martes, 15 de julio de 2014

Vidas de bohemia


Los bohemios son seres muy peculiares que no siguen las normas sociales, ni el modelo social vigente y suelen poner en duda aquello de que hay que ganarse la vida con el propio trabajo. Rafael Solana alude al origen de la expresión y recorre algunas de sus características.

La bohemia tiene un nombre extraño, el de una región del centro de Europa, de donde partían, muy probablemente, los gitanos (originalmente, "egiptanos", es decir, naturales de Egipto; pero en nuestro país se les llamaba húngaros; solían viajar en carretas, con sus violines y con sus osos). Los bohemios, a quienes dio celebridad Murger con su novela, a la que Puccini puso música, eran los poetas, o músicos, o pintores, desinteresados del ganar dinero, viviendo al día en una miseria alegremente compartida; también connotaba el término un poco de desaseo y otro poco de inclinación a vicios como el tabaco y el alcohol (específicamente el ajenjo) y poca tendencia a la vida familiar, a la formación de hogares sólidos.

Tal vez sea por esto último que el oficio de bohemio siempre ha sido más valorado por los amigos y conocidos que por la propia familia. Afirma Solana que suelen distinguirse por su singular vestimenta.

En su atuendo habrían de figurar un sombrero de anchas alas ("negro y tímidamente mosquetero" era el de Ramón López Velarde, según José Juan Tablada); también una chalina, o corbata de amplio lazo; tal vez una capa, como las que usan los estudiantes en "La casa de la Troya"; capa, sombrero y chalina usaba don José Menéndez, "el hombre del corbatón", defensor de pobres (…)

La vida bohemia está íntimamente vinculada tanto a la literatura como al alcohol y  a ello se refiere Renato Leduc citado por Carlos Monsiváis.

Son poetas –a ellos les gusta titularse vates, porque no tuvieron acceso ni a las Antologías ni a las academias… y probablemente menos aún al Parnaso. (…) Totalmente marginados por las élites literarias (…) sus obras no alcanzaron la honra ni siquiera de ediciones modestas y se perdieron irremediablemente. Aquellos poetas conocidos míos eras auténticos rapsodas que como el viejo Homero –todas las proporciones guardadas- iban, no de pueblo en pueblo, sino de cantina en cantina o de pulquería en pulquería, declamando sus versos por una copa de tequila o un tornillo de neutle como otrora –siglo XIII- iba Gonzalo de Berceo por las tabernas de Castilla recitando sus versos por “un vaso de bon vino…”

Vicente Ortega Colunga, gran amigo de Renato Leduc, fue otro distinguido integrante del gremio y –como ya hemos visto en otra ocasión- de él partió la idea de llevarle Mañanitas a la Virgen de Guadalupe los 12 de diciembre. José Luis Martínez S. presenta su semblanza.


