martes, 31 de mayo de 2016

Una picaresca que cuesta muy caro


La vida política se caracteriza por su alta dosis de picardía. Y se podría incurrir en error al suponer que ello no acontecía en el pasado dado que –y es tan solo un ejemplo- los artilugios mediáticos que posibilitan la autopromoción de candidatos es monopolio de nuestra época. La realidad es otra porque -claro está que sin contar con los muchos adelantos tecnológicos recientes- se trata de una práctica a la que también se recurrió en el pasado. William Spratling propone un ejemplo de ello.

Se llama Jesús Llorado. Es general sin haber estado nunca en batalla, licenciado sin haber estudiado leyes y diputado sin haber obtenido votos en ninguna elección. Desde que una vez echó discursos en la Revolución y les hacía mandados a Zapata y Obregón, cuando habla de sí mismo se dice un revolucionario que nunca se vende y naturalmente, siempre pertenecerá a ese glorioso conjunto. Todo político mexicano que quiere tener éxito tiene que ser un revolucionario. (...)
El interior del despacho del general es tan notable como el contenido de sus manifiestos. Al entrar se topa uno con una silla de montar puesta sobre un banco viejo del convento. Arriba, en el rincón, está un perchero victoriano del que cuelgan un sombrero de fieltro negro de ala ancha, estilo diputado, para sus visitas a la capital; un sombrero blanco estilo charro, muy elegante, de casi un metro con herraduras y águilas bordadas en oro, para las procesiones y fiestas; un Stetson gris estilo Texas, para ir de parranda. En las paredes hay retratos recortados de revistas de artistas de Mack Sennett, con fotos de toreros intercaladas, un par de relieve de cabezas de indios norteamericanos con penachos de plumas, hechas en yeso pintado. Y justamente debajo de una vieja litografía de Hidalgo y del retrato del gobernador con su espada, una foto muy grande de una manifestación política en Tecpan de Galeana, tomada hará unos diez años donde parece que don Jesús se está dirigiendo a una gran parte de los indígenas del Estado de Guerrero, aparentemente con gran elocuencia y un éxito rotundo. Además, en el centro del cuarto hay una mesa grande, cubierta con hule pintado en colores y una máquina de escribir, y encima de esto un foco de luz eléctrica apenas cubierto de una seda azul muy delgada, bordada con mariposas. Es una de esas pantallitas francesas que se parece al brassière de una corista. En el rincón del cuarto están amontonados tres o cuatro rifles 30-30.

Con el paso del tiempo, Spratling se enteró de los verdaderos detalles en que se tomó dicha foto.

Da la casualidad que tengo un amigo en Tecpan de Galeana que recuerda la visita del general Jesús Llorado y esa “junta política” en donde fue tomada esa famosa fotografía. Don Jesús, en esa época empezaba su carrera política y lo habían mandado a ese pueblito por el Pacífico, a hacer propaganda para un político que quería ser gobernador. Y de paso, don Jesús se quería lanzar como diputado. Su partido no era popular allá en Tierra Caliente, ya que la gente era agrarista, y él por el momento era “carrancista”. Además era completamente desconocido en ese pueblo. El hecho es que cuando llegó al pueblito se encontró con una enorme fiesta religiosa en todo su apogeo. Debe haber habido por lo menos veinte mil peregrinos indígenas. Me dijo mi amigo que había alrededor de treinta y cinco grupos de danzantes y que la plaza estaba repleta. Don Jesús se tuvo que enfrentar con el problema de cómo lograr un éxito político abrumador, sin partidarios, de no ser dos o tres politiquillos que iban con él y con un público absorto en cosas más importantes.
Sin embargo, perdió muy poco tiempo mi general Llorado. Se consiguió varias piezas de manta, las pintó él mismo con llamativos y apropiados lemas políticos, denunciando al agrarismo y otras cosas (aunque casi todo su público era analfabeto) y mandó poner los letreros gigantescos en palos a ambos lados de la muchedumbre. Luego se subió en un barril y gesticuló de la manera más efectiva, mientras uno de sus amigos le tomaba cientos de fotografías que lo mostraban vociferando enfrente de una masa inmensa de indígenas. Esas fotos después fueron magnífica propaganda a través de los periódicos.

Concluye William Spratling que aquel montaje facilitó el ascenso político del personaje. “De hecho, el general Jesús Llorado casi ha basado toda su carrera política en ellas. Pero eso sólo fue el principio. Algunos opinan que el año próximo puede llegar a ser la cabeza del Partido Revolucionario en el Estado.”

En la vida política hay picardías de todo tipo (de las folclóricas a las trágicas) y el caricaturista Rafael Barajas, El Fisgón, se pone serio para referirse al tema.

Este sistema de valores que mantiene al mismo tiempo la picaresca corrupta y un discurso grandilocuente y severo, ha dado como resultado que en diversas épocas de la historia de México, los personajes más cómicos del país no hayan sido ni los escritores satíricos ni los caricaturistas ni los mimos, sino los políticos.
Con demasiada frecuencia, [su] comicidad es involuntaria. En una entrevista realizada en 1989, el escritor Carlos Monsiváis asienta: “Sólo quien tiene un corazón de piedra no se divierte con los diputados (…) Vivimos ahogados en la parodia involuntaria.”

Según El Fisgón hay un proceso de ida y vuelta cuando la caricatura no sólo debe parecerse al político representado, sino que éstos terminan pareciéndose a su caricatura; en palabras de Monsiváis

El político mexicano es cínico, caradura y rara vez se ha regido por aquella máxima que supone que "el miedo al ridículo corrige conductas". Al no corregir sus conductas, los políticos se parecen cada vez más a sus chistes y caricaturas. Nada se parece tanto a un diputado corrupto de los que dibujaba Rius en los sesenta como un diputado corrupto de los setenta. Con el tiempo, la caricatura sustituye al funcionario en el imaginario colectivo y acaba desgastando su imagen.

Al informarse del diario acontecer saltan a la vista los efectos devastadores de tanta picardía corrupta y delincuencial ostentada por buena parte de la llamada clase política.

Y, claro está, ello ya no produce ninguna gracia.

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