jueves, 25 de abril de 2013

Los juegos de la democracia

El asunto de la democracia, nos referimos a la de a de veras, es más serio de lo que parece y tiene que ver con todas las edades.
 
Otra cosa muy diferente sucede tanto en regímenes autoritarios como en los que se dicen democráticos cuando en realidad están muy lejos de serlo y donde toda la participación del ciudadano, devenido así en cliente electoral, se limita a emitir su voto en forma periódica.
 
Actualmente las exigencias hacia la ciudadanía se multiplican cuando se procura la conformación de sociedades participativas y vigilantes del rumbo de los acontecimientos. Es así que la transición del pasado al presente supone modificaciones de consideración en cuestiones de género, respeto a las minorías, transparencia en el manejo de los recursos públicos, lucha contra la impunidad, etc. Este proceso demanda un enorme esfuerzo social del que ni siquiera quedan fuera los juegos tradicionales que se organizan en las fiestas familiares.
 
Luis Rubio se refirió a ello en un artículo publicado en el periódico La Jornada del 8 de enero de 1993 con el título “¿Podremos ser democráticos?”.  Advierte severas contradicciones entre vicios e inercias tradicionales con respecto a las exigencias de una sociedad verdaderamente democrática. Esto lo lleva a concluir que la democracia es algo que se aprende a lo largo del tiempo y “que la mayoría de los mexicanos no nos nutrimos, en nuestro proceso formativo, de los valores esenciales que constituyen la esencia de la democracia”. Todo esto a partir de las anotaciones que Rubio realiza durante el juego de las jícamas en el entorno de una fiesta infantil.
 
Mi observación, nada científica, se refiere a dos juegos en una fiesta infantil: el juego de las jícamas y la tradicional piñata. El juego de las jícamas consiste en amarrar varias jícamas pequeñas con un hilo a un mecate que se ata de dos árboles. Se forma a todos los niños, cada uno frente a una jícama y se les pide que pongan las manos atrás. Cuando se da la voz de arranque, todos los niños tienen que tratar de agarrar su jícama respectiva con la boca y comérsela; el primero que se la come gana. Las jícamas se mueven mucho, lo que hace divertido el juego. En principio, el juego sería idéntico en México, en China o en Inglaterra. Creo, sin embargo, que la forma en que se jugó en ese día en particular revela mucho de la problemática política que enfrentamos en la actualidad.
Lo que me hizo meditar sobre la democracia mexicana a partir de ese juego fue la forma en que se comportaron los padres de los niños que jugaban a las jícamas. Inevitablemente, unas jícamas eran más grandes que otras, unas quedaron más altas (el hilo más corto) que otras.
Lo primero que hicieron los padres más abusados fue poner a sus hijos frente a la jícama que les quedara a mejor altura a sus respectivos hijos. Luego, una vez iniciado el juego, algún padre estuvo moviendo el mecate para que fuera más difícil morder las jícamas. Todo bien, excepto que la persona que estaba moviendo el mecate sólo lo movía cuando algún competidor de su hijo lograba dar una mordida mayor que la que su hijo había logrado. A nadie le pareció raro.
Esta forma de comportarse se presentó nuevamente al momento de la piñata dejando en evidencia que, lejos de ser una excepción, constituye lo habitual.
Cuando llegó la hora de la piñata se manifestó el mismo fenómeno, aunque de una manera un poco distinta. Se formaron los niños: primero los chicos, luego los medianos y luego los grandes. A la hora de pegarle, sin embargo, empezó a haber favoritos. Se rompió el orden de la fila para que entrara éste que todavía no ha tenido oportunidad o aquél que es mi sobrino. Nada que prácticamente todos los mexicanos no hayamos observado o visto con absoluta naturalidad a lo largo de nuestras vidas.
La cuestión no es sencilla porque hay actitudes que se consideran normales cuando en realidad se sitúan en las antípodas de una sociedad democrática; tal vez a ello correspondan expresiones como: “está bien que roben los políticos, pero que nos dejen algo”.
En su artículo Luis Rubio subraya que la democracia requiere la existencia de condiciones de “juego limpio” y para ello es necesario empezar desde abajo desarmando algunos comportamientos que se consideran naturales.
Lo natural, sin embargo, es terriblemente antidemocrático. Si está de moda ser democrático, tenemos que compenetrarnos con los valores que hemos aprendido y los que le enseñamos a nuestros hijos en la escuela, en las fiestas, en la casa. Los dos ejemplos que traigo a colación no niegan la posibilidad de la democracia en el futuro, pero sí evidencian la inexistencia de dos condiciones necesarias (ciertamente no suficientes, pero sí indispensables) para la democracia: la equidad y el juego limpio (fair play, en inglés). Si no existe una cancha plana, que le confiera todos los jugadores una idéntica posibilidad de ganar, entonces no existe la equidad; si se crean condiciones, de cualquier tipo, que favorecen a un jugador sobre los otros, el juego no es limpio. Si no satisfacemos a ambas condiciones, la democracia es imposible. (…)
Por generaciones les hemos venido enseñando a nuestros hijos valores que son opuestos a la esencia de la democracia, ¿cómo podemos pedirle ahora a los mexicanos que comprendan la democracia y actúen en consecuencia? Más allá del natural intento de cada padre por sesgar las posibilidades de éxito a favor de sus hijos, lo interesante es que ningún otro padre disputó el hecho. Para todos era natural. A partir de esa naturalidad, a nadie debería sorprender el que la manipulación electoral sea otra más de las cosas que son naturales en nuestra realidad social. (…) Si queremos llegar a la democracia, tenemos que construirla paso a paso y desde el principio.
Nadie dijo que construir la democracia fuera tarea sencilla y si así lo creímos en algún momento, como que va siendo hora de aclarar el malentendido.

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