Vicente Ortega Colunga nació en 1917 en Cuchillo Parado, pueblo cercano a la ciudad de Saltillo, Coahuila, del que salió a los once años a causa de la muerte de su padre, pero también llevado por su precoz espíritu aventurero.
A Ortega Colunga le gustaba contar su vida, recordar la infancia difícil en Saltillo, donde al terminar la primaria se dedicó a la venta de periódicos. Muchas veces, para librarse del aburrimiento se escapaba a Monterrey, donde más tarde se iniciaría como aprendiz de fotógrafo con Alfonso Sánchez, que poseía un estudio muy apreciado en la sociedad regiomontana. (...)
El violinista Elías Breeskin (padre de Olga, la vedette más deseada de los ochenta), a quien conoció en Monterrey en 1939, fue quien le despertó el deseo de viajar a la Ciudad de México. Dos años más tarde cumpliría este propósito y luego de la inicial incertidumbre, del inevitable vagabundeo en busca de trabajo, comienza a colaborar en la revista Arena y pasa sus noches en los fastuosos centros nocturnos El Patio, Waikiki, Ciro’s, Sans Souci, donde descubre y frecuenta un mundo de glamur y mujeres bellas. (...)
Don Vicente fue uno de los personajes que contribuyeron a la celebridad de la cafetería de la farmacia Regis, donde se reunían en los cuarenta y cincuenta las grandes personalidades del periodismo y la farándula. Allí surgió y se fortaleció su amistad con María Félix, ya entonces diva inalcanzable y la primera en alentar sus sueños editoriales cuando en 1956 le autorizó publicar la historieta La vida deslumbrante de María Félix, cuyos excesos fraguaban él y Alberto Domingo. El argumento era seriado y cada semana María quedaba en una situación complicada que, por supuesto, se resolvía en el siguiente capítulo.
Impaciente, curiosa, la actriz llamaba a don Vicente un día antes de que el número correspondiente comenzara a circular para hacerle siempre la misma pregunta: “¿Y ahora qué estupideces voy a hacer?”, y sus carcajadas, después de escuchar la respuesta, era el esperado signo de aprobación para el editor. (...)
Su indoblegable ánimo lo llevó en 1959 a impulsar la fallida Agencia Mexicana de Información y un año más tarde a crear el periódico Pueblo. “De aparición muy irregular –escribe Roberto Diego Ortega-, Pueblo se caracteriza por el radicalismo de sus artículos y su calidad es motivo de felicitación por parte del general Lázaro Cárdenas. En el placer de las retrospectivas que frecuentaba cuando el ambiente era propicio, Colunga pudo ufanarse con una fórmula simple y desmesurada: ‘Yo vendí periódicos, ahora los hago’.”

                                              
La forma de vida de los bohemios los convierte en protagonistas de jugosísimas anécdotas. Eulalio Ferrer rememora lo que aconteció en un programa del canal 2 de televisión.

Tenía algunas semanas de haberse iniciado con éxito Rincón Bohemio y Tequila Sauza era su patrocinador. Tres bohemios lo animaban: Tata Nacho, Renato Leduc y Mario Talavera. Cada semana, un invitado famoso. Cuando le tocó el turno a Agustín Lara, el Flaco llegó ¡iluminado!, de la mano de Renato Leduc, quien comenzó a entrevistarle con preguntas atrevidas que encandilarían al teleauditorio.
En un momento dado, Agustín interrumpió a Renato y rápidamente puso sobre la mesa el ánfora de cognac Martell, que llevaba en el bolsillo posterior del pantalón, diciendo con voz pastosa:
-Bueno, y ahora brindemos con un buen cognac y no con las porquerías que se anuncian en este programa.
Los camarógrafos casi se paralizaron; se cayeron algunas luces; Mario Talavera puso sus manos en una cara aterrorizada; Tata Nacho se autohipnotizó. Agustín bebía tranquilo de su ánfora y sonaban las risotadas de Renato. Un desastre... el caos. Al día siguiente, suspensión del programa y aviso de cancelación de la cuenta de uno de los clientes fundadores de Publicidad Ferrer. 

Cuando muere un bohemio se va con él una personalísima forma de existir. Se rompe el molde y la sociedad pierde a un protagonista insustituible. Tal vez sea por ello que llegado el momento las crónicas aludan a “la muerte del último bohemio” la que, felizmente, nunca llega. A ello se refiere Rafael Solana.

Siempre hay un último bohemio. Durante toda mi vida, que es larga, he venido oyendo decir, o leyendo: "El último bohemio", a la muerte de algún personaje. Después de ese último, sin embargo, queda otro más último, un postrero, un supremo. (…)
Con "El corbatón" murió un último bohemio. Y con Luis G. Urbina había muerto otro; y con Tata Nacho desapareció uno más; y con Mario Talavera otro, sin que nunca se agoten los especímenes de esa raza inextinguible.
A la muerte (…) del poeta y periodista Renato Leduc volvió a salir el estribillo. Otro último bohemio que se iba; otro hombre que escapaba a la regularidad burguesa, en su vestimenta, en su habitación, en su sistema familiar, en su poesía; fumador, tequilero, mal hablado, despeinado, pero simpático, ingenioso, con un alma noble, generoso, buen amigo de sus amigos.
¿Fue realmente Renato el último de los bohemios? Imposible creerlo; siempre queda alguno más.

Tomando nota de ello, llegado el caso habría que referirse a la muerte del penúltimo bohemio.

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