jueves, 28 de enero de 2016

Como las rosas silvestres


Clarice Lispector cada día adquiere mayor presencia: se reeditan sus libros al tiempo que muchos son quienes -apenas descubrirla- devienen en convencidos difusores de esta autora. Y de esta manera su deseo se hizo realidad.


Tengo una gran amiga que me manda de vez en cuando rosas silvestres. Y su perfume, mi Dios, me da ánimo para respirar y vivir.
Las rosas silvestres tienen un misterio de los más extraños y delicados: a medida que envejecen perfuman más. Cuando están por morir, ya ajándose, el perfume se vuelve fuerte y dulzón, y recuerda las perfumadas noches de luna de Recife. Cuando finalmente mueren, cuando están muertas, muertas –ahí entonces, como una flor renacida en la cuna de la tierra, es cuando el perfume que exhala de ellas me embriaga. Están muertas, feas, en lugar de blancas se ven amarronadas. Pero ¿cómo tirarlas si, muertas, tienen el alma viva? Resolví la situación de las rosas silvestres muertas, despetalándolas y esparciendo los pétalos perfumados en mi cajón de ropa.
La última vez que mi amiga me mandó rosas silvestres, cuando se estaban muriendo y volviéndose más perfumadas todavía, les dije a mis hijos:
-Es así como me gustaría morir: perfumando de amor. Muerta y exhalando el alma viva.


Sin lugar a dudas la obra de Clarice Lispector, al igual que sus rosas silvestres, sigue viva después de su muerte.

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