Difícil, además de poco recomendable, imaginar cómo se
llevarían a cabo ciertos procedimientos médicos cuando no se contaba con los agradecibles
efectos de la anestesia. Tiempos en los que se recurría a sucedáneos, entre los
que destacaron la ingesta de alcohol o la poco amigable receta de un certero e
inesperado golpe a quien debiera ser sometido a la intervención quirúrgica. No
eran los únicos recursos y Eduardo Galeano evoca otra alternativa.
El carnaval de Venecia duraba cuatro meses, cuando duraba poco.
De todas partes venían saltimbanquis, músicos, teatreros, titiriteros,
putas, magos, adivinos y mercaderes que ofrecían el filtro del amor, la pócima
de la fortuna y el elixir de la larga vida.
Y de todas partes venían los sacamuelas y los sufrientes de la boca que
santa Apolonia no había podido curar. Ellos llegaban en un grito hasta los
portales de San Marcos, donde los sacamuelas esperaban, tenaza en mano,
acompañados por sus anestesistas.
Los anestesistas no dormían a los pacientes: los divertían. No les
daban adormidera, ni mandrágora, ni opio: les daban chistes y piruetas. Y tan
milagrosas eran sus gracias, que el dolor se olvidaba de doler.
Los anestesistas eran monos y enanos, vestidos de carnaval.
Fue
necesario esperar mucho tiempo para que tuvieran lugar los hallazgos e
investigaciones que permitieron dar los primeros pasos en cuanto a la anestesia
tal como la conocemos. Existen discrepancias respecto a quiénes fueron sus
iniciadores como a cuándo se utilizaron por primera vez; Peter J. Howe da su
versión
El
16 de octubre de 1846, el joven Gilbert Abbott, impresor de periódicos, se
despertó en el hospital General de Massachusetts, tras serle extirpado un tumor
en la mandíbula, y dejó atónita a la concurrencia al constatar que no sentía
dolor, sino sólo, dijo, algo así como si con una azada le rascaran el cuello.
Por vez primera había funcionado, en una demostración pública de media hora, la
anestesia. Un hallazgo, básico para la medicina (...)
Según
Howe la anestesia no sólo –lo que no sería poca cosa- fue un gran paliativo
para el dolor físico, sino también para el espiritual.
La
anestesia ha sido vista no sólo como un avance médico, sino también espiritual,
porque, hasta su aparición, el dolor, en el mundo occidental y cristiano, se
había considerado como algo bueno y natural. De hecho, muchos líderes
religiosos trataron de oponerse a la anestesia aplicada a las parturientas so pretexto
de que Dios había concedido a la mujer el don del sufrimiento al dar a luz.
Sólo cuando la reina Victoria recibió el cloroformo en el nacimiento del
príncipe Leopoldo, en 1853, esa creencia se vino abajo.
Pero no
vaya a creerse que gracias a los notables avances científicos ya está todo resuelto;
una reciente nota de prensa proporciona un ejemplo de ello
Todavía no se sabe muy bien por qué,
pero resulta que las pelirrojas necesitan un 20 por ciento más de anestesia que
el resto de personas para que la sustancia les haga efecto cuando están sobre
una mesa de operaciones.
Al principio los anestesistas
simplemente conocían el dato en base a sus experiencias, pero una serie de
experimentos “ligeramente
crueles, por el bien de la ciencia” confirmó el hecho, midiendo el dolor
que sentían al recibir descargas eléctricas mientras se les suministraba gas
anestesiante.
Se cree que esto puede tener que ver
con algún factor de tipo genético común a todas las mujeres pelirrojas, que
además de proporcionarles su natural palidez y color de pelo rojizo las haga
especialmente sensibles al dolor; de ahí que sea más difícil “dormirlas” con anestesia.
[Fuente:
Discovery Fit & Healt vía How Stuff
Works]
Es inevitable
concluir que entre tanto oropel que rodea a personajes de dudosa trayectoria,
deberían multiplicarse los reconocimientos públicos a tantos próceres de la
ciencia que mucho han aportado (y lo siguen haciendo) a la calidad de vida de
la humanidad.
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