De acuerdo con Wimpi el “standard” de las preferencias
femeninas en cuanto a varones se refiere, ha ido variando con el paso del
tiempo.
Primero, antes del año mil, fueron los mártires del
Cristianismo, con su vocación tremenda de renunciamiento y sacrificio quienes
fijaron el ideal de “hombre interesante”.
Aquellos que más se parecían a los santos eran quienes
suscitaban la admiración que formalizábase, luego, en el amor típico de aquel
viejo tiempo.
Sin embargo ya por aquellos entonces lo permanente era el cambio.
Pero llegó un momento en que ya no tuvo fuerzas para
inspirar amores aquel valor, también típico, entonces, que se llamaba
sacrificio.
Fueron retirándose hacia los altares y enfriándose en
imágenes los inmolados por su fervor.
Y perdiendo interés quienes les habían imitado.
Las mujeres desdeñaron, siguiendo un poco la moda, a
los santos como modelos; y a los que siguieran su ejemplo como amantes.
Porque el hervor victorioso de los pueblos germánicos
transformó aquella forma típica del valor hasta entonces, que había sido la del
sacrificio, en otra forma del valor: la del heroísmo.
Y las mujeres se apartaron de los santos, para
inclinarse hacia los héroes. El heroísmo era una mezcla restellante de sacrifico
–porque había nacido de él, pero también de violencia.
Se amó la rudeza del señor.
Con el transcurrir del tiempo aquel ideal -siempre
siguiendo a Wimpi- también se vería sustituido.
Pero allá en los comienzos del siglo XII se produce
una brusca transición en las preferencias femeninas.
Salen los trovadores a los caminos y fundan… la
gracia.
Las mujeres empiezan a rebelarse contra las violencias
de sus maridos.
Los maridos no se dan cuenta y, escudados en su
condición de héroes, siguen groseros y rudos hasta muy después de haberse
operado aquella transición de valores para la mujer.
Los juglares captan ese drama y lo cantan, en las
fiestas del castillo, frente al mismo señor que, envanecido de su fuerza, no
comprende.
Las mujeres empezaron a presentir que iba a gustarles
otra cosa, cuando todavía estaban en poder de quienes habían empezado a no
gustarles.
Y cuando una mujer le fue infiel al marido –rudo
caballero- con el suave juglar que le había cantado al oído la villanela
dulcísima, la Corte de Amor de Leonor de Aquitania –estas Cortes de Amor,
integradas por damas maduras eran las que fallaban en los conflictos amorosos-
le dio la razón a la adúltero y afirmó en pleno siglo XII que el verdadero amor
no es compatible con el matrimonio.
Y es que la mujer había sustituido, en sus
preferencias, al valor del heroísmo por el valor de la gracia.
Primero, pues, fue el sacrificio, después el heroísmo,
después, aún la gracia. (…)
Las mujeres tuvieron, pues, en la Historia, de qué
enamorarse: sacrificio, heroísmo, gracia.
Al terminar su recorrido histórico, Wimpi concluye el
análisis
Pero, ahora, uno piensa que por su parte, la mujer más
heroica de todos los tiempos, es, sin duda alguna, la de éste.
Porque no tiene nada de qué enamorarse de nosotros y,
sin embargo… ¡no ve la hora de irse a anotar…!
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