martes, 20 de diciembre de 2016

Nombres de protección


Muchos son los pueblos que consideran que para poder hacer daño a una persona es indispensable saber su nombre. De allí el origen del nombre de protección tan frecuente en diversas comunidades; Laura Colling describe lo que sucede en la cultura otomí.

Los maestros de la escuela consideran a Fernando como un niño apático, pues cuando le hablan no contesta. No lo hace, pues él se llama Ramón, así le dicen sus padres y vecinos desde que nació. Lo mismo les pasa a otros compañeros. Es que los nombres con los que se les llama son en realidad sobrenombres, o nombres de protección. Los verdaderos nombres, con los que los inscriben ante el registro civil, los del santoral, no los conocerán hasta que tengan que hacer uso de su acta. Hoy en día al inscribirse en la escuela primaria, anteriormente hasta el momento de su boda. (...)
El nombre de protección tiene un sentido: evitar que por envidia se pueda causar algún daño a un niño. Para hacer daño hay que conocer el nombre. Por eso mientras sean pequeños es preferible que los extraños no conozcan su verdadero nombre. Los maestros, no entienden esta costumbre y exigen el uso del nombre legal, que es el verdadero y, por tanto, peligroso (...)

Esta misma costumbre rige en la comunidad triqui –tal como describe Fabrizio Mejía Madrid- lo que ha llevado a problemas legales de consideración a la hora de migrar hacia Estados Unidos. “Los triquis tienen, por lo menos, dos nombres: uno secreto y otro que usan para los papeles civiles. Viven convencidos de que quien conoce tu verdadero nombre tiene acceso inmediato a tu ‘tona’, una especie de alma o esencia, que puede ser dañada con facilidad al invocarlo. Por lo tanto, cuando el triqui emigra, se cambia de nombre para protegerse.”

Pero no vaya a creerse que esto solamente aplica con personas. Álvaro Cunqueiro, reconocido cronista de la vida en Galicia, nos saca del error al presentar lo que aconteció en la venta de una vaca. “Un paisano, en billetes de mil, le paga a otro una buena vaca. El que cobra, después de contar y recontar los billetes, se aparta con el comprador y le dice algo al oído. Este asiente. Acaso le está diciendo el nombre secreto de la vaca, que sirve para quitarla del peligro del mal de ojo.” Cunqueiro también alude a lo que sucedía a este respecto con ciudades y reinos.

La invisibilidad de las ciudades, de ciertas ciudades y naciones estaba ya en la cábala con todo aquel asunto de los nombres secretos de las ciudades y de los reinos. El reino de Francia tenía un nombre secreto, que solamente lo sabía el rey, y que de alguna manera se lo pasaba al delfín poco antes de morir, con lo cual el heredero, heredaba a la vez la Francia visible, y otra, secreta, mágica invisible.

De esta manera, siempre según Cunqueiro, conocer los nombres secretos de las ciudades constituía una importante fuente de poder. “(…) Saltará de ciudad en ciudad, de las que sabe los nombres secretos, aquellos que según los cabalistas, hacen dueño de una urbe al que sabe el suyo oculto. Toledo se llamaba en tiempos Fax, y a Carlos V le dijeron el nombre. Pero desde entonces parece haber cambiado.”

Aun cuando su hipótesis en relación a lo que le sucediera al rey Luis XVI no parece plausible, aquí la dejamos a consideración del lector: Los reyes de Francia se transmitían unos a otros el nombre secreto de su Reino. Luis XVI debió de haberlo olvidado, y por ello le cortaron la cabeza…”

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