martes, 22 de noviembre de 2016

El traje de Antonio Machado o la defensa de la dignidad


En un artículo emocionante Javier Cercas (“La leyenda del último traje de Antonio Machado”, en El País Semanal, 25 de septiembre de 2016) comenta la ocasión en que concurrió con su familia al cementerio de “Colliure, el pueblito francés situado a pocos kilómetros de la frontera española donde, huyendo de la victoria franquista, Machado encontró refugió y murió justo antes del fin de la guerra.” Antonio Machado quien se definiera a sí mismo: “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”; el que sabía distinguir “las voces de los ecos” y reconocía que “converso con el hombre que siempre va conmigo”.

Continúa Cercas con su narración

Al salir del cementerio me adentro en el callejón Antonio Machado y veo al pasar junto a un patio una pareja de ancianos. Pocos metros más allá desemboco en el hotel donde el poeta se alojó durante sus últimas semanas de vida, con su hermano José y su madre, que está enterrada con él. El hotel es un viejo caserón de tres plantas, con balaustradas y escalinatas de piedra; en tiempos de Machado se llamaba Bougnol Quintana; yo siempre lo he visto cerrado. Nos quedamos mirando la fachada y, cuando llevamos un rato frente a ella, pido a mi familia que me espere y vuelvo con los dos ancianos (…) Son ingleses, se llaman Weaver (…) pasan allí los veranos desde finales de los años ochenta. (…) les pregunto si han oído contar historias del paso de Machado por Coillure. “Alguna”, reconoce el señor Weaver. Y me cuenta lo siguiente. Al parecer, los habituales del hotel estaban muy intrigados porque nunca veían comer juntos a los hermanos Machado, y algunos atribuyeron esa rareza a una inquina provocada por las amarguras del exilio; hasta que un día descubrieron la verdad: los hermanos no tenían más que un traje, y se lo turnaban para bajar al comedor. “Es sólo una leyenda”, sonríe el señor Weaver. “Quizá no sea verdad”.

Antonio Machado no debía nada a los poderosos, con su trabajo cubría sus gastos y pagaba su traje, ¡ay su traje!

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Javier Cercas concluye su sobrecogedor relato

Me despido de los Weaver y me reúno con mi familia, que me somete a un interrogatorio sobre mi entrevista a los dos ancianos y, mientras caminamos hacia el coche para volver a casa y divago sin responder, me pregunto si voy a ser capaz de contarles la leyenda del último traje de Machado, si acertaré a explicar sin que me tiemble la voz que hay hombres que no aceptan perder la dignidad ni en la peor de las derrotas (…)

Que nunca falten personas de la talla de don Antonio que al decir de Javier Cercas “no aceptan perder la dignidad ni en la peor de las derrotas”.

¡Así sea!



1 comentario:

Leti Mon dijo...

Preciosa " habladuría"! Me encantó!