jueves, 28 de agosto de 2014

Cuando los responsables son otros


No es cosa sencilla asumir la propia responsabilidad en estos tiempos en que a la hora de las atribuciones siempre queda el recurso de esgrimir atenuantes, cuando no sea posible declinar la responsabilidad directamente en otro. A ello se refiere Pascal Bruckner en su libro La tentación de la inocencia (Barcelona, Anagrama, 3ª. Ed., 1999), en su opinión Estados Unidos es líder en lo que identifica como victimología, que allí se está convirtiendo en plaga nacional. Para ilustrar el punto presenta una serie de casos.

Los anales judiciales rebosan de anécdotas tan pasmosas como grotescas: ¿que el autor de unos asesinatos en serie tiene que responder de sus crímenes? Se defiende aduciendo una sobreexposición a la televisión y a su cascada de imágenes violentas. ¿Que un padre mata a su hijita? Se lo tenía bien merecido: de hecho, era ella la que le estaba matando con su carácter insoportable. ¿Que una mujer desarrolla un cáncer de pulmón tras cuarenta años de tabaquismo impenitente? Demanda a tres compañías tabaqueras por falta de información sobre los peligros del tabaco. ¿Que otra por despiste mete a su perro en el microondas para secarlo? Denuncia a los fabricantes culpables, en su opinión, por no haber indicado en el manual de instrucciones que el aparato no es un secador. ¿Que el asesino del alcalde de San Francisco trata de explicar su crimen? Se habría estado alimentando de forma inadecuada (“Junk food”) y eso, momentáneamente, lo habría sumido en un estado de demencia. ¿Que una madre liquida a su hijo? Su abogada aduce un desequilibrio hormonal que impone la absolución inmediata. ¿Que una vidente ha perdido su talento adivino? Denuncia a su peluquero que la habría tratado con un champú causante de la desaparición de sus facultades. ¿Que sorprenden al rector de una universidad persiguiendo con llamadas telefónicas obscenas a unas muchachas? Lamentablemente, está aquejado de unas dosis anormales de ADN en sus cromosomas que ocasionan estos arrebatos de inusitada turpitud. Por no hablar de los asesinos de personalidades múltiples que nunca se reconocen en el ser que ha asestado las puñaladas o de esos malhechores que denuncian su detención como una forma particularmente aviesa de discriminación: ¿por qué yo y no los otros?

Sin embargo, esta situación no es exclusiva de Estados Unidos ni de años recientes. Hace ya mucho tiempo que el español Rafael Azcona propuso demandar a Frank Sinatra.

Hace años yo proyecté reunir en una asociación a todos los novios perjudicados por Frank Sinatra; fue cuando las parejas de novios se acariciaban en un local con poca luz y de las tinieblas salía la voz de Sinatra, tan hormonal, cantando Strangers in the night, y las parejas, enloquecidas de amor, iban y se casaban. Luego, ya casados, ponían a Sinatra en el tocadiscos y ya no era lo mismo, claro.

Entonces se originaban problemas, desavenencias, incompatibilidades y desencuentros, lo que refuerza los argumentos de Azcona: “Estoy seguro de que esa asociación, contando con un abogado americano de los buenos, le hubiera sacado a Sinatra una pasta.”

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