Es cosa de todos los días que los comentaristas que
aparecen en los medios opinen de una amplia gama temática que va de la política
al fútbol; de la economía a la gastronomía; de la cultura popular a las nuevas
tecnologías; del marketing a los trastornos de personalidad. En algunos casos
son especialistas en una materia que al ser consultados sobre otras cuestiones
sucumben ante la llamada “tentación del micrófono” sin hacer suyo el viejo
dicho que señala: “La misa, dígala el cura”, aludiendo de esta manera a los que
se meten a predicar de lo que no entienden. A ellos se refiere Álvaro
Cunqueiro: “Hay en nuestro tiempo gente especializada en una parva rama de la
ciencia, que pretende el título de sabio, que es otra calidad humana y
humanista bien más alta. Son aquellos de los que hablaba el señor Montaigne,
que sabiendo algo de fuentes se creen en la obligación de escribir toda la
física.” Quienes así actúan, continúa Cunqueiro, devienen en charlatanes o barulleiros como dicen los gallegos.
Según Andrés
Ortiz-Osés “el todólogo lo trata todo como un podólogo: por sus extremidades” y para integrar ese gremio, de acuerdo con
Fabrizio Andreella, es necesario ser famoso.
Hoy en día, tener una opinión es más
importante que estar informado. Todo mundo habla sobre cualquier cosa. Es
suficiente con tener fama para ser un todólogo. Sin reflexionar, cualquier celebridad
contesta a preguntas sobre los grandes temas de la vida o sobre los problemas
de la humanidad. En un desfile de banalidades legitimadas por el nombre famoso
que las pronuncia con experimentada sonrisa o con estudiada tristeza, asistimos
al crepúsculo churrigueresco de la idea de que los medios masivos son un
instrumento de socialización del saber y de los valores que identifican a un
pueblo.
Los medios de comunicación tienen mucho que ver con esto cuando
promueven a ciertos periodistas que ingresan a la extraña categoría de “líderes
de opinión”; Pietro Emanuele, citando a Karl Krauss, analiza el punto.
Para él [Karl Krauss] el periodista
rutinario es tan impúdico que está convencido de poder dar lecciones a un
bacteriólogo, a un astrónomo y a lo mejor a un párroco:
Y
si se tropezase con un estudioso de matemáticas superiores, él le demostraría
sentirse a sus anchas también en matemáticas superiores.
Como decían los latinos: doctus de ómnibus rebus et de quibusdam
aliis (“experto en todas las cosas y en algunas más”).
Estamos ante ¿especialistas?, ¿opinadores?, ¿todólogos?, la
polémica está abierta. Cabe hacer notar que algunos de ellos se refieren a
quienes se oponen a sus puntos de vista como opinadores, por lo que en su imaginario se posicionan en un plano
superior: los que coinciden con ellos son especialistas; los que discrepan, tan
sólo opinadores.
Y para peor es frecuente que sus explicaciones vengan
envueltas en rollos interminables, con lo que ignoran aquello que escribiera
Voltaire a un amigo: “Perdona que te haya escrito tan largo. No tuve tiempo de
escribir breve.”
Justo es reconocer que hay especialistas que tienen una
mirada crítica hacia su propio actuar; es el caso de Salvador Cardús
Durante
años me han pedido que diera conferencias sobre el problema de la adolescencia
y de la juventud. A pesar de que nunca se sabe con exactitud si los problemas
suscitan la aparición de los expertos, o si por el contrario son los expertos
quienes se inventan los problemas, lo cierto es que desde hace un par de
décadas la juventud se ha convertido en un problema con certificado oficial.
Todo parece indicar que hay ocasiones en que es
recomendable no dejarse guiar por el horizonte trazado por los opinadores, en
particular cuando se refieren a temas políticos. Jesús Silva-Herzog Márquez profundiza
en la cuestión
Durante años, Philip Tetlock ha sometido
a prueba a los opinadores que descifran el mundo de la política y se ofrecen
como profetas para el teleauditorio. La conclusión a la que ha llegado es que
son unos farsantes: no saben de lo que hablan y no son confiables como anticipo
de lo que vendrá. Tetlock publicó un libro con sus hallazgos. Siguiendo aquella
idea que Isaiah Berlin haría famosa, ubica erizos y zorro en el mundo del
comentariado. Unos tienen sólo una idea y derivan de ella toda su
interpretación del mundo; otros tienen varias nociones y adaptan su evaluación
a la circunstancia. Al parecer, éstos últimos suelen ser un poco más
confiables. En Wired hay una entrevista con él. Su entrevistador, Jonah Lehrer
sugiere que en los programas televisivos de análisis político, debería
insertarse una leyenda: "Está probado científicamente que estos señores no
saben de lo que hablan. Su rollo tiene sólo propósito de entretenimiento."
No deja de ser paradójico que en este entorno lo más normal
se convierte en excepción y Juan Cruz da un ejemplo de ello
Hay una anécdota (…) protagonizada en un
programa de radio de Iñaki Gabilondo (valga la redundancia, pues Iñaki es
radio) por el político y profesor gaditano Ramón Vargas Machuca. Gabilondo le
preguntó algo concerniente a la actualidad. Y el entonces tertuliano dijo:
"Pues de eso no sé nada". El gran comunicador paró en ese momento la
tertulia: "Señores, ha ocurrido algo excepcional. Alguien, en el uso del micrófono,
acaba de decir que de algo no sabe".
La sabiduría del no saber.
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