Las
conversaciones entre amigos vienen en varias presentaciones, las hay:
superficiales o profundas; largas o cortas; temáticas o dispersas; acerca del
pasado, presente o futuro; en relación a lo sucedido a los protagonistas o a
otros; con o sin moraleja; sin aditamentos o con alguna bebida espirituosa, a
los que se podría añadir un largo etcétera.
Tener
amigos con quien encontrarse a platicar debería ser un derecho consagrado en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y en el triste caso de que ello
no suceda, hay que largarse igual a ventilar los interiores porque en una de
esas encontremos quien nos comprenda aunque pareciera que no (tal como le
aconteció a Pedro Garfias según lo cuenta Pablo Neruda, lo que hemos referido en otra habladuría http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2015/03/pedro-garfias-poeta-del-exilio.html)
Pues
bien, sin ninguna otra consideración pasemos al diálogo que hoy nos ocupa –relatado
por Hedwig Lewis- y que alcanza niveles de excelencia tanto en brevedad como profundidad.
Dos
hombres ya mayores descansaban en un bar de carretera. Uno de ellos bebió un
gran sorbo de su taza y, a continuación, miró de frente a su amigo y le dijo:
-
La vida es como una taza de té.
-
¿Qué quieres decir? –le preguntó perplejo su amigo.
-
¡Cómo quieres que lo sepa! –le respondió el otro-. No soy un filósofo.
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