martes, 9 de febrero de 2016

Recordando a don Andrés Henestrosa


Don Andrés Henestrosa alcanzó la longevidad y ello lo convirtió en exiliado de su generación al tener que despedirse de todos sus amigos y compañeros de parrandas. Uno de ellos fue Renato Leduc quien murió a los noventa años de edad el 2 de agosto de1986 y apenas cuatro días después escribía don Andrés:
 
 [...] Más de medio siglo fuimos amigos asiduos. Cien veces amanecimos caminando por las calles de México, huéspedes de mesones, tugurios, figones, tabernas de la peor fama. Al amanecer del día primero del año treinta y uno, me dijo mientras cruzábamos la Alameda Central: si vieras, Andrés, qué pereza –él lo dijo con otra palabra- tengo de vivir todo el año que hoy comienza. Y mira lector, lo que son las cosas, sobrevivió a aquella pereza –él lo dijo con otra palabra- más de medio siglo. [...]
Yo estaba lejos de la ciudad cuando murió Renato. Ni él ni yo gustamos de velorios, entierros, pésames. Me dijo un día, hace muchos años: Yo ya no quiero asistir a otro entierro que no sea el mío. Y yo agregué: Yo no asistiré más que al mío, porque no podré evitarlo; pero procuraré llegar lo más tarde que se pueda. Y, si es posible, no llegar.

 
Unos meses después, el 30 de noviembre de ese mismo 1986, don Andrés Henestrosa cumplía ochenta años de edad y, según apunta Rafael Solana, lanzaba una advertencia.

Nos advierte Andrés que se propone vivir veinte años más, llegar a centenario; apoya su conjetura en la edad que han alcanzado algunos de sus parientes más próximos por la rama femenina: ciento un años su madre, cientos seis una de sus tías; todavía en activo; sobre todo nos alienta a creer que ese proyecto es viable el leer a Henestrosa fresco y lúcido, sin muestra alguna de aburrimiento, sin la menor señal de ese tedium vitae que entristece y ensombrece a muchos en los años de su madurez; todavía está alerta a lo que le rodea, es útil a su patria, en un puesto tan importante como en el que en la Cámara Alta tiene; todavía se lanza en busca de libros viejos, y recibe los nuevos que se le mandan; aún lee y escribe, y opina. ¡Cómo no va a tener cuerda para otros cuatro lustros, que son los que le faltan para cumplir un siglo! Y podemos esperar algo más: que esas dos décadas todavía por vivir sean fecundas, que siga en ellas participando en la vida nacional, desde el Senado, desde la Academia, desde las páginas de El Día.


Al año siguiente era el propio don Andrés quien expresaba una vez más su convicción de que aún le quedaba larga vida.
 

Hoy [2/11/1987] cumplo ochentaiún años y un día. Son, ciertamente, muchos años, pero no ante mis ojos: yo sigo teniendo veinte años. Tengo años, pero no edad. Me hurgo y palpo todos los rincones del cuerpo y del alma y encuentro que ninguno registra los signos específicos de la vejez. O, por lo menos, de modo total no los registran. Lo que otrora convexo es ahora cóncavo. Lo que redondo, puntiagudo. Alguna arruga tendrá el cuerpo, pero ninguna tiene el alma. Me sé contar los dedos, por eso sé que tengo muchos días, que si la vida es un camino, lo he recorrido largo, más que muchos de mis pobres amigos y conocidos, muertos en la flor de la edad, cuando apenas abierta la corola de su vida.


Un par de décadas después y cuando estaba en el umbral de la centuria, le hizo saber a Mariliana Montaner sus planes. “Voy a cumplir cien años (...); en estos años he buscado la alegría, no el llanto, porque a reír aprendí, llorar siempre supe. Tengo el plan de vivir hasta los 105 años y se tienen que reflejar en mi rostro y en mi corazón.”


No mucho tiempo después comenzó a preparar su equipaje para la partida. “Ya es tiempo de desandar lo andado, de recoger los pasos, para que cuando llegue la tan temida, nos encuentre prontos a partir, sin nada pendiente.”

En el 2007 concurrí a la presentación de su libro “Andanzas, sandungas y amoríos” en una cantina del rumbo de la colonia Roma. Allí señala

De día yo soy ateo
de noche soy creyente.

Nací de pronto muy temprano, por eso
voy a morir muy tarde.

Como no puedo ser inmortal por mis obras,
voy a luchar por serlo en la vida.


Don Andrés Henestrosa murió en enero de 2008 a los 101 años. Descansa en paz.

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