Sería
muy ingrato dejar de agradecer y reconocer la labor que llevan a cabo algunos
médicos y laboratorios en bien de la salud pública. Tampoco se puede ignorar el
gran negocio que han armado algunos galenos aliados a las grandes empresas
farmacéuticas; hace algunos ayeres Salvador Novo se refirió a ello.
Ahora todo “medicamento es de empleo delicado”; su dosis,
“la que el médico recete”, y no debe administrarse más que “por prescripción y
bajo la vigilancia médica”. No sabe uno, en realidad, si esta confabulación de
secreto obedece a una disposición del Gobierno, o nada más al resultado de un
acuerdo entre los médicos y los laboratorios para que uno tenga que ver al
médico hasta para ingerir una aspirina.
(Hagamos
un no tan breve paréntesis. Por cierto que el poeta Xavier Villaurrutia,
integrante junto a Novo del grupo de los Contemporáneos, ganó el concurso para
publicitar el ácido acetilsalicílico. Comenta Federico Corral Vallejo: “En este
concurso Xavier participa y gana el premio gracias, no solamente a la intención
poética, sino al ludismo impreso y característico de su poética. El calambur
acreedor al premio, es usado exclusivamente como una frase publicitaria, lo que
hoy se conoce como slogan del medicamento: Mejor,
mejora, mejoral.)
En
relación al tema anunciado en el título de este artículo, reconozco que de por
sí la palabra prospecto no me resulta
demasiado simpática, pero eso es lo de menos. Lo de más es que su lenguaje
siempre me resultó inaccesible y, por si fuera poco, de unos años a la fecha el
tamaño de las letras me imposibilita su lectura. Sí, lo sé, no me pierdo de alguna
joya literaria.
Siempre
supuse que éramos muchos los que estábamos en esa misma situación pero la conjetura
se volvió certeza gracias a un artículo de Margarita Riviére.
Acabamos de saber algo de capital importancia: la mitad
-¿sólo la mitad?- de los consumidores de medicinas del mundo no entiende los
prospectos de los medicamentos. Ya era hora que se hiciera público este gran
secreto: somos muchos (…) los que cuando leemos que vamos a consumir
“palmoesterato, lorazepan, dexketroporifeno, paracetamol o trometanol…” no
sabemos si santiguarnos y tragar la píldora o devolver directamente el insulto.
Las
consideraciones anteriores le permiten a Riviére hacer algunas consideraciones
en cuanto al sitio distinguido que ocupan los especialistas en el arte de
curar.
Y es un consuelo, aunque no lo parezca, que salga a la
luz, por esta vía, que tenemos muchísimo más parecido del que creímos con las
sociedades primitivas de los antiguos imperios egipcios y mesopotámicos: en
ellas, los sacerdotes administraban pócimas secretas para curar al vulgo, el
cual, agradecido, tragaba –pura cuestión de fe- lo que estos dioses humanos les
ofrecían. Así se ha mantenido durante siglos algo que ahora se constata:
algunos supersabios –estos dioses humanos hoy son imperios farmacéuticos-
conocen y dosifican los secretos del bienestar y la salud; el resto de la
gente, enfermos todos en potencia, ignorantes con alevosía, sólo podemos
pagarles con fe, esperanza, caridad e incluso adoración, además de dinero. Cosa
que, desde luego, hacemos con sumo gusto. Que remedio: pura supervivencia.
Hace
tiempo en este mismo espacio hemos abordado la cuestión de la jerga médica (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/12/jerga-medica.html).
Margarita Riviére profundiza en el tema.
He repasado algunos prospectos de medicamentos de uso
corriente y me he encontrado con los secretos de los dioses expuestos con la
habitual claridad de la casta sacerdotal. Daré dos o tres muestras, al azar. La
gran ventaja de un analgésico de uso vulgar es que “puede asociarse a uricosúricos,
no afecta al tiempo de la protrombina, se absorbe rápidamente en tracto
gastroentérico y el máximo nivel plasmático se alcanza entre los 30 y 60
minutos”, ¡excelente recomendación! Las contraindicaciones de otro fármaco
común son también transparentes: “glaucoma de ángulo estrecho, miastenia
gravis, contracturas neurológicas con neuroplasticidad”, es decir, lo que se
oye hablar cada día por la calle.
Riviére
concluye su análisis proponiendo alternativas para solucionar esta
problemática. “¿Alguna recomendación final? Tal vez un master generalizado a los 6.000 millones de habitantes del planeta
para entender los prospectos, o un diccionario de uso casero o, sencillamente,
no ponerse enfermo.”
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