martes, 8 de abril de 2014

El gallinero social


Hasta ahora, cuando menos, no ha sido posible organizar el funcionamiento de las sociedades sin algún tipo de orden jerárquico (que los hay para todos los gustos y disgustos). Es así que el poder ha ido adquiriendo -en el tiempo y en el espacio- muy diversas fuentes de legitimación: la tradición, el resultado electoral, la lucha armada, el dinero, la religión, el conocimiento, la edad, el sexo, etc. Las diferentes sociedades se organizan en forma vertical correspondiendo a los diversos grupos atribuciones muy desiguales en cuanto a prerrogativas y obligaciones. No por repetido pierde asidero aquello de que el poder enferma y esto se pone de manifiesto, entre otras variantes, en personas muy honestas cuando fueron parte de la base y que el día que se encumbran (así sea en un pequeño peldaño de la escala social) parecen padecer una especie de vértigo social que las lleva a reproducir comportamientos deshonestos y delincuenciales que antes habían censurado con vehemencia. Seguramente influye en ello la debilidad del propio ser humano como un orden social fundamentado en este tipo de comportamientos.

El requerimiento para continuar ascendiendo, en muchas ocasiones, se basa en ser solícito con el superior y déspota con el inferior. Ello ha dado lugar a una serie de comportamientos analizados por Aldous Huxley quien establece un paralelismo entre la sociedad y el gallinero.

En estas sociedades (organizadas jerárquicamente) el pequeño jefe se siente contantemente impulsado a vengarse en sus inferiores de todas las indignidades que le infieren sus superiores. En todo gallinero, los pollos tienen un “orden de picoteo” perfectamente establecido. La gallina A picotea a la gallina B, que a su vez picotea a la C, ésta a la D y así sucesivamente. Lo mismo ocurre en las condiciones actuales dentro de las sociedades humanas. El tiránico mandón es en buena parte un producto de la tiranía de más arriba. Los dictadores grandes procrean pequeños dictadores, tan seguramente como los escorpiones grandes procrean a los más chicos, y como las “cucarachas” grandes procrean a las chicas.

Hace algunos años el escritor argentino Mempo Giardinelli también observaba en su país estas similitudes. Pero advierte que en el gallinero (al igual que en la sociedad) no sólo existen turnos para el picoteo sino también jerarquías para defecar.

La Ley del Gallinero, tan popular en la Argentina, es verdaderamente cruel. Su postulado básico dice que en todo tinglado las gallinitas del palo de arriba defecan sobre las del escalón inferior. Por extensión, en el tinglado de la vida cada uno jode siempre al que está un poco más abajo y eso –en esta Argentina desoladora- se tiene por natural y lógico y aceptado.

Giardinelli cuestiona radicalmente tal orden social. “Sin embargo es terrible, y horrible, que semejante desdicha de la gallinería se tenga por buena ya hasta por moral en el presente angustioso e incierto que estamos atravesando. La Ley del Gallinero y su prestigio son repudiables (…)”

A juzgar por las noticias recientes los gallineros contemporáneos andan alborotados dado que las leyes del juego son muy injustas y cada vez son menos quienes aceptan en forma conformista cargar con los excrementos de sus compañeros de especie.

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