jueves, 3 de noviembre de 2016

Larga vida a los spaghetti


No es novedad para nadie que los pueblos también se conocen por medio de su cocina: alimentos, aromas, salsas, combinaciones. En esta oportunidad vamos a referirnos al caso de Italia y para ello recurriremos a Julio Camba quien se interesó en el tema. “En general, toda la cocina italiana se distingue por su carácter lírico. Es una cocina fácil y sencilla como ninguna otra, pero siempre tiene emoción.” Llegado a este punto debe aludir necesariamente a una de sus reconocidas especialidades: las democráticas pastas.
Las pastas, que constituyen su base principal, se hacen ex profeso en las casas ricas, donde se las adereza con un buen jugo de carne, y se compran hechas para las casas pobres, en las que sólo el tomate les sirve de condimento; pero en todas partes están deliciosas. Al revés de los platos franceses, que, no admitiendo términos medios, exigen una primera materia muy difícil de obtener y una técnica muy difícil de conseguir, los platos italianos están al alcance de todas las fortunas y de todas las capacidades (…) Son, como digo, platos de una gran simplicidad, pero yo no sé qué ternura les comunica la cebolla ni qué gracia les añade el queso, que hasta los mismos turistas anglosajones se ponen a suspirar después de tomarlos.
Camba coincide con la opinión generalizada en cuanto a que la cuestión reside en que las pastas estén en su punto. “El secreto primario de las pastas está en darles el punto justo de cocción a fin de que, como dicen los italianos, crescan in corpo y a fin de que el cuerpo crezca con ellas. Una pasta demasiado cocida, en efecto, es una pasta muerta o, por lo menos, inerte.” Y apunta que los nombres también tienen lo suyo en todo esto.
Spaghetti, ravioli, tagliarini, lasagne, tagliatelli… Comprenderán ustedes que estos nombres deliciosos no pueden designar ninguna cosa mala, y aun no hemos hablado de los macarroni, con sus hijos los macarroncelli y sus padres los etrozzapreti o asfixia-curas: unos macarrones gordísimos, cuyo excesivo diámetro no les permite pasar sin disturbio por las gargantas del bajo clero, y que se reservan para los canónigos.
Pero, ¿quién fue el creador de este portento culinario? Para Rafael Galvano no hay dudas respecto a que el genio de Leonardo da Vinci aquí también se hizo presente
(…) y, no se sabe bien cuándo ni dónde, Leonardo inventa los spaghetti. Esto no es más que una simplificación, ya que los traídos originalmente de China por Marco Polo aún se conservaban, pero eran utilizados como adornos para decorar las mesas. A su vez, ya había existido la pasta en Italia: en Nápoles se preparaba una pasta bastante espesa, más parecida a la lasagna. Leonardo no hace otra cosa que alterar su forma, convirtiéndola en delgados hilos parecidos a cuerdas que, cortados y hervidos, constituyen aquello que Leonardo llama spago mangiabile (esto es, cuerda comestible).
Según Galvano el tenedor en uso por aquellos entonces no era adecuado para comer spaghetti y Leonardo debió perfeccionarlo. “Al comienzo no tienen mucho éxito, y por eso Leonardo provee otro gran invento: al agregarle un diente más al tenedor de dos dientes que se utiliza normalmente en las cocinas, llevando este nuevo utensilio a la mesa” (a esto ya nos hemos referido en otra ocasión http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2014/04/aproximacion-la-historia-del-tenedor.html)  
Existe amplia experiencia de que comer spaghetti no es cosa fácil; Julio Camba aborda el tema subrayando que en este terreno el comensal requiere más pericia que el cocinero.
No es que yo vaya a pronunciarme aquí de buenas a primeras contra los spaghetti, la más popular, sin duda, de todas las creaciones gastronómicas italianas; pero sí quiero decir que este plato exige una técnica mucho más laboriosa, complicada y artística por parte del comensal que por parte del cocinero. Al cocinero, después de todo, le basta con hacer la pasta, si es que no la adquiere ya hecha; como ocu­rre en la mayoría de los casos, y cocerla; pero el comensal tiene que tomársela, y una vez lanzado a esta empresa, no tarda en realizar el carácter teme­rario de la misma. Los primeros spaghetti, en efecto, que el hombre engancha en su tenedor y levanta del plato con el designio evidente de entenderse con ellos a solas se agarran desesperadamente a los otros, arrastrándolos consigo y poniendo al infeliz en la dramática disyuntiva de zampárselos todos juntos en un solo bocado o de no zamparse ninguno. Entonces nuestro héroe trinca su hebra de spaghetti con los dientes y, echando la cabeza hacia atrás, se pone a tirar de ellos con toda su alma; pero los spaghetti están dotados de un prodigioso coeficiente de elasticidad, y cuando, en fuerza de tirones, el in­sensato rompe alguno de ellos, lo único que consigue es que el spaghetti roto se dispare violentamente contra sus propias narices como una goma en ten­sión que se soltara de pronto. (...)
No está, ni mucho menos, al alcance de todo el mundo la tarea de tomarse un plato de spaghetti con limpieza y pulcritud, y si alguien lo consigue por excepción alguna vez, nosotros apostamos desde ahora mismo lo que ustedes quieran a que no se trata de un comensal barbudo, porque al amparo de una buena boloñesa este tipo de comensal suele encontrar sus barbas sumamente sabrosas, y no es nada extraño el que se engulla algunas de ellas con­fundiéndolas con los spaghetti, ni el que se deje luego en el hueco algunos spaghetti creyéndose que son barbas.
Y tal vez por aquello que a dónde fueres haz lo que vieres, Camba describe el procedimiento oficialmente aceptado. “Los italianos cogen unos cuantos spaghetti entre las púas del tenedor, apoyan luego el tenedor contra una cuchara y, teniendo la cuchara fija, le imprimen al tenedor un movimiento giratorio hasta formar en su extremidad con los spaghetti un ovillo perfecto.” Así pues una buena opción sería la de copiar estas maniobras aunque claro está –concluye Julio Camba- podría ser divertimento de otros. Si ustedes ensayan el procedimiento, lograrán comer sus spaghetti de una manera decorosa, y al mismo tiempo distraerán a los vecinos de mesa con un bonito número de circo.”

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