martes, 1 de noviembre de 2016

Biografías de escritores y artistas


Sabido es que durante mucho tiempo la atención estuvo puesta exclusivamente en las obras de arte, mientras que los autores de las mismas habían quedado cubiertos por el anonimato tal como lo refiere Aldous Huxley.
En la antigüedad las artes eran, casi absolutamente, anónimas. Los artistas producían sin esperar que sus obras les reportaran personal nombradía o eso que se conoce con el nombre de “inmortalidad”. Considérese la recatada modestia del fresquista egipcio que consumía su existencia realizando obras maestras, sin firmar, en el interior de los sepulcros, donde no serían contempladas por ninguna mirada viviente. La literatura primitiva de todos los países se encuentra refugiada en un anónimo semejante.
Recién los griegos –de acuerdo con Huxley- comenzaron a interesarse por el autor de aquellas obras que destacaban por su belleza y armonía. “Fueron los griegos los primeros en agregar a las obras de arte los nombres de sus autores con vistas a una glorificación inmediata y a la inmortalidad. Entre los griegos fue donde se empezó a sentir un marcado interés por la personalidad de los artistas.”
Con la caída del Imperio romano –continúa Huxley- reaparece el anonimato artístico.
La Edad Media produjo una gran cantidad de pintores innominados, obras arquitectónicas, esculturas, baladas y relatos cuyos autores se desconocen. Incluso de aquellos artistas cuyos nombres han llegado hasta nosotros muy poco es lo que se sabe. Sus contemporáneos no se hallaban lo bastante interesados por las vidas privadas y la personalidad de los mismos, para preocuparse de transmitirnos aquellos detalles que a nosotros nos gustaría conocer.
Será hasta el Renacimiento, afirma Aldoux Huxley, cuando el arte nuevamente deje de ser anónimo. “Los artistas trabajaron por la celebridad entre sus contemporáneos, por la fama póstuma, y el público comenzó a interesarse por ellos, además de cómo artistas, como seres humanos. La autobiografía de Benvenuto Cellini resulta muy sintomática de la época en que fue escrita.” Y este interés por la vida del artista seguirá creciendo.
Desde los días del Renacimiento, el interés del público por la personalidad del artista, más que disminuir, ha ido en aumento. Y el artista, por su parte, ha hecho cuanto ha podido para satisfacer esta curiosidad. (…) La actual boga de las revelaciones autobiográficas no constituye sino el último síntoma de la gran tendencia, puesta de manifiesto en época reciente, hacia una personificación cada vez mayor en el arte.
A Simon Leys le interesa lo relativo a la biografía literaria y después de describir rasgos íntimos de la vida de Victor Hugo le llega el momento del cuestionamiento.
De hecho, es precisamente cuando se abordan personajes como Victor Hugo cuando uno se siente obligado una vez más a poner en tela de juicio si es deseable, e incluso si es factible, la biografía literaria.
No se trata sólo de que los gigantes no soportan un examen de cerca (como descubrió Gulliver con gran desasosiego cuando tuvo que trepar a los pechos de las damas de la corte de Brobdingnag), sino, más básicamente, de que existe esta verdad básica: lo único que podría justificar nuestra curiosidad es precisamente lo que por necesidad debe escapar al análisis del biógrafo: el misterio de la creación artística.
Citando las opiniones de Malraux y de Pushkin, se pregunta Simon Leys dónde se genera el interés por conocer a los escritores en su vida íntima.
La tesis de que la biografía literaria está condenada al fracaso por su propia naturaleza no es nueva (…) Malraux resumió la cuestión muy ajustadamente: “A nuestra época le gusta desvelar secretos; primero porque raras veces perdonamos a los que admiramos; segundo, porque albergamos vagamente la esperanza de poder descubrir el secreto del genio en medio de los demás secretos desvelados. Deseamos llegar al hombre que hay detrás del artista. Pero cuando raspamos un fresco, si lo raspamos hasta su vergonzosa capa de fondo, lo único que obtenemos al final es sólo yeso”. Sin embargo, fue Pushkin, mucho antes que él, quien más memorablemente expresó la indignación que un poeta debe experimentar ante nuestro apetito indiscreto por la información biográfica: “La chusma lee tan ávidamente confesiones y notas, etcétera, porque se regocija en su ruindad con las humillaciones de los que están más alto y con las debilidades de los poderosos. Disfrutan al descubrir cualquier clase de vileza. ¡Es pequeño como nosotros! ¡Es vil como nosotros! Mentís, miserables: es pequeño y vil, pero de un modo diferente, no como vosotros”.
Concluye Leys en una confesión pública de sus propias debilidades. “Téngase en cuenta que soy plenamente consciente de mis propias contradicciones. (…) Aunque dude de la utilidad de escribir biografías literarias, sé demasiado bien que seguiré leyéndolas…”
Finalmente, muchos son quienes han señalado la decepcionante distancia que se presenta entre el artista y la persona; uno de ellos ha sido Oscar Wilde. “Los artistas personalmente encantadores que he conocido han sido malos artistas. Los buenos artistas existen solamente en lo que hacen, y por lo tanto carecen completamente de interés en lo que son.” Mientras que Woody Allen comparte su propia experiencia al respecto.
Groucho Marx era una persona a quien yo había encumbrado durante muchos años, lo amaba. Pero cuando lo conocí, me recordó a uno de mis tíos chistosos, de ésos que hacen bromas en las bodas. Tras esta experiencia, nunca más quise conocer a nadie a quien admiro; porque no quiero que mis ídolos se conviertan en gente común y corriente que se aburre, tiene hambre y le da dolor de cabeza.

Tal vez por ello sea conveniente adaptar en este ámbito una de las recomendaciones de los señalamientos viales: “Mantenga su distancia”.

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