martes, 24 de noviembre de 2015

Fiesteros


Al viajar por diversos rumbos del país o consultar alguna revista tipo guía del ocio, se advierte la cantidad de fiestas que en todo momento se celebran en México. Una de las diferencias clásicas que se marca entre fiesta y espectáculo es que a este último se asiste, mientras que en la primera se participa. Es por ello que las fiestas populares, cuando en realidad lo son, tienen un marcado carácter democrático incompatible con exclusiones de ningún tipo. En una verdadera fiesta todos deben asistir y es por ello que la  invitación a las bodas de oro de doña Alfa y don Andrés Henestrosa -citada por Margarito Guerra Flores- exhortaba: “No faltes. Sin ti no habrá fiesta”.


Hablando de invitaciones, Fernando Díez de Urdanivia evoca la que Pancho Liguori repartió en ocasión de su casamiento con Gloria Gamiochipi, en casa de Griselda Álvarez.
 

            A las nueve menos cinco
            del día de San Filogonio,
            en el ciento ochenta y cinco
            de Cerro de San Antonio,
            Gloria y Pancho, en audaz brinco,
            cometerán matrimonio.

            Se beberá con ahínco
            y al dar en punto las cinco
            todos se irán al demonio.

            Griselda será anfitriona;
            Chema Lozano es el juez;
            se invita a toda persona
            que lleve whisky escocés.
 

La frontera entre los invitados y quienes no lo son tiene sus bemoles, ya que según Juan Villoro “en cualquier acto mexicano que se respete, los colados siempre son más que los invitados”. Y no se crea que es una característica contemporánea porque a ello ya aludía –citado por Joaquín Antonio Peñalosa- fray Francisco de Ajofrín en 1763: “En los días de festejos y cumpleaños, hay bailes que llaman fandangos en sus casas a puerta abierta para todos los que quieran concurrir, aunque no los conviden”. Desde aquel entonces las fiestas, como lo establece el dicho popular, duraban hasta que se acababan y la bebida era abundante. De ahí el asombro de fray Francisco de Ajofrín: “Dura esta diversión hasta el amanecer. Beben mucho vino, aguardiente o pulque”.
 

Claro que nunca faltan quienes después de haber comido y bebido en abundancia, expresan su ingratitud hacia las atenciones brindadas por los anfitriones; José Joaquín Fernández de Lisardi proporciona un testimonio de ello

 
El olor del guajolote y del pulque de piña acarreó ese día a mi casa una porción de amigos míos, parientes y conocidos de mi madre, que fueron a cumplimentarme. Dios se los pague.
Se lamieron el almuerzo, consumieron la comida, y a su tiempo alegraron el baile grandemente, porque cantaron, bailaron, retozaron, se embriagaron, ensuciaron toda la casa, y, al fin, salieron unos murmurando el almuerzo, otros la comida, otros el baile, y todos, alguna cosa de lo mismo que habían disfrutado.
¡Qué necedad es tener una diversión pública! Se gasta el dinero, se sufren mil incomodidades, se pierden algunas cosas, y siempre se queda mal con los mismos a quienes se pretende obsequiar; y se recibe en murmuración y habladurías, lo que se pretende recibir en agradecimiento.


Por otra parte, Salvador de Aguinaga señala que diversos autores buscaron la esencia nacional en la filosofía o en el psicoanálisis pero que finalmente sería un poeta, nada menos que Octavio Paz, quien lograría salir airoso de tamaña tarea.
 

