Diversos
estudios actuales ponen de manifiesto el bajo índice de lectura, lo que adjudican
a diversas causas: irrupción de nuevas tecnologías, ausencia de hábitos de
lectura en el entorno familiar, elevado costo de los libros, errónea selección
de autores contemplados en los programas de enseñanza básica, etc. Frente a ello
han proliferado campañas de promoción de la lectura que recurren a diversas
estrategias.
Ahora
bien, sería un error suponer que el problema es novedoso: Aldous Huxley en
agosto de 1930 ya se refería a ello. Por aquel entonces regía en Estados Unidos
la llamada ley seca que prohibía el consumo de alcohol y en ella se inspira
Huxley para diseñar su propuesta de promoción de la lectura. “Puede confiarse
que la prohibición de la lectura ilimitada –ya que mi propuesta de un impuesto
significaría una prohibición- producirá los mismos efectos psicológicos que la
prohibición del alcohol en Estados Unidos.” Y a continuación pasa a describir
los resultados esperados.
La Octava Enmienda transformó a miles de sobrios
ciudadanos estadounidenses en bebedores inveterados. Bebían porque era ilegal
beber, y luego porque les agradaba, porque habían adoptado el hábito. Del mismo
modo, mi prohibición de la impresión promiscua convertirá a miles de hombres y
mujeres previamente iletrados o amantes de revistas en lectores impenitentes.
Sucede
–prosigue Huxley- que “lo prohibido es siempre lo deseado, y valoramos más
aquello que es raro y difícil de encontrar”. Por tanto los efectos de esta
medida serían ampliamente benéficos.
Que mi propuesta se convierta en ley y la piratería de
textos de Shakespeare será una de las profesiones más rentables. Corredores de
libros desesperados desembarcarán cargamentos de Homero y Dante en las orillas
de cuevas solitarias. Policías armados patrullarán los campos, a la caza de
molinos de papel ilegales e ilícitos y ejemplares ocultos de Platón y Spinoza.
En una palabra, el llamado Problema de la Divulgación de la Cultura se habrá
resuelto de un modo automático.
¿Será?
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