicos, qué rutas alternas tenía en mente, cómo fue su trato con los vientos?

Y aquí se produce un desencuentro de proporciones entre el explorador y el cronista, dado que éste quiere hurgar en las supuestas razones escondidas que pudieran ser las causales del viaje. Al respecto añade Villoro que “(…) la crónica que aspira a perdurar como literatura depende de otros resortes: ¿qué se le perdió a ese hombre para buscar a pie el Ártico?, ¿qué extravío de infancia lo hizo seguir la brújula al modo del Capitán Hatteras, que incluso en el manicomio avanzaba al norte?” Sin embargo en opinión del mismo autor esta búsqueda de profundidades puede ser vana. “Tal vez se trate de una pregunta inútil. La rica vida exterior de un hombre de acción rara vez pasa por las cavernas emocionales que le atribuimos los sedentarios: los exploradores suelen ser inexplorables.” Sin embargo hecha la precisión, Juan Villoro no renuncia al derecho que le asiste de hacer el intento aun cuando pudiera resultar fallido. “Con todo, el cronista no puede dejar de ensayar ese vínculo de sentido, buscar el talismán que una la precariedad íntima con la manera épica de compensarla.”
 
Y sí, tal vez los cronistas busquen donde no hay pero lo cierto es que existen exploradores que no dejan de servirse en bandeja para que ello acontezca; una pequeña prueba la proporciona Carlos González Vallés.

Peter Matthiessen, escritor, viajero y explorador de cumbres y selvas, quiso emprender una aventura especial en compañía de su amigo y compañero en otras expediciones George Schaller (...) Fue en otoño de 1973. La expedición era a la Montaña de Cristal, en la meseta del Tibet, y su objetivo era doble o, mejor dicho, uno distinto para cada uno. Schaller quería investigar el “bharal” o cordero azul himalayo, mientras que Matthiessen se había propuesto como meta especial y particular de su expedición el llegar a ver el mítico pero real leopardo de las nieves. Según la leyenda, Milarepa, santo poeta tibetano del siglo X, que iba siempre vestido solamente con una toga blanca para confundir a sus enemigos y escapar de ellos, se transformó en el leopardo de las nieves en el Everest. Desde entonces se le ha visto pocas veces, y se sabe de su existencia, pero se desconocen todavía muchas de sus características y costumbres. (...)
Un día ven las huellas del leopardo de la nieve. Inconfundibles. Otro día encuentran sus excrementos recientes, que recogen para analizarlos Schaller comenta al notar la alegría de su amigo: “¿No es francamente curioso alegrarse tanto de encontrar un montón de mierda?”
 
Así es como aun cuando hay que reconocer que la libertad pasa porque cada quien elija las razones de sus propias alegrías (¡faltaba más que no fuera así!), hay algunas que no dejan de ser sorprendentes.

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