El vínculo entre escritores y
editores no siempre ha sido armónico, tanto que según Alberto Manguel desde la
época de Gilgamesh los escritores se han quejado de la avaricia de los
editores. Pero en el caso que hoy nos ocupa el reclamo del escritor nada tiene
que ver con lo económico. Es Isaac Bashevis Singer quien comparte una de sus
experiencias al respecto.
Había
escrito un relato y se lo entregué al editor de la revista para la que
trabajaba como corrector de pruebas. Me
prometió que lo leería y, si le parecía bien, lo publicaría. Al cabo de un
tiempo me informó de que había leído el cuento y, pese a haberlo encontrado
defectuoso, había decidido publicarlo. Cuando le pregunté por esos defectos me
respondió, tras cavilar por un instante, que la obra era excesivamente pesimista,
carecía de problemática, y que el tema le parecía negativo y casi antisemita. ¿Por
qué escribir acerca de ladrones y rameras cuando abundaban los judíos decentes
y las buenas esposas judías? Si algo así se tradujera al polaco y lo leyese un gentil,
éste concluiría que todos los judíos eran unos depravados. Un escritor en
yiddish, argumentaba mi editor, estaba moralmente obligado a poner de relieve
lo bueno de nuestro pueblo, a resaltar lo noble, lo sagrado. Debía ser un defensor
elocuente de los judíos, no un difamador.
A estas críticas del editor, el
escritor responde con argumentos muy sólidos –y de acuerdo a una conocida
tradición judía- mediante la formulación de una serie de preguntas.
¿Por
qué debía ser optimista un cuento? ¿Qué clase de criterio era ése? Y ¿qué
significaba que “carecía de
problemática”? ¿Acaso la esencia misma de la existencia del mundo y de la
especie humana no constituía un problema enorme? Más aún, ¿por qué razón el escritor en yiddish estaba
obligado a convertirse en defensor de su pueblo? ¿Acaso era un deber para él
mantener un eterno diálogo con los antisemitas? ¿Una obra escrita según este
estilo poseería algún valor artístico?
Y concluye: “Las Escrituras, a
partir de las cuales fui educado, no halagaban a los judíos. Muy por el
contrario, insistían constantemente en sus pecados. Ni siquiera Moisés aparecía como íntegramente puro.”
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