martes, 22 de diciembre de 2015

En torno a la anestesia


Difícil, además de poco recomendable, imaginar cómo se llevarían a cabo ciertos procedimientos médicos cuando no se contaba con los agradecibles efectos de la anestesia. Tiempos en los que se recurría a sucedáneos, entre los que destacaron la ingesta de alcohol o la poco amigable receta de un certero e inesperado golpe a quien debiera ser sometido a la intervención quirúrgica. No eran los únicos recursos y Eduardo Galeano evoca otra alternativa.


El carnaval de Venecia duraba cuatro meses, cuando duraba poco.
De todas partes venían saltimbanquis, músicos, teatreros, titiriteros, putas, magos, adivinos y mercaderes que ofrecían el filtro del amor, la pócima de la fortuna y el elixir de la larga vida.
Y de todas partes venían los sacamuelas y los sufrientes de la boca que santa Apolonia no había podido curar. Ellos llegaban en un grito hasta los portales de San Marcos, donde los sacamuelas esperaban, tenaza en mano, acompañados por sus anestesistas.
Los anestesistas no dormían a los pacientes: los divertían. No les daban adormidera, ni mandrágora, ni opio: les daban chistes y piruetas. Y tan milagrosas eran sus gracias, que el dolor se olvidaba de doler.
Los anestesistas eran monos y enanos, vestidos de carnaval.
 
Fue necesario esperar mucho tiempo para que tuvieran lugar los hallazgos e investigaciones que permitieron dar los primeros pasos en cuanto a la anestesia tal como la conocemos. Existen discrepancias respecto a quiénes fueron sus iniciadores como a cuándo se utilizaron por primera vez; Peter J. Howe da su versión
 
El 16 de octubre de 1846, el joven Gilbert Abbott, impresor de periódicos, se despertó en el hospital General de Massachusetts, tras serle extirpado un tumor en la mandíbula, y dejó atónita a la concurrencia al constatar que no sentía dolor, sino sólo, dijo, algo así como si con una azada le rascaran el cuello. Por vez primera había funcionado, en una demostración pública de media hora, la anestesia. Un hallazgo, básico para la medicina (...)
 
Según Howe la anestesia no sólo –lo que no sería poca cosa- fue un gran paliativo para el dolor físico, sino también para el espiritual.
 
La anestesia ha sido vista no sólo como un avance médico, sino también espiritual, porque, hasta su aparición, el dolor, en el mundo occidental y cristiano, se había considerado como algo bueno y natural. De hecho, muchos líderes religiosos trataron de oponerse a la anestesia aplicada a las parturientas so pretexto de que Dios había concedido a la mujer el don del sufrimiento al dar a luz. Sólo cuando la reina Victoria recibió el cloroformo en el nacimiento del príncipe Leopoldo, en 1853, esa creencia se vino abajo.
 
Pero no vaya a creerse que gracias a los notables avances científicos ya está todo resuelto; una reciente nota de prensa proporciona un ejemplo de ello
 
Todavía no se sabe muy bien por qué, pero resulta que las pelirrojas necesitan un 20 por ciento más de anestesia que el resto de personas para que la sustancia les haga efecto cuando están sobre una mesa de operaciones.
Al principio los anestesistas simplemente conocían el dato en base a sus experiencias, pero una serie de experimentos ligeramente crueles, por el bien de la ciencia confirmó el hecho, midiendo el dolor que sentían al recibir descargas eléctricas mientras se les suministraba gas anestesiante.
Se cree que esto puede tener que ver con algún factor de tipo genético común a todas las mujeres pelirrojas, que además de proporcionarles su natural palidez y color de pelo rojizo las haga especialmente sensibles al dolor; de ahí que sea más difícil dormirlas con anestesia.
[Fuente: Discovery Fit & Healt vía How Stuff Works]
 
 
Es inevitable concluir que entre tanto oropel que rodea a personajes de dudosa trayectoria, deberían multiplicarse los reconocimientos públicos a tantos próceres de la ciencia que mucho han aportado (y lo siguen haciendo) a la calidad de vida de la humanidad.

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