Da la
impresión que vivimos tiempos en que los territorios personales están en franca
retirada. Es así que en muchas ocasiones hasta lo más íntimo abandona el espacio
de lo privado para llegar al dominio público. Y para aquellos que por muy
diversos motivos son figuras del acontecer social –y por tanto concitan el
interés periodístico- aún resulta más difícil permanecer fuera de la mirada
social.
Antes
los periodistas, por lo general, consideraban de mal gusto realizar preguntas
que pudieran invadir la esfera particular del entrevistado. Pero en la
actualidad esto ha cambiado en forma tan notoria, que abundan los entrometidos.
Leyendo
una entrevista publicada recientemente en la prensa, reparamos que este no fue
el caso de Rachel Cooke quien se manejó con discreción ante Olafur Eliasson, “el artista islandés dinamarqués al que siempre se
conocerá ante todo por el enorme sol que hizo emerger en el interior de la
Turbine Hall de la Tate Modern de Londres en 2003 (…)”; Cooke traza un perfil general de su entrevistado
En el mundo del arte, Eliasson es conocido por su
amabilidad y por su modestia. Cuando se lo conoce, su gracia y su sinceridad
llaman la atención de inmediato y se las asocia con su ropa rústica
escandinava, sus gestos moderados, su forma de ser democrática. Eliasson
preferiría morirse antes que referirse a sí mismo como “famoso”, lo que lleva a
la gente a preguntarse por su ego, que parece haber desaparecido.
Luego,
refiere algunos aspectos de sus orígenes familiares.
Eliasson nació en 1967 en Copenhague, la ciudad a la
cual sus padres, Elías Hjorleifsson e Ingibjörg Olafsdottir, ambos de veintiún
años, habían emigrado tras abandonar Islandia un año antes en busca de trabajo
(su padre, como cocinero; su madre, como modista). La madre procedía de un
pueblo pesquero de Islandia que se remonta al siglo XI; mientras que la familia
del padre pertenecía a la artística Reikiavik (su abuela era fotógrafa y su
abuelo, editor).
Con la
información que el artista le proporciona, Cooke describe las dificultades
familiares que vivió durante su infancia e interpreta lo que para él pudo haber
significado la distancia con su padre.
Cuando Eliasson tenía cuatro años, sin embargo, sus
padres se separaron, y su padre regresó a Islandia. La distancia entre ambos
debe haber sido dolorosa, pero lanzó al hijo, a quien ya le gustaba dibujar,
por un camino creativo. Elías también tenía inclinaciones artísticas: pintaba
acuarelas, dibujaba fósiles y realizó un estudio en el cual se instaló en un
bote y suspendió una lapicera sobre una hoja de papel de tal manera que el movimiento de las olas
produjera dibujos. “No lo veía con frecuencia. Era cocinero en un barco pesquero y pasaba mucho tiempo
lejos. Cuando lo veía, quería impresionarlo. Hacía dibujos impresionantes para llamarle la
atención.”
Para
estas alturas Rachel Cooke ya estaba metida en la historia de su entrevistado por
lo que dejándose llevar por su curiosidad -un tanto invasiva- le preguntó si
finalmente había logrado impresionar a su padre. Y señala que ante ello el
entrevistado se limitó, con suavidad, a contestar: “Eso es personal”.
De
esta manera Olafur Eliasson le hizo
saber a Rachel Cooke que era tiempo de
cerrar la puerta a lo personal para pasar a lo que consideraba más importante
para el público lector, lo relativo a su trayectoria artística.
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