Pensadores como Samuel Ramos, como José Vasconcelos o Antonio Caso enseñan a una generación entera a pensar sobre la esencia nacional, invitando a construir una teoría de México, al tiempo que psicoanalistas, como Santiago Ramírez, colocan audazmente a la psique de México sobre el diván psiquiátrico para descubrirle traumas de origen, complejos y obsesiones. Pero no sería ni un filósofo ni un psicoanalista quien lograra la primera y fulgurante síntesis de lo mexicano, sino un poeta.
(...) Octavio Paz, el poeta de pasiones amorosas y políticas, propone en una serie de ensayos luminosos ya no una filosofía tan sólo o un psicoanálisis técnico de lo mexicano, sino una verdadera visión de lo que somos y hemos sido, una visión que todo lo contempla con claridad bajo la luz solar de la poesía.
(...) Paz [recuerda] que: "somos un pueblo ritual [...] cuyo calendario está poblado por fiestas". La fiesta para Paz es una de las claves de la vida nacional, el evento mágico que rompe la lisura y el tedio de los días comunes y corrientes para crear un tiempo extraordinario, fuera de la serie humana, un día en que el mexicano se une con los dioses, los santos o los héroes en la ebriedad santa de la celebración.
Dice Paz: "Ciertos días lo mismo en los lugarejos más apartados que en las grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en honor de la Virgen de Guadalupe o del general Zaragoza". Cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la fiesta del Grito; y una multitud enardecida grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año. Y durante los días que preceden al 12 de diciembre el tiempo suspende su carrera, hace un alto y en lugar de empujarnos hacia un mañana siempre inalcanzable y mentiroso, nos ofrece un presente redondo y perfecto de danza y juerga, de comunión y comilona con lo más antiguo y secreto de México.
En la fiesta mexicana se combinan, como en la danza, el movimiento y el color, la exaltación del gusto y la canción. Esta última es, por sí misma, otra de las claves e ingredientes básicos de la vida mexicana. [Eulalio] Ferrer cita a Mauricio Magdaleno quien alguna vez escribió: "En lo hondo de la tiniebla mexicana hay siempre una canción" y recuerda también Ferrer que cada año se registran miles de canciones en la república. Podrán escasear insumos y alimentos pero la cosecha musical nunca termina.


Lamentablemente no son pocas las fiestas que concluyen con violencia, lo que ha dado lugar al dicho de que “fiesta sin muertitos, no es fiesta”. Un ejemplo de ello lo da la siguiente nota de prensa.
 


Cuando Mariano de la Cruz Mejía apareció muerto sobre la calle principal del pueblo conocida como “La Playita”, a principios de 1980, los dedos apuntaron hacia su compadre. Era sabido que “Marianito”, como se le conocía, no estaba de acuerdo con el precio que los acaparadores imponían al frijol. El sueldo de un peón durante un mes de trabajo equivalía al precio de una tonelada del grano, decía.
Su compadre Sabino Morán recibió la encomienda del cacique Gabriel Iglesias Meza de “aplacarlo”. Ya eran varios grupos de indígenas los que había organizado y comenzaban a hacer ruido. Una mañana cuando iba rumbo al centro del pueblo, un individuo salió de entre la maleza y le disparó, como aquí se acostumbra, por la espalda.
Se dice que la mayoría de los hombres que están en el panteón han sido asesinados a balazos. Entre los vivos abundan los huérfanos que tienen que soportar el aguijoneo cotidiano de toparse en la calle, en la plaza o en la iglesia con los verdugos del padre. Se vive sin poder olvidar el pasado. Se encuentran pero las miradas no se cruzan.
Cada verano durante la fiesta de Santiago, patrono del pueblo, se presenta la ocasión en medio del festejo para ajustar cuentas. En Jamiltepec se dice que fiesta que no tuvo muertos fue una “fiesta aburrida”.
 
 

A este respecto Renato Leduc menciona que un sinaloense, al que identifica como el capitán Saúl, le contó lo siguiente: “Cuando yo era muchacho, en los pueblos de mi estado los alcaldes daban permisos para veinticuatro horas de tambora, con derecho hasta a tres muertos, por cincuenta pesos. Pues el chiste de la tambora está en animar a uno para darle gusto al dedo”. En este contexto aplicaría sin restricciones el célebre exhorto de don Quijote: “tengamos la fiesta en paz”.
 

Por su parte Germán Dehesa alude a otro tipo de fiestas. “Inspirado en José Iturriaga diré: para los mexicanos, trabajo que no termine en pachanga y pachanga que no termine en la cama, son dos actos fallidos.”
 

En esto de las fiestas, como en tantas otras cosas, los oaxaqueños se cuecen a parte y una vez entrados en el relajo, de ellos no se salvan ni las imágenes religiosas, lo que no les parece un gesto impío sino el deseo de contagiar su alegría a figuras tan venerables. Esto queda claro en lo afirmado por Andrés Henestrosa, citado por Margarito Guerra Torres.
 

