Con
frecuencia se enuncian críticas al trabajo de los traductores así como el
lamento generalizado de muchos lectores que, debido a su desconocimiento de
otro idioma, están condenados a leer a sus autores favoritos en versiones
traducidas (los conocedores procuran algunas de ellas y declinan airadamente de
otras).
Lo que
no es tan conocido es el caso contrario, cuando la obra mejora gracias a la
traducción. Simon Leys entra en tema señalando: “Creo que fue Gide quien
comentó de un escritor que no le interesaba: Está muy mejorado por la traducción.” Y a continuación da algunos
ejemplos, entre ellos el del propio Gabriel García Márquez quien reconoció “que
la traducción de Gregory Rabassa de Cien
años de soledad es muy superior a la versión original en español.” La
erudición de Leys en literatura china le permite referirse a las traducciones
de Lin Shu que han mejorado tanto a La
dama de las camelias como a las novelas de Dickens. Será con Baudelaire, en
calidad de traductor, que el asunto –siempre siguiendo a Simon Leys- alcanza su
mayor nivel.
Pero el
caso más digno de atención probablemente sea el de Baudelaire como traductor de
Edgar Allan Poe. Los especialistas anglosajones que leen francés prefieren casi
unánimemente las traducciones de Baudelaire a los originales de Poe, al que
suelen considerar “aburrido, vulgar y carente de buen oído”; asimismo, sigue
siendo fuente de infinita perplejidad para críticos ingleses y estadounidenses
que, siguiendo a Baudelaire, grandes poetas franceses como Mallarmé, Claudel y
Valéry pudieran adorar a Poe y tomar en serio su mezcolanza indigerible de
pseudociencia y fantasía metafísica.
En lo
dicho, tema curioso este de los traductores que mejoran a las obras originales.
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