Quienes
por diversas razones abandonan el lugar en que nacieron suelen llevar consigo algo
que les recuerde su casa; Giovanni Papini no fue la excepción.
Al
principio era tal el gusto del hallazgo que tenía necesidad de llevar a
casa algún trozo de este país fraternal y
paterno, que reconocía y amaba cada día más: una piedra puntiaguda como
una montaña, una agalla arrancada de alguna
hoja de encina, una bellota lisa y torneada, un manojo de flores del campo, una
baya de ciprés, una espiga de maíz. Todas estas minucias, pobres, sencillas,
toscas, inútiles, sin valor, me
producían un placer infantil; las sentía
muy cerca de mí, símbolo de mi tierra y de su tradición.
Para
algunos con ello no basta y los habita una nostalgia que huele a raíces. Es
entonces cuando -tal como lo refiere Papini- “los médicos prescriben a veces a
ciertos enfermos los aires nativos”.
Como de
esa pena de ausencia sufría el escritor, emprendió el camino de regreso. “Afortunadamente
el convaleciente que soy yo ha vuelto a llenar sus pulmones del aire del
terruño y se ha sentido saludablemente mejorado.” En tanto hijo agradecido con
su tierra declara: “(…) soy un hombre nacido en la Toscana, entre toscanos,
entre paisajes y valores toscanos; un hombre nacido en la Toscana en 1881 (…) Soy
toscano, no sólo italiano. La verdadera patria no es el reino o la república a
que pertenecemos. Italia es demasiado grande para cualquier italiano: la patria
genuina ha de ser forzosamente pequeña.”
No
cabe duda que el tratamiento recetado a Papini resultó ser el más adecuado para
aliviar sus dolencias.
En este
cerro rocoso, donde el viento no halla descanso, mi espíritu ha encontrado la calma y se ha descubierto a sí mismo. (…)
bajo este cielo verdaderamente celeste, transparente y delicado hasta cuando
está cubierto de nubes, he aspirado de
nuevo el olor verdadero de la tierra, he sentido el gusto del aire, el sabor
del pan, el calor preciso de los sarmientos y las fajinas al arder. La vida me
ha reconquistado poco a poco con la belleza de su sencillez. Me he vuelto niño
y primitivo, salvaje y agreste. Me he
ligado de nuevo a mis padres, campesinos de toda la vida, a los buenos
aldeanos, que cuidaron vacas y segaron trigo por estas tierras. Me he reconciliado con la vieja
familia. A este hijo pródigo que se ha sentado en todos los banquetes
intelectuales de Europa, la casa solariega le ha preparado un rincón, junto al
hogar ennegrecido por el humo, junto a la mesa de abeto que sabe de amarillas
polentas, jamones curados y panecillos recién sacados del horno.
Todo se
me apareció como si lo viese por vez primera, y mi alma se empapó de cosas que
parecían nuevas, pero cuyo marco apropiado ya existía anteriormente.
Con su
regreso a la Toscana, Giovanni Papini inicia un camino que lo lleva a reencontrarse
consigo mismo, tal como lo manifiesta en forma contundente.
(…)
quiero permanecer fiel a esta gran Toscana reencontrada, puesto que para
rehacerme a mí mismo he debido comenzar desde el mismo momento en que nací.
Primero
yo era cual relicario en que todo el mundo permanece. Después me encontré solo
y sin vida. Para recobrar las fuerzas he debido asir el pedazo de mundo que más
próximo y afín tenía. Ahora que de nuevo mamé en los pechos de mi primera
madre, y he vuelto a oír su voz, ahora que siento el cuerpo fortalecido y la
lengua más suelta, puedo reemprender el camino hacia mi verdadero destino.
Así
las cosas, hay quienes salen para encontrarse y quienes regresan con el mismo
fin. Caminos que van y vienen.
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