Hubo épocas en que las pruebas contra
los acusados de diversos delitos solían ser fabricadas con total arbitrariedad
y a los inculpados se los sometía a inenarrables torturas que quebraban
cualquier resistencia hasta que llegaban a aceptar su inexistente culpabilidad.
Luis Melnik ilustra el punto con el caso de las denominadas brujas.
En tiempos de los primitivos anglosajones
existía una práctica por decisiones "sobrenaturales" para dirimir
cuestiones criminales, sometiendo al acusado a pruebas físicas, convencidos
como estaban que Dios defendería al recto, con un milagro, si fuese necesario.
Algunas pruebas sugerían arrojar a supuestas brujas al curso de un río
caudaloso. Si se ahogaban, era prueba irrefutable de que eran culpables de ser
brujas. Si se salvaban, no había duda alguna de que eran brujas. Recién en el
siglo XII se suspendieron estos juicios, aunque no para las brujas que, como se
vio, siempre perdían.
La violencia e irracionalidad con que
actuaban los representantes de la
justicia era patente; Melnik
proporciona más ejemplos de ello.
Otra forma de juicio era introducir la
mano del acusado en agua hirviendo y otorgarle el perdón si no salía cocinada.
Otro juicio llamado Judicium Crucis, era parar frente a una gran cruz
al acusado y al acusador. El primero que se movía, perdía el juicio. Estas
parodias de juicio, también llamados "juicios de Dios" en una invocación
espantosa, se dirimían a veces por duelo, sorteo, fuego o hierro candente.
Las formas más burdas de inventar
culpables son historia. Pero suponer que nada de esto acontece actualmente
sería de una inocencia estremecedora ante la siembra de evidencias o la
impunidad comprada con dinero.
Así las cosas, no estamos como para reírnos
de lo que acontecía en el pasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario