martes, 25 de abril de 2017

Los prospectos


Sería muy ingrato dejar de agradecer y reconocer la labor que llevan a cabo algunos médicos y laboratorios en bien de la salud pública. Tampoco se puede ignorar el gran negocio que han armado algunos galenos aliados a las grandes empresas farmacéuticas; hace algunos ayeres Salvador Novo se refirió a ello.
Ahora todo “medicamento es de empleo delicado”; su dosis, “la que el médico recete”, y no debe administrarse más que “por prescripción y bajo la vigilancia médica”. No sabe uno, en realidad, si esta confabulación de secreto obedece a una disposición del Gobierno, o nada más al resultado de un acuerdo entre los médicos y los laboratorios para que uno tenga que ver al médico hasta para ingerir una aspirina.
(Hagamos un no tan breve paréntesis. Por cierto que el poeta Xavier Villaurrutia, integrante junto a Novo del grupo de los Contemporáneos, ganó el concurso para publicitar el ácido acetilsalicílico. Comenta Federico Corral Vallejo: “En este concurso Xavier participa y gana el premio gracias, no solamente a la intención poética, sino al ludismo impreso y característico de su poética. El calambur acreedor al premio, es usado exclusivamente como una frase publicitaria, lo que hoy se conoce como slogan del medicamento: Mejor, mejora, mejoral.)
En relación al tema anunciado en el título de este artículo, reconozco que de por sí la palabra prospecto no me resulta demasiado simpática, pero eso es lo de menos. Lo de más es que su lenguaje siempre me resultó inaccesible y, por si fuera poco, de unos años a la fecha el tamaño de las letras me imposibilita su lectura. Sí, lo sé, no me pierdo de alguna joya literaria.
Siempre supuse que éramos muchos los que estábamos en esa misma situación pero la conjetura se volvió certeza gracias a un artículo de Margarita Riviére.
Acabamos de saber algo de capital importancia: la mitad -¿sólo la mitad?- de los consumidores de medicinas del mundo no entiende los prospectos de los medicamentos. Ya era hora que se hiciera público este gran secreto: somos muchos (…) los que cuando leemos que vamos a consumir “palmoesterato, lorazepan, dexketroporifeno, paracetamol o trometanol…” no sabemos si santiguarnos y tragar la píldora o devolver directamente el insulto.
Las consideraciones anteriores le permiten a Riviére hacer algunas consideraciones en cuanto al sitio distinguido que ocupan los especialistas en el arte de curar.
Y es un consuelo, aunque no lo parezca, que salga a la luz, por esta vía, que tenemos muchísimo más parecido del que creímos con las sociedades primitivas de los antiguos imperios egipcios y mesopotámicos: en ellas, los sacerdotes administraban pócimas secretas para curar al vulgo, el cual, agradecido, tragaba –pura cuestión de fe- lo que estos dioses humanos les ofrecían. Así se ha mantenido durante siglos algo que ahora se constata: algunos supersabios –estos dioses humanos hoy son imperios farmacéuticos- conocen y dosifican los secretos del bienestar y la salud; el resto de la gente, enfermos todos en potencia, ignorantes con alevosía, sólo podemos pagarles con fe, esperanza, caridad e incluso adoración, además de dinero. Cosa que, desde luego, hacemos con sumo gusto. Que remedio: pura supervivencia.
Hace tiempo en este mismo espacio hemos abordado la cuestión de la jerga médica (http://habladuriacronicasdelocotidiano.blogspot.mx/2013/12/jerga-medica.html). Margarita Riviére profundiza en el tema.
He repasado algunos prospectos de medicamentos de uso corriente y me he encontrado con los secretos de los dioses expuestos con la habitual claridad de la casta sacerdotal. Daré dos o tres muestras, al azar. La gran ventaja de un analgésico de uso vulgar es que “puede asociarse a uricosúricos, no afecta al tiempo de la protrombina, se absorbe rápidamente en tracto gastroentérico y el máximo nivel plasmático se alcanza entre los 30 y 60 minutos”, ¡excelente recomendación! Las contraindicaciones de otro fármaco común son también transparentes: “glaucoma de ángulo estrecho, miastenia gravis, contracturas neurológicas con neuroplasticidad”, es decir, lo que se oye hablar cada día por la calle.
Riviére concluye su análisis proponiendo alternativas para solucionar esta problemática. “¿Alguna recomendación final? Tal vez un master generalizado a los 6.000 millones de habitantes del planeta para entender los prospectos, o un diccionario de uso casero o, sencillamente, no ponerse enfermo.”

No hay comentarios: