Los concursos literarios constituyen una de las formas
universalmente aceptadas de promover la literatura y, se supone, de apoyar a
los autores. En torno a estas competencias se presentan cuestiones que no son
menores, como la integración del jurado y la imparcialidad de los fallos. En
otros artículos nos referiremos a ello. También está el tema de las bases para
participar, es decir las condiciones que deben reunir los trabajos lo que se
especifica en una serie de cláusulas.
Sucede que las mismas no siempre son claras por lo que
manifiestan ambigüedades, posibilidad de diversas interpretaciones e incluso
ejercen una sútil (o no tanto) censura. Ello aconteció con una de las cláusulas
en la convocatoria a un concurso literario promovido por un periódico (en
1970); la misma no pasó desapercibida para la notable lucidez y temible ironía
de Jorge Ibargüengoitia.
(…) Otro ejemplo de censura
apriorística lo encontramos en las convocatorias de los concursos literarios
que solía hacer cada año uno de los diarios de esta ciudad. Una de las
cláusulas decía: “Los problemas tratados por las obras participantes deberán
referirse a la realidad mexicana, los personajes deberán mostrar las
características propias de nuestra idiosincrasia y el desenlace de la obra
deberá ser positivo.”
Lo
anterior supone que los miembros del jurado saben de antemano cuál es la
realidad mexicana, lo cual es un contrasentido, porque la única justificación
que tiene cualquier autor al escribir una obra es precisamente presentar un
nuevo aspecto de la realidad, no la mexicana, sino la realidad a secas, que,
después de todo, no vivimos en un cuento de hadas.
¿Cuáles
son las características propias de nuestra idiosincrasia? ¿Los hombres son muy
machos, las mujeres sumisas, las madres sacrificadas y los hijos borrachos? No
es cierto. Esa visión de México la inventaron los mariachis.
Por
último, ¿qué es un desenlace positivo? Que todos se casen al final de la obra.
O, por ejemplo, que se descubra una verdad importantísima. Pero todos sabemos,
en la vida, que casarse o descubrir una verdad puede tener consecuencias
funestas.
¿Pero
cuáles podían ser las intenciones de la persona que incluyó esta cláusula en
una convocatoria? Son, aparentemente, muy respetables. Hay que producir una
literatura que enseñe al mexicano a conocerse, a conocer los problemas
nacionales y, al mismo tiempo, presentarle una visión positiva de su país, con
objeto de fomentar en él el orgullo de ser mexicano.
Está
muy bien. Lo malo es que el arte es una manera de conocimiento y el objeto del
conocimiento es entender las cosas, no verlas muy bonitas.
Siempre es recomendable volver a la obra de Jorge Ibargüengoitia,
consuelo de afligidos y atormentador de poderosos.
¡Que nunca nos falte!
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