jueves, 31 de julio de 2014

¡Cácaro!


Es propio del lenguaje que existan palabras nuevas mientras otras van desapareciendo ya que en esto del habla también hay natalidad y mortalidad. Una de las palabras que en México se encuentra en peligro de extinción es la de cácaro. Con esa expresión, devenida en grito, el público asistente a una sala de cine llamaba la atención del operario al momento de presentarse un problema (corte, enfoque, sonido) con la película proyectada. En relación a los integrantes de ese oficio, Jorge Ibargüengoitia comenta que el público sólo los recuerda “(…) en momentos de desastre y para insultarlos. Nunca he visto que la gente aplauda porque la película no se cortó” (lo que le permite trazar un símil con lo que sucede a los policías, de los que nadie se acuerda cuando cumplen debidamente con su trabajo).
¿Cuál es el origen de tan curiosa expresión? Un primer indicio lo brinda Joaquín Antonio Peñalosa: “Cácaro –porque el primero de todos, allá por los años veinte, era un cacarizo irreductible a la mejor cirugía plástica- (…) ‘Cácaro, deja la botella’, gritan además algunos que como bien juzgan.” La información que proporciona Carlos Martínez Vázquez permite hacernos una idea más completa del entorno en que se estrenó la expresión.
El vocablo cácaro (…) nació, igual que el México Independiente, un 15 de Septiembre; sólo que no en Dolores, sino en la carpa Cosmopolita, ubicada sobre la Calzada Porfirio Díaz, hoy Independencia (en la ciudad de Guadalajara). (...)
Corrían los tiempos en que el Cine aún no aprendía a hablar y don José Castañeda, dueño del local, debía decir al público, levantando la voz como un falso testimonio, lo que iba aconteciendo en la película; mientras que don Rafael González, de profesión manipulador (...) daba vueltas a la manija para que pasaran las vistas.
A veces, la cinta se trozaba; o, en un descuido, el foco de proyección podía incendiar un buen tramo de la misma. Debido a eso, luego del estreno, las funciones eran cada vez más cortas; hasta el día en que la película comenzaba con 5 4 3 2 1 borronazo... y fin.
Cada vez que acontecía la rotura o quemazón, el señor González se dedicaba a pegar, con éter, las puntas dañadas; para que el espectáculo pudiera continuar.
Los tramos rescatables de cada tarde, producían una fuente de ingresos extra para don Rafita, a quien los muchachos arrebataban materialmente las vistas de sus actores preferidos: Tom Mix, Buck Jones, Bili Boyd & Steve Mc Coy. (...)
Ese día, tal vez por el calor, el éter y la aburrición de ver siempre lo mismo, don Rafa, quien entre otras peculiaridades ostentaba en su cara las huellas devastadoras de una viruela loca malcuidada, se puso a cabecear, soltó la manilla y la cinta fue pasando tan despacio, que doña Mary Pickford parecía que nunca se iba a encasquetar aquel ridículo sombrero; ante la creciente desesperación del público al que le urgía saber si por fin se lo iba a poner o no (El Sombrero de Nueva York /1912/dirigida por David Wark Griffith)
En ese suspense a trois, don Pepe, desesperado, le gritó al operador llamándolo por su apodo: Cácaro.
Éste, con el sobresalto, le dio velocidad a la manivela, así que las vistas pasaban ahora a 78 rpm y la Pickford agitaba su pamela como si estuviera avivando la lumbre de un brasero, con lo que nuestros antecesores, que eran más simples que un viaje de ida, se atacaban de la risa.
Entonces don José, coreado por cientos de voces divertidas, se puso a gritar nuevamente: Cácaro.
Con los avances técnicos es poco frecuente que hoy día se presenten aquellas dificultades que dieron origen, hace ya casi cien años, al grito de: ¡Cácaro!, por lo que es posible que estemos asistiendo a la despedida de una expresión que fuera tan útil.

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