martes, 7 de mayo de 2013

Hacer cola, base de la democracia


Aun no ha sido suficientemente valorada la importancia que tiene hacer cola en tanto aprendizaje básico en el marco de una sociedad democrática.
 
Y es que desde hace mucho tiempo (difícil precisar cuánto) hacer cola forma parte de las rutinas ciudadanas. Una de esas tantas situaciones a las que estamos acostumbrados pero cuya institucionalización fue resultado de un largo proceso y de la lucha de una serie de héroes anónimos dispuestos a defender sus derechos ante la prepotencia y el avasallamiento. Isidro Más de Ayala reflexiona sobre el punto.
Como una necesidad de la vida colectiva, hecha sobre la base del mutuo respeto, y para que frente a las ventanillas y en­tradas las gentes no se magullen, destrozándose la ropa y arran­cándose los botones, surgió la cola. Es ésta una convención en la cual cada recién llegado renuncia al empleo de su fuerza para -armándose de paciencia y docilidad- esperar su turno, como si no pudiera o no deseara abrirse camino por su solo empuje personal. Así, el fuerte y poderoso forma en la cola a la par del débil, del niño y del anciano. No hay otro derecho que el orden de llegada. (…)
Cuando se ve, en una ciudad, largas, muy largas colas a la intemperie para tomar un ómnibus, sacar una localidad en un espectáculo, para hablar en el teléfono público, para tener sitio en un res­taurante y aun para más menudas necesidades, se comprende qué escuelas de disciplina -esto es, de dominio paciente de la voluntad y limado y pulido de los impulsos- significan las colas.
Por supuesto que no es nada fácil resignarse a hacer cola (formarse o hacer fila, como también se le llama) cuando no se está habituado a ello. De esto saben mucho las educadoras que deben enseñar a niños muy pequeños y por lo general con aspiraciones de hijo único (o más difícil aún: de ser el primero en todo) a hacer cola para poder lanzarse por el tobogán o la resbaladilla. A tales efectos también colaboran los juegos de las plazas públicas y en donde el entretenimiento se une al entrenamiento. Tal como se podría esperar, en estos espacios de aprendizaje y convivencia no siempre predomina la armonía sino que también se presentan confrontaciones de grandes dimensiones épicas ante las que los adultos desempeñan papeles de mediadores al procurar la resolución no violenta de los conflictos.
 
Según Más de Ayala "las colas domestican al hombre: le vuelven dócil, le enseñan a esperar su turno, a dominar su impaciencia, a respetar el de­recho ajeno”. Y es que en la cola también se cumple aquello (que algunos atribuyen a Kant y otros a Benito Juárez) de que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Muestra de ello es que el buen ambiente se quebranta cuando alguien pretende incorporarse a la fila de mala manera. En ese caso las denuncias, gritos y abucheos no se hacen esperar, de tal manera que por lo general el “colado” opta por batirse en retirada, aunque también existe la especie de descarados a quienes todas las manifestaciones en su contra los tienen muy sin cuidado mientras permanecen con rostro impertérrito en el lugar usurpado.
 
Hay que precisar que existen colas de muy diverso tipo: la formada por quienes tienen esperanza de que en algún momento lograrán su cometido pero también las integradas por aquellos que anticipan que su esfuerzo será vano porque llegarán a la taquilla o boletería luego de que se cuelgue el cartel de “localidades agotadas” o porque el producto esperado no llegará jamás a su mano (lo que acontece con frecuencia en tiempos de escasez o racionamiento). También hay colas con formación muy ordenada que son las que se observa en la mayoría de los casos, pero también están aquellas que mantienen un aparente desorden y anarquía aun cuando en realidad se orientan por criterios muy estructurados y de total respeto al orden de llegada. Esto acontece en Cuba, donde son toda una institución y hasta adquieren aire de solemnidad aun cuando no se hace cola en sentido estricto. Sucede que al llegar se pregunta “¿último?” y varios son los que señalan al unísono a la persona indicada. A partir de allí uno permanece en cualquier lugar pero sin dejar de guiarse con la persona que le antecede y que será su referencia para el momento en que le esté llegando el turno.
 
Tener que hacer cola produce alergia en los aristócratas porque piensan que ello no está a la altura de sus merecimientos. Es por ello que envían a sus sirvientes para que cumplan con tales menesteres; pocas escenas más lastimosas para ellos (para los aristócratas, no para sus sirvientes) cuando luego de un movimiento social de consideración no les queda otra más que ir a formarse. A la molestia compartida con casi todos (cabe aclarar que son pocas pero existen personas que disfrutan mucho en la cola y la consideran parte de sus entretenimientos) agregan un profundo sentimiento de vergüenza.
 
Y no se crea que los sectores populares siempre están contentos con las colas aun cuando su existencia revele mejorías. Se cuenta que en la Nicaragua sandinista una señora se quejaba que las autoridades revolucionarias habían racionado la carne que solamente podían comer los miércoles luego de hacer una cola larguísima. Al ser consultada acerca de si antes comía mucha carne, su respuesta fue: “No, de ninguna manera, era imposible comer carne”. Antes no estaba racionada, pero era inaccesible.
 
Por otra parte las colas son un buen lugar para tomar el pulso al sentir ciudadano porque allí se expresan descontentos, se comparten alegrías, aparece la consideración (con denuestos o elogios) en que se tiene a diversas figuras públicas, se esparcen rumores, etc.
Con estas breves consideraciones queda de manifiesto el aporte realizado por las colas para la construcción de la democracia y la ciudadanía.
 
Llegará el momento de reconocerlo públicamente. Deudas son deudas.

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