El
tema de la perfección de la naturaleza ha dado, sigue dando y, seguramente,
dará para mucho. Por un lado están quienes sostienen que la naturaleza es
perfecta y aun sus aparentes deficiencias tienen explicaciones superiores. Por
otro, los que señalan que natura presenta severos problemas en su diseño
original. Huracanes, terremotos, ciclones, inundaciones, sequías integran la
lista de las llamadas catástrofes naturales (si bien es cierto que en algunos
casos se ven agravadas por la acción de los humanos).
También
existen problemas de consideración ocasionados por algunos de nuestros colegas
de hábitat. Tal es el caso por estos días de una enfermedad de extraño y sonoro
nombre: chikungunya (la página web del Instituto Mexicano del Seguro Social
informa que procede del idioma makonde y significa "doblarse", debido
a que los enfermos se doblan o encorvan por dolor en las articulaciones). Agrega
la fuente que “es una enfermedad nueva en el continente americano, transmitida
por el mismo tipo de mosquito que propaga el dengue, por lo que en algunos
casos se pueden contraer ambas infecciones”. Y a continuación caracteriza sus
síntomas:
La enfermedad aparece de 3 a 7 días después de la
picadura del mosquito infectado y puede durar el mismo tiempo en la fase aguda.
Entre los síntomas que se presentan durante este periodo se encuentran:
•Fiebre mayor a 39° C
• Dolor en: ◦Articulaciones, dolor intenso asociado a
hinchazón
◦Cabeza
◦Espalda
◦Músculos
•Náuseas
•Manchas rojas en la piel (erupciones)
•Conjuntivitis (enrojecimiento de los ojos)
El
asunto no es para tomárselo en broma cuando el destinatario de la conocida
canción (“no me molestes mosquito”) no acata el exhorto. Ante ello lo que queda
es tomar las medidas preventivas que recomiendan las autoridades del ramo y en
caso de sufrir el padecimiento concurrir con presteza al centro de salud más
cercano.
Pero
hubo tiempos en que las cosas fueron diferentes al atribuirse responsabilidad a
los protagonistas de estos zafarranchos (no les servía de excusa pertenecer a otra
especie), por lo que debían hacerse cargo de los desastres causados. A ello se
refiere Ambrose Bierce
(…) en el Medioevo fueron procesados animales, peces,
reptiles e insectos. Una bestia que hubiera causado la muerte de un hombre (…)
era debidamente arrestada y procesada, y si resultaba culpable, ejecutada por
el verdugo público. Los insectos que devastaban sembrados, huertas o viñedos,
eran citados ante un tribunal civil, para declarar por sí o por medio de un
abogado, y pronunciados el testimonio, el argumento y la condena, si seguían
“in contumaciam”, se llevaba el caso a un alto tribunal eclesiástico, que los
excomulgaba y anatematizaba.
Y
llegado a este punto, Bierce proporciona algunos ejemplos.
En una calle de Toledo se arrestó, juzgó y condenó a unos
cerdos que perversamente pasaron corriendo entre las piernas del virrey,
causándole gran sobresalto. En Nápoles se condenó a un asno a morir en la
hoguera, aunque al parecer la sentencia no fue ejecutada. D’Addosio ha extraído
de los anales judiciales numerosos procesos contra cerdos, toros, caballos,
gallos, perros, cabras, etc., que según se cree, contribuyeron grandemente a
mejorar la conducta y la moral de esos bichos. En 1451 se inició causa criminal
contra las sanguijuelas que infestaban ciertos estanques de Berna, y el obispo
de Lausana, aconsejado por la facultad de la Universidad de Hedelberg, ordenó que algunos de esos
“gusanos acuáticos” comparecieran ante la magistratura local. Así se hizo, y se
intimó a las sanguijuelas, presentes y ausentes, que en plazo de tres días
abandonaran los sitios que habían infestado, so pena de “incurrir en la
maldición de Dios”. Los voluminosos expedientes de esta causa célebre no dicen
si las inculpadas arrostraron ese castigo, o si se marcharon en el acto de esa
inhóspita jurisdicción.
No
quepa duda que por aquellos tiempos el mosquito responsable del chikungunya
hubiese sido inculpado y castigado con debida severidad.
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