Siempre ha dicho don Andrés que los juchitecos se identifican plenamente con su  santo patrón San Vicente Ferrer, de quien se tiene conocimiento fue un santo un tanto rebelde. En ocasión de las fiestas de la Virgen de la Candelaria, en Ixhuatán, y estando en boga los altavoces, mediante los cuales se enviaba mensajes y salutaciones, cuenta don Andrés que algún pícaro juchiteco dijo este mensaje: “San Vicente Ferrer, patrón de Juchitán, dedica a la Virgen de la Candelaria, patrona de Ixhuatán, la siguiente melodía: La última noche que pasé contigo.
 

De acuerdo con Eulalio Ferrer fueron los dominicos quienes trajeron a San Vicente Ferrer a Oaxaca y lo declararon patrón de Juchitán. Agrega que aun cuando es “(…) oriundo de Valencia, España, los juchitecos lo consideran como un santo propio nacido en Juchitán”. 
 

Andrés Henestrosa se refiere a la cultura zapoteca y a la Guelaguetza, fiesta en la que se encuentran las culturas procedentes de las diversas regiones que conforman el estado de Oaxaca.

 
Algo hay de permanente en el alma colectiva [zapoteca] que impide a los hombres a presentarse con las manos vacías a una festividad. Hasta cuando el anfitrión es persona rica los invitados aportan a la fiesta una cooperación por humilde que sea, que llaman significativamente, un “cariño”, con lo cual quieren decir que es una muestra del afecto, de la amistad, del parentesco, del cariño, en una palabra, que une a todos los hombres de la colectividad. (...)
Bella costumbre [se refiere a la Guelaguetza], sin duda ésta de los pueblos oaxaqueños, particularmente de los zapotecas, a cuyo idioma pertenece la palabra que la designa.


Existen comunidades en que a la entrada de la fiesta se ubican los encargados de llevar una suerte de registro de los regalos aportados por cada quien para poder retribuir en forma similar cuando se presente la ocasión. Algo así sucede en Juchitán y este sistema permite tener fiesta casi todos los días.
 

Pero el tema de las fiestas no está exento de polémicas ya que hay quienes cuestionan la vigencia de ciertas tradiciones porque implican un gasto muy grande para los mayordomos, responsables de organizarlas. Sam Quinones alude al caso de un indígena mixteco que debió emigrar de su pueblo para poder pagar las deudas contraídas a causa de ello.

(...) que estaba entre quince personas que tenían que pagar la fiesta tradicional del pueblo en honor de su santa patrona, la virgen de la Asunción. Esa era la costumbre: cada año unas pocas personas tenían que empobrecerse profundamente para hacer la fiesta de tres días en la que participaban todos los demás. Su trabajo era aterrador: tenía que dar dos mil pesos, el equivalente a dos años y medio de salario local en ese tiempo, para comprar comida y bebida para todos, fuegos artificiales, velas y otras cosas. La responsabilidad casi lo llevó a la quiebra. Pidió dinero prestado con un interés muy alto y después dejó su pueblo y a su joven familia durante un año para recoger jitomates en Sinaloa y poder pagar la deuda.
 


Esta controversia ha llegado a la violencia por razones de índole religiosas dado que en algunas comunidades se ha pretendido expulsar a aquellas familias que teniendo otras creencias, no participan en fiestas en honor de la Virgen o el patrono de la localidad y se niegan a hacer los aportes requeridos.  No es tarea sencilla aceptar la pluralidad religiosa y construir los niveles requeridos para la tolerancia o, mejor aún, la convivencia solidaria.
 

Para concluir, citemos a Octavio Paz que en El laberinto de la soledad analiza la función de consuelo y compensación que cumplen las fiestas.
 

Un pobre mexicano, ¿cómo podría vivir sin esas dos o tres fiestas anuales que lo compensan de su estrechez y de su miseria? Las fiestas son nuestro único lujo (...) Durante esos días, el silencioso mexicano silba, grita, canta, arroja petardos, descarga su pistola en el aire. Descarga su alma (...) Si en la vida diaria nos ocultamos a nosotros mismos, en el remolino de la Fiesta nos disparamos. Más que abrirnos, nos desgarramos. Todo termina en alarido y desgarradura: el canto, el amor, la amistad.

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